Pentecostes

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Pentecostés que era la fiesta de la cosecha pasó a ser la fiesta de la Alianza que Dios había hecho con su pueblo en el monte Sinaí. Dios que había mostrado su presencia al pueblo a través del viento y del fuego, hizo con él Alianza. De ahí brota la liberación, que comenzó en la salida de Egipto y que llegó a su plenitud en los diez mandamientos. La verdadera libertad del hombre depende, por tanto, del encuentro con Dios y de sus mandamientos.

Por eso en Pentecostés, el pueblo celebra el don de la ley, que lejos de ser una restricción o abolición de la libertad, es el fundamento de ésta y ese será el origen y fundamento de su constitución como pueblo de Dios, el pueblo que tiene a Dios como fundamento de su libertad.

El libro de los Hechos de los apóstoles nos narra cómo el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, bajo los signos de un viento impetuoso y de fuego, irrumpe en la comunidad orante de los discípulos y así da origen a la Iglesia, nuevo pueblo de Dios.

El viento y el fuego que bajaron sobre la comunidad de los discípulos es ahora el desarrollo del acontecimiento del Sinaí y le da una amplitud nueva. El nuevo pueblo de Dios es un pueblo que viene de todos los pueblos, de modo que la Iglesia en su inicio es católica y esa es su esencia más profunda.

San Pablo lo explica diciendo: «porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para formar un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un mismo espíritu. En la Iglesia caben por tanto todos los pueblos, no hay olvidados ni despreciados y en ella todos somos libres en cuanto que estamos unidos a Cristo Jesús.

Nosotros cerramos continuamente las puertas, buscamos la seguridad y no queremos que nos molesten ni los demás ni Dios, pero, así como Cristo salió del Padre y se abajó al venir a nosotros, el descenso que nos pide es el del amor que es la verdadera subida, la verdadera altura del ser humano que es el mismo Cristo.

Él, al soplar sobre los discípulos les da el Espíritu, un gesto que nos recuerda la creación del hombre en el Génesis, donde se nos dice: «El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida». Desde entonces, la vida de Dios habita en nosotros. El soplo de su amor, de su verdad y de su bondad.

El evangelio nos llama pues a vivir en el espacio del soplo de Jesucristo y a recibir la vida de él, de modo que él inspire en nosotros la vida auténtica, la vida que ya ninguna muerte, nos podrá arrebatar.

«La paz con vosotros» dice Jesus a los discípulos. Esta paz no es algo, sino que es él mismo que se nos da especialmente en la Eucaristía; en la comunión de vida con Cristo y así llevar la paz de Cristo al mundo.

Que el Espíritu nos guíe en el conocimiento de la paz que viene del Señor y de cumplir sus mandatos, es decir de poder identificarnos con la voluntad del Padre, que se nos da en el momento presente y que quiere que nos salvemos y lleguemos a la verdad plena en el amor.  

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La Ascensión del Señor

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En esta fiesta de la Ascensión, la comunidad cristiana mira a Jesus que a los cuarenta días de la resurrección tal y como hemos escuchado en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, «fue elevado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos».

Jesus, en este misterio de su ascensión, nos muestra que él es el camino para ir al Padre y que con la fuerza del Espíritu, como celebraremos el próximo domingo, nos sostiene en nuestra peregrinación diaria  mientras vamos de camino, hasta que un día nos encontremos con él en el cielo.

La Eucaristía es una especie de ensayo de esa representación final. Frente a ese final, toda alegría y toda tristeza no dejan de ser algo provisional y todo apunta hacia ese lugar definitivo, que no está aquí, en este mundo, aunque es en este mundo donde nos vamos acercando a él en la medida en que se va transformando, de manera que poco a poco algo de este mundo pasa a formar parte del otro.

Cada Eucaristía es ocasión para que tenga lugar la ascensión de un poco de esta tierra al cielo. En cada Eucaristía nos vemos invitados a escoger, a elevarnos, a separarnos un poco de esta tierra. Tal vez preferíamos agarrarnos bien a lo que somos o a lo que tenemos, pero no olvidemos que adonde está nuestro tesoro, estará también nuestro corazón. Y si de verdad amamos a los que amamos, será con él y estando en él como los amaremos de verdad y para siempre y esa será nuestra verdadera alegría. Estar con Cristo y estar con todos los que amamos y con nosotros mismos, es una misma cosa.

En este día muchos comulgan por primera vez, anticipamos esa comunión plena, definitiva y eterna de todos los bautizados en Cristo, de todos los hombres de buena voluntad. Cuando pasará este mundo.

En este día una cierta nostalgia nos inunda, porque sentimos ese deseo de eternidad que anida en nuestro corazón, el deseo de contemplar sin velos el rostro de Dios. Pero es el momento de reconocer también que Cristo, no nos deja y que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

El espíritu nos recuerda continuamente el camino que es Cristo, el camino de las bienaventuranzas. Es el camino que brota de la muerte y resurrección de Cristo, que pasa por tanto por el sufrimiento, pero es a la vez el camino de la alegría santa, porque en Cristo ascendido al cielo, nuestra humanidad ha sido ensalzada, elevada mucho más allá de nuestros estrechos horizontes y que solo podemos ver y conocer creyendo, esperando y amando.

Jesus, ascendido, vuelto al Padre, permanece con nosotros, solo ha cambiado de aspecto, lo encontramos en el pobre, y en el que sufre. La meta  es verlo glorioso, pero si antes lo acogemos en nuestro corazón por medio de la oración y en la acogida mutua, siendo así signos de su amor que sin dejar de ser encarnado acaba siendo un amor glorificado

6º Domingo de Pascua, Ciclo A

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Hermanas y hermanos:

En la primera lectura de los Hechos de los apóstoles, hemos escuchado que, tras una violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, a excepción de los apóstoles, se dispersó en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llegó a una ciudad de Samaría. Allí predicó a Cristo resucitado y numerosas curaciones acompañaron su anuncio, de forma que la ciudad se llenó de alegría, es decir, que donde llega el Evangelio florece la vida como en un terreno árido que, regado por la lluvia, esa lluvia que tanto esperamos, inmediatamente reverdece. De modo que, como Jesús anunciaba el reino de Dios, los discípulos anuncian que Cristo ha resucitado y que es el Señor, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del Espíritu.

Necesitamos, no solo el agua material sino también el agua que es Cristo vivo presente en nosotros y en nuestro mundo.

La segunda lectura, tomada de la primera carta de San Pedro, nos dice que glorifiquemos en nuestro corazón a Cristo el Señor y que estemos prontos a dar razón de la esperanza a todo el que nos la pidiere. Es decir que cultivemos una relación con Cristo y que esa relación ilumine todas nuestras relaciones y avive la esperanza, que da sentido y fortaleza a nuestro vivir de cada día.

Necesitamos para ello, vivir con la mirada del corazón dirigida a Cristo que nos dice en el Evangelio: «si me amáis, obedeceréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros».

El Espíritu, es definido como «otro paráclito», es decir como un abogado defensor. Si el primer paráclito es el Hijo encarnado, que vino para defender al hombre del acusador, en el momento en el que Cristo regresa al Padre, el Padre envía el Espíritu como Defensor y Consolador, para que permanezca para siempre con los creyentes, habitando dentro de ellos, de forma que entre Dios Padre y nosotros, se establezca una relación, por la mediación del Hijo y del Espíritu.

María, es para nosotros, motivo de alegría y de esperanza, porque es la que nos lleva a Jesus y nos invita a no temer. Hoy en Valencia la recordamos como madre de desamparados, madre de los que necesitan, de la luz, del consuelo de la esperanza y de la caridad, en definitiva, madre de todos, madre nuestra. Pidámosle que nos acompañe siempre y en todas partes y haga de nuestra tierra y de nuestro mundo un espacio en el que los hombres reencuentren la alegría de vivir como hijos de Dios.

5º Domingo de Pascua, ciclo A

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En el Evangelio de este domingo hemos escuchado que Jesus dice a los discípulos que tengan fe en él, porque él es el camino, la verdad y la vida. Es el camino que conduce al Padre, la verdad que da sentido a nuestra vida y la fuente de esa vida que no tiene fin.

No olvidemos que, Creer en Dios y creer en Jesus, no son dos actos separados, sino un único acto de fe. La plena adhesión a la salvación llevada a cabo por Dios Padre pasa por su Hijo Unigénito, en quien Dios se ha dado un rostro, como confirma la respuesta de Jesús a Felipe: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre».

Jesucristo, con su encarnación, muerte y resurrección, nos ha librado del mal, del pecado y de la muerte, mostrándonos así el rostro misericordioso de Dios. Luego es por él y con él, como nosotros podemos vivir de un modo nuevo, como hijos en el Hijo, que también realizan sus obras: «En verdad, en verdad os digo -dice el Señor-: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago».

El es el que resucitado de entre los muertos, se convierte en piedra angular de ese templo que es obra del Espíritu y que está formado por todos nosotros, los que por el bautismo nos hemos convertido en piedras vivas de dicho templo.

Esto supone seguirlo, en lo cotidiano de cada día, a través de la sencillez de nuestras acciones, pues ahí en nuestro día a día es donde Dios va haciendo en nosotros y a través de nosotros, su actuar, que se da también por medio de la sencillez y a través de lo humano, pues se hace hombre, pero de tal modo que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por los grandes y en cambio ser reconocido, por los pequeños y pobres. Padece y muere, y como resucitado, llega a ser reconocido por los suyos, por medio de la fe, a los que se les muestra en el camino, como escuchábamos en el relato de los discípulos de Emaus.

Pues bien, este Jesus, vivo, nos llama también a nosotros hoy a seguirle y verle como camino, verdad y vida, que nos conduce al Padre.  De modo que el camino al Padre será dejarse guiar por Jesús, por su Palabra de Verdad, y acoger el don de su Vida.

Que nuestra vida, y nuestras acciones, sean un anuncio tanto de forma explícita como implícita de Jesucristo, camino, verdad y vida, de manera que como se nos narra en los Hechos de los apóstoles, la palabra de Dios se extienda, el número de discípulos aumente y muchos puedan adherirse a la fe.

4º Domingo de Pascua, Ciclo A

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Este domingo en el que la liturgia nos presenta a Jesus como buen pastor, se celebra también, la jornada mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y misionera y al matrimonio cristiano.

El Evangelio nos presenta un bello icono: el del buen pastor.

San Juan, en el Evangelio describe a Jesús como el pastor que mantiene una relación tan estrecha con el rebaño, que nadie podrá arrebatarlo de su mano. Y a su vez, las ovejas están tan unidas a él, que poseen su misma vida. Ello se manifiesta a través de la escucha y el seguimiento: «las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.»
la escucha de su Palabra, es la que hace posible y alimenta la fe. Y es esa escucha atenta la que nos permite en todo momento ver y hacer lo que es conforme a su querer, de manera que al escuchar las palabras de Jesús: «yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia», descubramos que Dios sostiene y defiende la vida incluso en los momentos más adversos, es alguien que da fuerzas para comenzar siempre de nuevo y alguien que alimenta en nosotros una esperanza indestructible.

De la escucha atenta, deriva también el seguimiento, pues como nos decía el Apóstol San Pedro, en la segunda lectura, se actúa como discípulo cuando se ha acogido interiormente las enseñanzas del maestro, para vivirlas, pues: «con sus heridas, fuimos curados».

Pero no podemos olvidar que las vocaciones, surgen en medio de ambientes familiares sanos y fortalecidos por la fe, pues solo así uno puede salir de la propia voluntad cerrada en sí misma y centrada en la propia autorrealización, para poder sumergirse en otra voluntad, como es la de Dios y dejarse guiar por ella.

Necesitamos escuchar la voz del Señor en medio de tantas voces, no solo para tener vocaciones, sino para ser fieles a la llamada de Dios que nos hace por medio de Jesucristo, buen pastor, de manera que todos podamos alimentarnos de él en los sacramentos y vivir en la alegría del que venciendo la muerte ha resucitado y nos llama a vivir una vida nueva mediante la renovación de nuestro bautismo en el nombre del Señor Jesus, por medio de la reconciliación y así podamos vivir como aquellos que le reconocen como Señor y como Mesías, tal y como nos recordaba la primera lectura de los Hechos de  los apóstoles.

3º Domingo de Pascua, Ciclo A

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El Evangelio de este domingo nos presenta a los discípulos de Emaus. Se trata de un lugar que no ha sido localizado con certeza, lo que nos permite pensar que en realidad representa todos los lugares, es decir que el camino que lleva a Emaus es el camino de todo cristiano, más aún de todo hombre. En él es donde se hace presente Jesús para reavivar en nuestro corazón la fe y la esperanza al partir el pan.

«Nosotros esperábamos…», dice uno de ellos. Como diciendo: hemos creído, hemos seguido, hemos esperado…, pero ahora todo ha terminado. También Jesús de Nazaret, que se había manifestado como un profeta poderoso en obras y palabras, ha fracasado, y nosotros estamos decepcionados.

Hoy también, podemos decir que, para muchos, la esperanza de la fe ha fracasado, debido a experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor. El problema del mal, del dolor y del sufrimiento, el problema de la injusticia y del atropello, los que emigran de otras tierras y parecen que atentan contra aquello que somos… Todo lleva a los cristianos de hoy a decir con tristeza: nosotros esperábamos que el Señor nos liberara del mal, del dolor del sufrimiento, del miedo, de la injusticia.

¿Qué nos dice el relato ante todo esto? En primer lugar, que necesitamos escuchar la palabra de Dios a la luz de la muerte y resurrección del Señor, para que ilumine nuestra mente y nuestro corazón y nos ayude a encontrar un sentido a nuestra vida.

En segundo lugar, que también es necesario sentarse a la mesa del Señor, convertirse en sus comensales para que el sacramento de su cuerpo y de su sangre nos conceda una mirada nueva que nos permita mirarlo todo y a todos con los ojos de Dios y de su amor. De hecho, la primera parte del relato nos recuerda, la escucha de la Palabra a través de la Sagrada Escritura y la segunda parte, la comunión con Cristo presente en el sacramento de su cuerpo y de su sangre. Luego en este texto se nos muestra ya la estructura de la misa con la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

El camino de Emaus, es como un espejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo, que se sienten abandonados por el Señor, pero puede llegar a ser también un camino de purificación y de maduración en la fe. Una fe que se alimenta de la palabra de Dios y de la Eucaristía.

La Iglesia y todos nosotros en ella en la medida en que nos alimentamos de esta doble mesa, nos vamos renovando en la fe, la esperanza y la caridad.

Que encontremos siempre en la Eucaristía el signo de esa presencia de Cristo que con nosotros está  y nos acompaña en nuestro caminar.

En la fiesta de San Vicente Ferrer, 2023

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San Vicente Ferrer, nace en 1350 en Valencia en el seno de una familia cristiana formada por Guillen Ferrer y Constanza Miquel.

Cerca de la casa de los Ferrer está el Convento de Santo Domingo, que Vicente ya de niño empieza a frecuentar y en el que poco a poco va perfilando su vocación.

El contacto con aquellos frailes le hace recapacitar y ver que es lo que Dios quiere de él y no duda en decir si a lo que Dios le pide: ser Fraile predicador.

No fue fácil dar el paso, parece ser que los impedimentos se multiplicaban, pero finalmente y acompañado de su madre ingresó en el Convento de Santo Domingo exclamando:« solo vos Señor, solo vos».

Sus primeros años de formación transcurren en Valencia, y posteriormente en Lérida y Barcelona. Pronto se observa en él un talante especial y una inquietud por saber y por dar lo que sabe a ejemplo de Santo Domingo.

De regreso a Valencia, ocupa diferentes cargos, hasta ser nombrado Prior, pero también es cada vez mas conocido y valorado en su saber y en su predicación hasta tal punto que el Papa lo llama como hombre de confianza.

El accede, pero, reconoce que esa situación no debe alargarse, entre otras cosas porque estamos en un momento de cisma y esto deberá acabar pronto. Todo lo cual le lleva a una profunda crisis que incluso parece hacer en mella en su salud, hasta el punto de que parece ser que una rara enfermedad está acabando con su vida.

Pero en esos momentos de debilidad es cuando, la presencia de Jesucristo y de Santo Domingo, tal y como el relata, le invitan a recuperarse y a predicar el Evangelio.

Algunos verán en este detalle el sentido apostólico de su apostolado, pues al igual que los apóstoles es enviado por Jesucristo a predicar y a anunciar el Evangelio.

Comienza así la segunda etapa de la vida del santo. Una etapa marcada por la predicación, tan peculiar suya y por los signos que la acompañan.

Muchos pueblos y ciudades sienten la fuerza de su palabra y de sus signos puesto que detrás de ellos hay alguien que posee la fuerza de Espíritu, pues de lo contrario no podría realizar esos signos ni pronuncia semejantes palabras. Pensemos en sermones de cuatro y cinco horas, de largas caminatas, de vida penitente y de muchas horas dedicadas a la oración y al trato con los demás.

Son los últimos veinte años de su vida. Veinte años que son los que le convertirán en el gran apóstol que todos conocemos y que, en medio de una situación histórica marcada por la pobreza, el analfabetismo, la enfermedad y la muerte, a todos lleva la esperanza y la confianza que vienen del Señor muerto y resucitado y a todos anuncia el Evangelio de la paz. De ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, San Vicente a todos lleva la buena nueva de la salvación que Dios nos ha otorgado por medio de Jesucristo. Un antes y un después se puede observar tras su presencia en dichos pueblos y ciudades. Tras su predicación muchos recobran la fe, se reconcilian con Dios, rehacen su vida y desean entregarse a las buenas obras. La salvación ha llegado y en aquel pueblo o ciudad todos le recordarán porque además en muchos de ellos ha dejado signos palpables, milagros que prueban la fuerza y la verdad de la palabra predicada.

Cada año al recordarlo, todos sentimos también un sentimiento profundo de gratitud y de admiración hacia él, por su respuesta a Dios y por su dedicación plena y total al ejercicio de la predicación sin interponer nada que lo pudiera impedir.

La fuerza de su palabra fue capaz de levantar un mundo que estaba caído y en la oscuridad, lo que es para nosotros también un claro ejemplo de la fuerza del Evangelio. Y como éste evangelio vivido y anunciado tiene la fuerza de regenerar al hombre y de convertirlo en nueva creatura, capaz de amar y de hacer posible un mundo mejor.

Pidámosle que nunca nos falte la fuerza de su ejemplo ni su intercesión, para que todos nosotros podamos ser testigos de Jesucristo allí donde estemos y donde nos encontremos. En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

2º Domingo de Pascua

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TURIN, ITALY – MARCH 13, 2017: The The painting The Doubt of St. Thomas in Church Chiesa di Santo Tomaso by unknown artist of 18. cent.

El 2º Domingo de Pascua es el domingo de la divina misericordia desde que en el jubileo del año 2000, S.Juan Pablo II estableció que en toda la Iglesia el domingo que sigue a la pascua, además de domingo in albis, se denominara también Domingo de la misericordia divina.

En él escuchamos el pasaje del Evangelio de Jn 20, 19-31 en que el apóstol Tomás, en un primer momento muestra sus dudas ante el mensaje que recibe de los demás apóstoles sobre la presencia de Cristo resucitado entre los que se reúnen en su nombre y que después el mismo reconsidera al cerciorarse de que efectivamente el Señor ha resucitado y proclama dichosos a los que creen sin haber visto, es decir a todos nosotros.

Esta es la bienaventuranza de la fe, que se nos da para que podamos vivirla y proclamarla en unión con Cristo muerto y resucitado por nosotros, rico en misericordia con todos.

Esta bienaventuranza de la fe, encuentra su modelo en María a la que se dirige Isabel diciendo: “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Ella es la que sostuvo la fe de los apóstoles. Si bien María no aparece en las narraciones de la resurrección, ella es la madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad.

También la segunda lectura de 1 Pe 1,3-9, nos habla de la fe. En ella San Pedro escribe lleno de entusiasmo indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y de su alegría, cuando les dice: “No habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”. Todo esto indica que el cristiano está en una nueva realidad, la de la resurrección, que es la que hace posible la fe. Y esto como hemos manifestado en el salmo: “es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”. Es patente a los ojos de la fe.

Por la fe, nos adentramos también en la misericordia de Dios, que es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Este amor de misericordia es el que se hace presente en la iglesia por medio de los sacramentos, especialmente el de la reconciliación y también por medio de la caridad.

De la misericordia divina, que pacifica los corazones, brota además la auténtica paz en el mundo. Que implorando la misericordia de Dios podamos realizar lo que resulta imposible a las solas fuerzas humanas como es, la necesaria paz en el mundo.

Domingo de resurrección

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Hermanas y hermanos:

¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya! La resurrección de Cristo ha significado un antes y un después, no solo en nuestra vida, sino de la condición humana en general. Cristo vencedor de la muerte, hace posible un mundo nuevo y de ahí brota la vida de la Iglesia y de todos y cada uno de los cristianos.

Esto lo vemos entre otras cosas en la distribución del tiempo. El sábado, el séptimo día de la semana, era el día del descanso y ahora es sustituido por el primer día que es el Domingo. La estructura de la semana se ha invertido. Ya no se dirige hacia el séptimo día, para participar en el reposo de Dios, porque lo importante ya no es el ultimo día de la semana sino el primero, el día del encuentro con el resucitado.

Si el sábado era el día del descanso tras la creación. Ahora, el verdadero descanso acontece el día en que todo es nuevamente creado en Cristo. De modo que el día de descanso pasa a ser el día primero y no el último, que será el día de la nueva creación. Nosotros pues, celebramos el primer día de la creación y así celebramos a Dios creador, que se ha hecho hombre; que padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Celebramos la victoria del creador y de la creación. De manera que definitivamente se ha realizado el proyecto de Dios: «vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno».

Jesus es el nuevo Moises. Si Moises fue el que Dios hizo salir del agua del mar. Jesus es ahora el nuevo y definitivo pastor que lleva a cabo lo que Moises hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte.

Esto es lo que ocurre en el bautismo. En él el Señor nos toma de la mano y nos conduce por el camino que atraviesa el mar rojo de cada tiempo, el tiempo en el que nos toca vivir y nos introduce en la vida eterna, en la vida verdadera y justa, para que caminemos con él por la senda que conduce a  la vida.

El bautismo es también el sacramento de la luz, pues en él se nos da la fe. Así la luz de Dios entra en nosotros y así es como nos convertimos en hijos de la luz.

En la Iglesia antigua, el sacerdote invitaba a los fieles después de la homilía a mirar a Cristo en una imagen en el ábside o en la cruz con la expresión: «volvamos al Señor». Se trataba de manifestar ese hecho interior de la conversión. De dirigir nuestra mirada hacia Jesucristo y de este modo, hacia el Dios vivo, hacia la luz verdadera. También se decía algo que aun conservamos: «levantemos el corazón». Con ambas exclamaciones se invitaba a renovar el bautismo.

Que en esta pascua también nosotros podamos volver al Señor, renovar nuestro bautismo, siendo hombres y mujeres pascuales, hombres y mujeres de luz, llenos del fuego de su palabra y de su amor. 

Viernes Santo

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En este día de viernes santo la parte central de la liturgia la constituye la adoración de la cruz. Por tres veces cantamos que la cruz es fuente de salvación para todos. Cada una de esas tres veces representa una época o una fase de la historia de la salvación: la primera representa la cruz prefigurada en el Antiguo Testamento; la segunda, la cruz hecha realidad en la vida de Cristo, «la cruz de la historia»; la tercera, la cruz celebrada en el tiempo de la Iglesia, «la cruz de la fe».

De esta forma proclamamos que la cruz atraviesa toda la historia de la salvación.

Está presente ya en el Antiguo testamento, como figura, está presente en el Nuevo Testamento como acontecimiento, y está presente en el tiempo de la Iglesia como sacramento o como misterio.

En el Antiguo Testamento, es el árbol de la vida plantado en medio del jardín, el árbol del conocimiento del bien y del mal, ante el que se consuma el rechazo del plan de Dios para el hombre. En el Deuteronomio, se asocia a una maldición: maldito -se dice- el que cuelga de un árbol, pero también de madera era el arca en el que la humanidad se salvó del diluvio, con el bastón golpeó Moises las aguas del mar rojo y con unas maderas volvió dulce el agua de Mará.

Ya en la vida de Jesus, no ya en figura como en el Antiguo Testamento sino en la realidad de la historia, la cruz era el suplicio más infame reservado a los esclavos culpables de los mayores delitos. Todo estaba pensado para hacer ese suplicio lo más degradante posible. En tiempo de los apóstoles la palabra: cruz o crucificado, no se podía escuchar sin que un escalofrío atravesase el cuerpo. Para un judío era una maldición, pues estaba escrito: maldito el que cuelga de un madero

Y ya en el tiempo de la Iglesia y a la luz de la resurrección, la cruz es el lugar donde se ha cumplido el misterio de la religión, de toda religión. Donde el nuevo Adán dijo sí a Dios por todos y para siempre. Donde el nuevo Moises, con el madero abrió el nuevo Mar Rojo y con su obediencia, transformó las aguas amargas del pecado en las aguas dulces de la gracia y de bautismo. Donde nos rescató de la maldición de la ley haciéndose por nosotros un maldito. En resumen, la cruz como nos dirá San Pablo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. En definitiva, es el nuevo árbol de la vida plantado en medio de nosotros.

Lo que ha ocurrido en la cruz es que en ella Dios ha destruido el mal, sin destruir nuestra libertad. Y no lo destruye derrotándolo con la fuerza sino cargando con él, sufriendo con él en Cristo sus consecuencias y venciendo el mal con el bien: el odio con el amor, el pecado con la obediencia, la violencia con la mansedumbre, la mentira con la verdad. Más aún, Jesus no destruye al enemigo sino la enemistad y lo hace en sí mismo y no en los demás.

La cruz como dirán los santos padres es el eje del mundo que hace que este pueda girar en una nueva dirección: la de la justicia, el amor y la paz. El reino de Dios ha llegado y nosotros estamos llamados a hacerlo realidad, con la fuerza de Espíritu.     

Jueves Santo

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Sorrento, Italy – November 8, 2013: Stained glass window depicting Jesus and the twelve apostles on maundy thursday at the Last Supper in the cathedral

En el jueves santo, celebramos el día del amor fraterno y el día en que Jesús instituye la Eucaristía. Hemos leído el texto del lavatorio de los pies de Jn 13,1-15, que comienza con un lenguaje solemne: «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Estamos ante la hora de Jesus. Con la expresión: «hasta el extremo» San Juan nos remite a las ultimas palabras de Jesus en la cruz: «todo está cumplido», indicándonos que se ha realizado la transformación del hombre, de ser incapaz de Dios, ha pasado a ser «capax Dei», capaz de Dios. La redención se ha realizado, de forma que ahora podemos afirmar no que nosotros amamos a Dios, sino que él nos ha amado a nosotros y que, con la fuerza de ese amor manifestado en Cristo, podemos amar como él nos ha amado.

Su amor nos habilita y nos hace capaces de amar y de perdonar, y ese es el significado de lavar los pies. En ello consiste el mandamiento nuevo, que es primero don y luego llevar a cabo el don.

Dia tras día nos cubrimos de muchas clases de suciedad, de palabras vacías, de prejuicios, de comprensiones falsas que contamina nuestro corazón y lo incapacitan para el bien.

Las palabras de Jesus, nos invitan a lavarnos continuamente y así ser capaces de entrar en la comunión con Dios y con los hermanos. Pero ese amor que se nos da y que está en la base de todo, quiere ser en nosotros vida nueva y así comprendemos las palabras que dice Jesús a sus discípulos y a todos nosotros al final del relato: «os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros a otros como yo os he amado». Esto es: amar en comunión con su amor. Este mandamiento no es una nueva norma complicada, sino la novedad del don que nos hace capaces de amar a su manera, es decir, totalmente y hasta el final; no de forma parcial.

Y puesto que Dios es siempre el que nos ofrece sus dones, la Eucaristía, memorial del amor total de Cristo, será la acción de gracias por esos dones, concretamente por la nueva vida que él nos da por su mediación.

Pero el lavatorio de los pies es también ejemplo, don al servicio del hermano. «Si yo os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».

Debemos lavarnos los pies unos a otros en el mutuo servicio diario del amor. Debemos lavarnos los pies también y fundamentalmente en el sentido de que nos perdonamos continuamente unos a otros.

El jueves santo nos exhorta a no dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro se transforme en un veneno para el alma y así purificando la memoria, nos perdonemos de corazón, lavándonos los pies unos a otros y poder participar en la Eucaristía, banquete y memoria de su amor de entrega y perdón.   

Domingo de Ramos, Ciclo A

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Tras la profesión de fe de Pedro, Jesús se puso en marcha hacia Jerusalén para la fiesta de la pascua, memorial de la liberación de Egipto y signo de la esperanza de la liberación definitiva y allí va a inaugurar una nueva Pascua como cordero que se inmola.

Sabe que en los dones misteriosos del pan y del vino, se entregará por siempre a los suyos y les abrirá un camino de liberación hacia la comunión con el Dios vivo, un camino al que Jesus nos invita si es que nos atrevemos a seguirle en su camino de cruz, porque en la cruz, en su abajamiento, es donde comienza nuestro ascenso hacia Dios; en la medida en que vamos dejando atrás nuestra soberbia y nuestro orgullo, que nos atraen hacia el mal y no nos dejan elevarnos hacia Dios.

Pero ¿cómo liberarnos de ese peso que nos abaja y poder ascender a la altura de nuestro verdadero ser, a la altura de la divinidad?

Muchos pensadores como San Agustín o Santo Tomás han dado por sentado que la fuerza del hombre y de todas sus purificaciones no bastan para llevarlo a la altura de lo divino, solo Jesucristo es el que hace aquello que nosotros no podemos hacer, pues nos eleva a la altura de Dios a pesar de nuestra miseria. Jesucristo, en su amor crucificado, es el que nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto.

Vayamos con el Señor hacia Jerusalén, hacia lo alto, purificados por la contrición y  reconociéndonos necesitados del perdón, manifestemos al Señor nuestro deseo de ser justos, de que nos lleve él hacia lo alto y nos haga capaces de abandonar la soberbia que nos ciega y así nos permita albergar un corazón puro.

Dejémonos guiar por él hacia Dios, para aprender de Dios mismo el modo correcto de ser hombres.

El no viene para destruir, no viene con la espada, el viene a curar, a sanar y a mostrarnos a Dios como el que ama y su poder como el poder del amor de modo que amarle, pasa por amar al prójimo como a nosotros mismos y el verdadero culto, será en Espíritu y verdad, en nuestro interior y junto a los que le buscan con sincero corazón.

5º Domingo de Cuaresma, Ciclo A

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Este quinto domingo de Cuaresma leemos el Evangelio de la resurrección de Lázaro, que junto con la samarita y el ciego que es curado, forman una enseñanza encaminada a los que se bautizaban en la noche de pascua. Este fue el último gran signo antes de que el sanedrín decidiera la muerte de Jesús.

El Evangelista destaca su amistad con Lázaro y con sus hermanas Marta y María diciendo a los discípulos: «lázaro nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo». Con esta metáfora del sueño expresa el punto de vista de Dios sobre la muerte física: Es un sueño del que se puede despertar.

El Evangelio insiste también en la compasión que siente Jesus por el dolor de la separación y llora junto a los que han ido a ver a Marta y a María, manifestando así la ternura de Dios.

El Profeta Ezequiel en la primera lectura, anuncia al pueblo que está en el destierro, lejos de la tierra de Israel, que Dios abrirá los sepulcros de los deportados y los hará regresar a su tierra para descansar en paz en ella. Este deseo de ser sepultado junto a los antepasados, indica ese anhelo de una patria que nos acoja al final de nuestra vida terrena.

Pero por lo general, la fe en la resurrección y en la vida eterna va acompañada de dudas y de confusión. Por eso Jesus viene a decirnos hoy: «yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». Y añadió: «¿crees esto?» Esta pregunta nos la dirige también a nosotros, lo que supone una capacidad de abrirnos y abandonarnos a él, que es el que derrumba el muro de la muerte, porque la muerte no tiene poder sobre él. La resurrección de Lázaro es signo de su dominio total sobre la muerte física, que ante Dios es como un sueño.

Pero hay otra muerte: la muerte espiritual. Cristo murió para vencer esta muerte y su resurrección no es regreso a la vida precedente sino a la vida junto a Dios.

Así pues, estar en comunión con Cristo es vencer a la muerte, por eso los Padres de la Iglesia llamaron a la Eucaristía: «medicina de inmortalidad», pues por la Eucaristía entramos en contacto y aun más, en comunión con el cuerpo resucitado de Cristo y con su vida ya resucitada. La Eucaristía, hace también posible la comunión y esa es la vida verdadera, la vida eterna, que es la que da sentido a nuestro vivir cristiano.

Cuentan de unos prisioneros de guerra, expuestos al frio y al hambre, que al volver dijeron: «pude sobrevivir porque sabía que me esperaban, sabía que yo era esperado». Este amor que los esperaba fue la medicina eficaz contra todos los males.

También a nosotros nos espera el Señor, y no solo nos espera, sino que ya nos tiende la mano a todos, para que le encuentre el que le busca. Aceptemos esa mano y pidámosle que nos conceda ya ahora una vida abundante fraterna y en su presencia. 

San José, esposo de María, padre de Jesús y protector de toda la Iglesia

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Si en el evangelio de Lucas encontramos el anuncio del ángel a María, en el Evangelio de Mateo, encontramos el anuncio a José.

En este anuncio, el ángel manifiesta a José su misión de padre del hijo nacido de María por obra del Espíritu Santo y que será el Mesías de Israel, el Salvador (significado del nombre hebreo «Jesús»). José es el que impuso efectivamente, este nombre, recibido del ángel. Cada vez que repetimos el santo nombre de Jesús, Le recordamos de alguna manera a él.

Dios interviene en la historia y he ahí el motivo de nuestra esperanza. Hoy recordando a San José, vemos que esta intervención de Dios en la historia, la realiza contando con nosotros, y con nuestra capacidad de decisión. Lo vemos en María y lo vemos en José el cual, por su justicia, esto es por su humildad, acoge las palabras del ángel y así hace posible el designio de Dios.

Esta justicia tiene que ver también con el don de la fe, pues como nos decía la segunda lectura  con respecto a Abraham, éste es el que creyó en la promesa, en el plan de Dios, de ahí que se ha convertido en padre de los que creen. Y la fe de Abrahan, puesto que está ligada a la promesa de Dios, puede ser llamada también esperanza pues: «creyó contra toda esperanza». Abrahan entra así en la perspectiva de Dios que es el que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.

El creyente es el que puede convertirse en destinatario y no solo en espectador de acontecimientos que solo pueden ser atribuidos a Dios.

José es uno de esos hombres y mujeres de fe que jalonan la historia y nos acercan a Dios y hacen presente su designio de amor

Obediencia y humildad figuran en la base de la justicia de José y eso junto a la misión que Dios le confió, le colocan en la cima de la santidad cristiana junto a María su esposa.

Una vieja oración popular terminaba diciendo: «San José Maestro de la vida interior, enséñame a orar, a sufrir y a callar». Como un diamante en bruto, esta pequeña oración recoge la vivencia de San José. Pero este diamante, lo tendremos que ir puliendo hasta que nos muestre toda la belleza, verdad y bondad, que se esconden en él.

4º Domingo de cuaresma, ciclo A

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El domingo pasado, Jesús prometió a la samaritana el don del «agua viva». Este domingo Jesús cura al ciego de nacimiento, revelándose como «luz del mundo». El domingo próximo, resucitando a su amigo Lázaro, se presentará como «la resurrección y la vida». Agua, luz y vida, son los símbolos del bautismo, que nos libra de la esclavitud del pecado y nos da la vida eterna. Todo nos recuerda que el tiempo de cuaresma era para los primeros cristianos el tiempo de preparación al bautismo en la gran vigilia pascual de la noche santa.

Hoy es también el domingo «laetare», que nos invita a alegrarnos, a regocijarnos, como proclama la antífona de entrada de la celebración eucarística. Para nosotros, la razón de esa alegría es Jesus que cura al ciego y que pasa de la luz de los ojos a la luz de la fe. «¿Crees en el hijo del hombre?…creo Señor»(Jn 9,35-38). La fe que ilumina nuestra vida es motivo de alegría y de gozo.

En contraposición de esta alegría están los fariseos que no quieren aceptar el milagro y se niegan a aceptar a Jesús como Mesías.

Por otra parte están los discípulos, que según la mentalidad de aquel tiempo consideran que la ceguera es fruto del pecado, suyo o de sus padres. Jesus, por el contrario, rechaza este prejuicio y afirma: «Ni este pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios». Jesus manifiesta la voluntad de Dios que quiere que el hombre tenga vida y vida en abundancia.

Y nosotros ¿qué actitud adoptamos frente a Jesús? También nacimos ciegos por el pecado de Adán, pero en la fuente bautismal fuimos iluminados por la gracia de Cristo. El pecado nos había destinado a la muerte, pero en Cristo muerto y resucitado resplandece la novedad de la vida y la meta a la que estamos llamados. En su nombre podemos vencer el mal con el bien.

Jesus con un poco de tierra y de saliva hizo barro y lo unta en los ojos del ciego, un gesto que alude a la creación del hombre, cuando Dios lo saca de la tierra modelada y animada por el soplo divino. Luego Jesus es el que con la curación realiza una nueva creación y este será el sentido de todas sus curaciones y milagros.

Finalmente, tanto Jesus como el ciego son expulsados de la sinagoga pero al ciego curado Jesus le revela que ha venido al mundo para distinguir a los ciegos curables de los que no quieren curarse, porque cegados por el egoísmo y el orgullo, prefieren las obras de las tinieblas a las de la luz.

Que también nosotros, nos dejemos curar por Jesús en esta cuaresma y que, confesando nuestra miopía, nuestra ceguera, nuestro orgullo, nos preparemos a renovar la gracia del bautismo en la gran vigilia pascual.

3º Domingo de Cuaresma, ciclo A

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Todos tenemos el peligro de no buscar en Dios la respuesta a las expectativas más íntimas del corazón, sino de utilizarlo como si estuviera al servicio de nuestros deseos y proyectos.

En la primera lectura de Ex 17,3-7, el pueblo hebreo que sufre en el desierto por la falta de agua, se lamenta y llega a levantarse contra Moises. Incluso llega a poner en duda la presencia de Dios. Concretamente, el texto que hemos leído dice así: «Habían tentado al Señor diciendo: “Está o no está el Señor en medio de nosotros”» (Ex 17,7) El pueblo exige a Dios que salga al encuentro de sus expectativas y exigencias, en lugar de abandonarse confiado en sus manos, y en la prueba pierde la confianza en él. Esto mismo nos ocurre a nosotros cuando no sabemos abandonarnos a la divina voluntad y quisiéramos que Dios realizara nuestros designios y colmara todas nuestras expectativas, lo que muestra una religiosidad contaminada por elementos mágicos o meramente terrenales.

El tiempo de cuaresma nos invita a la conversión. El salmo responsorial nos recordaba: “No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”» (Sal 94, 7-9).

El símbolo del agua aparece también en el Evangelio que hemos escuchado de Jn 4,5-42. En el diálogo con la samaritana Jesus le pide: «dame de beber» una petición que pone en marcha en la mujer un proceso que finalmente le lleva a ella a pedir a Jesus agua, manifestando así que en toda persona hay un deseo profundo de Dios y de su salvación. Una sed que solo puede saciar el agua que ofrece Jesús, el agua viva del Espíritu.

El prefacio que leeremos en la misa de hoy dice: «al pedir agua a la samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer fue para encender en ella el fuego del amor divino».

En ese diálogo de Jesús con la samaritana, nos vemos reflejados también nosotros y nuestras comunidades y especialmente va dirigido a los que se preparan a recibir el bautismo, la confirmación y la comunión.

La samaritana se transforma en figura del que se ha iniciado en la fe, que desea el agua viva y es purificado por la palabra y la acción del Señor.

Pero también a todos nosotros ya bautizados, se nos invita a redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, el verdadero deseo de Dios que vive en nosotros. Jesus quiere llevarnos hoy al encuentro con él, y de ahí nace la fe y el testimonio, pues una vez que el Señor conquista el corazón de la samaritana su existencia se transforma y corre inmediatamente a comunicar la buena nueva a su gente.

2º Domingo de Cuaresma, ciclo A

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Después de haber escuchado el domingo pasado el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, este domingo, se nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la de la transfiguración. Si bien el primero nos recuerda el gran duelo de Jesús en la pasión, la luz de su cuerpo transfigurado nos recuerda la gloria de la resurrección.

Así pues, estos dos domingos, nos invitan a fijarnos en los dos pilares que sostienen el camino de la cuaresma hacia la Pascua y de toda la vida cristiana, esto es: el paso de la muerte a la vida. Dice el texto que sus vestidos se volvieron blancos. Los padres, dirán que esa blancura simboliza la Escritura que por el misterio de la transfiguración se vuelve clara, transparente y luminosa. Así es, pues nosotros no podemos acercarnos al misterio de Cristo en la Escritura sino es porque Dios nos permite comprenderlo, acogerlo y amarlo. Y al igual que los discípulos, nosotros también estamos llamados a contemplar su gloria y como ellos, poder anunciar al mundo que esa gloria es la gloria del Padre. En una palabra, que, por medio de Jesucristo, nosotros tenemos acceso a él. 

El relato acontece en el monte Tabor, el monte es en la tradición bíblica el lugar del encuentro con Dios. Es el lugar de la oración. Y Jesús quiere compartir con los suyos, un momento de especial relevancia e intensidad. Es una teofanía, es decir, un espacio en el que Dios se manifiesta. Por una parte, Jesús manifiesta su gloria a los Apóstoles, para que tengan la fuerza a la hora de afrontar el escándalo de la cruz. Por otro lado, la voz del Padre, que resuena desde lo alto, proclama que Jesús es el hijo predilecto, como el Hijo en el jordán, solo que ahora añade: «escuchadlo».

A nosotros esto nos dice que el camino de Jesus es el que nos conduce a la vida eterna y que para ello es necesario escucharle y seguirlo por el camino de la cruz, pero llevando en el corazón la esperanza de la resurrección.

La transfiguración es pues, la revelación de la íntima compenetración de su ser con Dios lo que le convierte en luz pura. En ese ser uno con el Padre, Jesus pasa a ser luz. Nosotros por el bautismo, que es la manifestación de que somos hijos de Dios, hemos pasado a ser iluminados y hemos pasado también a ser luz para los demás.

Que también nosotros podamos participar de esta visión, por medio de la Eucaristía e insistiendo en este tiempo cuaresmal, de manera especial en la oración continua y en la escucha de la palabra, como también privándonos de algo que nos permita mantener viva la presencia, aparte de las renuncias impuestas por el peso de la vida diaria. 

       

Primer Domingo de Cuaresma

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El pasado miércoles, miércoles de ceniza, entrábamos en la cuaresma ¿qué significa entrar en la cuaresma?

Significa que entramos en un tiempo que nos llevara a la Pascua y en el que vamos a experimentar, como Jesus en el desierto que el mal, está presente en nosotros, en nuestro mundo y a nuestro alrededor y que lejos de descargar el mal en los demás, en la sociedad o en Dios, reconocemos nuestra responsabilidad en él y nos disponemos a afrontarlo de forma consciente. Así lo hizo Jesús y así se nos invita a hacerlo a nosotros. Por tanto, un camino de seguimiento, que renovamos y afianzamos al entrar en la cuaresma

De este modo, queremos manifestar nuestro deseo de afrontar el mal junto con Cristo y llegar con él por el camino del desierto, que es el camino de la cruz a la victoria del amor sobre el odio, del compartir con los demás sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia.

Así pues, entramos en la cuaresma porque también nos sentimos tentados, de abandonar a Dios, para abandonarnos a nosotros mismos, a nuestro orgullo, a nuestro pecado. Y por ello se nos invita a entrar en el desierto para encontrarnos con la palabra de Dios y dejarnos guiar por ella, para encontrarnos con el Dios de Jesucristo, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

Para salvar a la humanidad, Dios interviene en la historia, eligiendo un pueblo y liberándolo de la esclavitud para conducirlo a la salvación.

Dios sigue liberando a su pueblo, a todos nosotros, por medio de Jesucristo, que es el que nos salva del mal del pecado y de la muerte; del dominio del tentador, origen y causa de todo pecado y que se opone con todas sus fuerzas a ese plan salvador como lo vemos en el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto que hemos proclamado en este domingo primero de cuaresma.

Entrar en la cuaresma es entrar en un tiempo litúrgico en el que lo fundamental va a ser ponerse del lado de Cristo y vivir con él nuestra lucha contra el mal. La escucha de la Palabra, la oración, el ayuno, la limosna, los sacramentos, serán para nosotros vías que nos llevarán a estar con él y a no separarnos de él que es el que consuma y lleva a cabo nuestra salvación.   

Miércoles de Ceniza

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Con el gesto de la imposición de la ceniza comenzamos la cuaresma, un tiempo fuerte que nos llevará a la Pascua.

La primera lectura, del profeta Joel nos invita a una penitencia interior, a rasgar el corazón, no las vestiduras. Esta conversión es posible porque Dios es rico en misericordia y grande en amor. Se nos invita a experimentar el amor misericordioso de Dios y a dejarnos convertir por él.

En la Segunda lectura de 2ª Corintios, el apóstol nos invita a mirar al Señor y a su santo nombre: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» esto es, que respondamos a la llamada de su amor misericordioso y que como «cooperadores suyos no echemos en saco roto la gracia de Dios». Es decir que seamos Evangelio viviente para los demás.

En el Evangelio de Mateo, Jesús, hace una relectura de las obras de misericordia, previstas por la ley de Moisés y que fueron poco a poco cayendo en un formalismo exterior e incluso en un signo de superioridad.

Jesus nos invita a salir de una practica centrada en nosotros y vivirlas como medio de confianza en Dios.

Es un triple ejercicio de confianza en Dios. Por el ayuno pasamos de la confianza en todo lo que nos alimenta, no solo el alimento corporal sino, también todo lo que nos rodea y nos sirve de alimento: medios de comunicación, redes sociales… a reconocer que Dios es nuestro verdadero alimento. El ayuno va unido a la abstinencia que es nuestra manera de unirnos a aquellos que no tienen lo necesario para vivir y su alimentación es pobre y precaria. A través de ellos, con todos los que sufren por cualquier causa.  

Unido al ayuno y la abstinencia está la limosna. Nuestro ayuno tiene también un sentido solidario de ayuda a los demás con nuestras limosnas.

Y lo que da sentido a todo, que es la oración, que nos permite ayunar de nosotros mismos para abrirnos a Dios y a los demás. Jesús tanto en el desierto como en Getsemaní, vive de forma intensa la oración. Oración en diálogo con el Padre, a solas, de tú a tú. Oración que desenmascara los engaños del tentador. Oración que alcanza su culmen en la cruz, en la que nos abre el corazón de Dios.

La oración nos abre a Dios y a los demás y es la que mueve el mundo y nos introduce en la realidad de lo que lo sostiene y rige.     

7º domingo del T.O. Ciclo A

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La primera lectura del libro del levítico nos habla de la llamada a la santidad. Y junto a esta llamada a la santidad encontramos también la llamada a amar al prójimo como a sí mismo, que Jesus invoca cuando le preguntan por el mandamiento más importante de la ley. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo serán pues el resumen de la ley, que tiene como meta la santidad de Dios, es decir la participación de su misma vida.

En el Evangelio seguimos escuchando el sermón de la montaña y hoy Jesus nos da una clave para vivirlo: «Sed perfectos, como vuestro padre celestial es perfecto».

Ser santo, o ser perfecto, nos parece algo muy elevado, algo que está al alcance de muy pocos; a la mayoría esto nos viene un poco grande, pero en realidad se trata de vivir como hijos de Dios cumpliendo su voluntad. Si Dios es Padre, nosotros debemos vivir como hijos, y el hijo es el que sabe lo que al Padre le gusta y lo pone por obra.

Jesús, nos recuerda como nosotros podemos hacer lo que a Dios le agrada:

«Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro padre celestial». Esto es algo profundamente nuevo y a la vez nada nuevo, es algo que o lo hacemos en el nombre de Jesús o no lo hacemos. Esto supone un estar en él y un vivir en él que es el que cumple la voluntad del Padre, entregándose por todos nosotros. He aquí el amor en su expresión máxima, pues nadie había dado su vida por un enemigo y Jesus lo ha hecho. Luego eso de amar a los enemigos, él lo cumple hasta las últimas consecuencias.

¿Seremos nosotros capaces y dignos de vivir en este amor?

Sí, en la medida en que nos sabemos inmersos en el amor de Dios. Alguien decía que, si un pez se pusiera a enumerar lo que le rodea, lo último de que se daría cuenta es de que está rodeado de agua. Pues también nosotros, en la medida en que tomamos conciencia de que el amor de Dios nos rodea, podemos vivir, expresar y manifestar ese amor que es el que movió a Jesus a dar su vida por nosotros cuando aún éramos pecadores.

Este es el estilo de vida, tan antiguo como a la vez nuevo, que el Señor inauguró y que nos hace caminar por la senda de la santidad y de la perfección. Este es el estilo de vida que han vivido todos los que se ha tomado en serio su ser cristiano.

Que podamos pues amarnos y acogernos como hermanos e hijos del Padre que está en los cielos y participar así de su perfección.          

6º Domingo T.O. Ciclo A

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Después de exponer las bienaventuranzas, que son la carta magna del Reino, Jesus, nos habla en el Evangelio de hoy de Mt 5,17-37 de la plenitud de la ley: «no he venido a abolir, [es decir a quitar la ley] sino a dar plenitud». Y dirigiéndose a los discípulos añade: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos».

¿Pero en qué consiste esa plenitud de la ley y esa mayor justicia?

Jesús lo explica mediante una serie de antítesis o contrastes entre la manera de vivir los antiguos mandamientos y la manera de vivirlos ahora. Por ejemplo, cuando dice: habéis oído que se dijo a los antiguos no matarás, y el que mate será reo de juicio. A lo que añade: Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano, será procesado». Y así hasta seis veces. Claro que ese «yo os digo» sobre todo a los que le escuchan no deja de ser inquietante ya que está indicando ni más ni menos que él tiene la misma autoridad de Dios, fuente de la ley. Entonces Jesus es el que nos da el Espíritu, el que lleva la ley a su plenitud, de forma que deja de ser algo vacío para ser algo lleno, lleno de amor.

Si hemos entendido bien el mensaje de las bienaventuranzas, el mensaje de que Dios nos ama en nuestra realidad, sea la que sea, entonces ese amor de Dios nos mueve a amar y esa es la plenitud de la ley, esto es: Amar como Dios ama y más aún, saber que ese amor no se acaba, como hoy a veces escuchamos, sino que es un amor que tiende también a la plenitud, como nos decía San Pablo en la segunda lectura de I Corintios 2,6-10: «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman y Dios nos lo ha revelado por Espíritu». Por tanto, es el Espíritu el que nos hace vivir de un modo nuevo, no ya en el mero cumplimiento, sino en el amor que se da, que se entrega, que perdona, que acoge, que es fiel, que nos da una mirada nueva, que nos mueve al respeto mutuo y a la piedad sincera.

Seguir a Jesús es acogerle en el otro, especialmente en el que sufre y hacer posible una sociedad más solidaria y mas cristiana. El camino que él nos invita a recorrer es el que él mismo recorrió, el de la entrega sin límite, y que pasa por la afirmación del otro, en el que se descubre la imagen de Dios, de forma que amar al prójimo es amar a Dios.

La primera lectura del libro del Eclesiástico nos invitaba a saber escoger la senda que hemos de seguir: «Ante los hombres está la vida y la muerte y a cada uno se le dará lo que prefiera».

5º Domingo del T.O. Ciclo A

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El Evangelio de las bienaventuranzas del domingo pasado nos permitió ver que la vida del cristiano es nueva ya que ha descubierto que tiene sentido, y que no es absurda, pues estamos llamados en medio de todo lo que vivimos  y nos rodea a la felicidad de saber que nada nos puede separar del amor de Dios; la consecuencia de todo ello es lo que hoy nos dice el Evangelio: que el cristiano es sal y es luz.

La sal, es para nosotros sinónimo de preservación de los alimentos y de sabor. Para el hombre oriental es también sinónimo de Alianza, de solidaridad, de vida y de sabiduría. La luz es para nosotros, sinónimo de vida.

Cuando Dios crea, la primera obra que realiza por medio de su Palabra es la luz. Por eso la Palabra de Dios se la compara con la luz, como se proclama en los salmos: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» y nosotros estamos llamados por tanto y en este sentido, a ser luz. El profeta Isaías nos lo recordaba en la primera lectura: «Cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el medio día»

El que sigue a Jesús, está llamado por tanto a ser sal y luz. Como sal está llamado a dar sabor y a hacer que el mundo no se corrompa, de la misma forma que la sal impide que se corrompan los alimentos. Como luz está llamado a recordar que Jesucristo es la luz del mundo, y como tal es el que hace nuevas todas las cosas.

San Pablo en la segunda lectura, nos habla también de esa sabiduría que es fuerza de Dios y que fundamenta nuestra fe. «Me presenté ante vosotros débil y temeroso, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios». «La fuerza se realiza en la debilidad», nos dirá en otro lugar.

Dios no necesita de nosotros, pero se hace presente por medio de nosotros. Somos nosotros los que necesitamos de Dios, porque él es nuestra fuerza y esa fuerza se hace presente, cuando desaparece nuestro orgullo y nos convertimos en apóstoles y profetas, en sal y luz capaces de iluminar las sombras y poner sentido a lo que somos y hacemos.

Que vivamos alegres en su presencia y juntos invoquemos su Santo Nombre.  

4º Domingo del T.O. Ciclo A

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El Evangelio nos presenta este domingo el primer gran discurso que Jesús dirige a la gente allá en las colinas que rodean el lago de Galilea. El Evangelio nos lo presenta así: «al ver Jesús la multitud, subió al monte: se sentó y se acercaron sus discípulos».

Jesús aparece, así como el nuevo Moises que proclama desde el monte el Evangelio de las bienaventuranzas, que son la carta magna del reino, donde declara bienaventurados a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los misericordiosos, a quienes tienen hambre y sed de justicia, a los limpios de corazón, a los perseguidos. ¿Qué es todo esto sino la expresión del deseo más profundo que hay en nuestro corazón? ¿No es este un deseo que toca nuestra condición humana en lo más profundo? ¿no deseamos todos que la pobreza termine, que el que llora deje de hacerlo, que el perseguido deje de estarlo? Pues bien, Jesús declara que este deseo profundo de nuestro corazón es también el deseo de Dios.

En efecto, cuando Dios consuela, sacia el hambre de justicia y enjuga las lágrimas de los que lloran. Las bienaventuranzas son, un pasar de la cruz a la resurrección, en nuestra existencia. Son en definitiva un retrato del Hijo de Dios, de Jesús, que se deja perseguir, despreciar hasta la condena a muerte, a fin de dar a los hombres la salvación.

Dice Pedro de Damasco, un antiguo eremita. Que «las bienaventuranzas son dones de Dios, y debemos estarle muy agradecidos por ellas y por las recompensas que de ellas derivan, es decir, el Reino de los cielos en el siglo futuro, la consolación aquí, la plenitud de todo bien y misericordia de parte de Dios…una vez que seamos imagen de Cristo en la tierra».

En la medida en que somos imagen de Cristo, vivimos las bienaventuranzas.

Y vivir las bienaventuranzas, es vivir y recorrer la historia de la santidad cristiana porque como escribía San Pablo: Dios ha escogido lo débil del mundo para humillar lo poderoso; ha escogido lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta (1ª Cor 1,27-28) y en otro lugar dice: ¿Quién nos separara del amor de Dios, manifestado en Cristo: la angustia, ¿el hambre la persecución, la tribulación, la indigencia, el peligro, la violencia? (Rom 8,35-39)

San Agustín, otro grande, nos dice que «lo que ayuda no es sufrir estos males, sino soportarlos por el nombre de Jesús, no solo con espíritu sereno, sino incluso con alegría».

Hermanas y hermanos, hoy es un buen día para animarnos a seguir a Jesus por este camino de las bienaventuranzas y como María vivir en continua alabanza y acción de gracias, por poderlo hacer.

3º Domingo del T.O. Ciclo A

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Este Domingo seguimos abundando en la Novedad que ha supuesto la venida de Cristo en una carne como la nuestra.

El comienzo de la predicación marca el inicio del ministerio de Cristo. Esta comienza con una aclamación breve pero llena de significado: «convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»; todo ello unido a la llamada de los discípulos y a la curación de los enfermos. Y lo hace lejos de los centros de poder como son Judea o Jerusalén, cumpliendo así la palabra profética que escuchábamos en la primera lectura y que recoge también el evangelista: la tierra de Zabulón, la tierra de Neftalí. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y en sombras de muerte y una luz les brilló.

Todo se resume, en una palabra: «Evangelio». Una palabra que en tiempos de Jesús la usaban los emperadores romanos para sus proclamas que independientemente de su contenido, eran consideradas buenas nuevas, es decir, anuncios de salvación, porque el emperador era considerado el señor del mundo, y sus edictos buenos presagios. ¿Por qué se aplica esta palabra a la predicación de Jesús? Pues sin duda que con ello se da un reto y un desafío ya que aplicar esta palabra a la predicación de Jesús equivale a decir que es Dios y no el emperador el Señor del mundo, y que el verdadero Evangelio es el de Jesucristo.

Así pues, la proclamación de Jesucristo es tremendamente, novedosa y desafiante, pues indica que Dios es quien reina, que Dios es el Señor y que su señorío está presente, es actual, se está realizando.

Esta cercanía del Reino de Dios es la que se da con Jesucristo, como queda demostrado en las curaciones y milagros que realiza. En resumen, el reino de Dios es la vida que triunfa sobre la muerte y la luz de la verdad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira.

Que también nosotros vivamos la pasión por el reino que animó la vida de Jesús, pasión que tiene dos aspectos: pasión por Dios y pasión por el hombre.

San Pablo en la segunda lectura, nos invita a no andar divididos. Algo tan habitual a veces, sino que miremos a Jesucristo y veamos en él al que da la vida por todos. Por tanto, solo él, y en su nombre es como nosotros, podemos alcanzar la salvación, la alegría, el perdón la paz y la unidad. No caigamos en el desánimo ni en la desesperanza, porque son muchas las dificultades o porque son muchas las trabas que a veces nos podemos encontrar. Solo el que vive en Cristo, vence, como él ha vencido, solo el que vive en Cristo puede comprometerse de manera eficaz con la verdad, el amor, la justicia y la paz.

2º Domingo del T.O. Ciclo A

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Dios quiere que todos los hombres se salven. En la primera lectura de Isaías 49,3.5-6 el profeta anuncia que esa salvación llegará hasta los confines de la tierra y esto vemos que se realiza en Jesús, que entrega su vida, su sangre, como diremos en la consagración por muchos, es decir por todos. A nosotros siempre nos costará entender ese proyecto universal de salvación por parte de Dios, porque nos creemos los únicos que se salvan, pero ese es algo que en el fondo deseamos: una comunidad humana universal en paz y en armonía.

San Pablo en la segunda lectura de 1ª Cor 1,1-3 se dirige a los corintios y a todos nosotros presentándose como apóstol, él que ha sido perseguidor y que ha recibido una misión, demostrando así que Dios es más fuerte y grande que nuestras debilidades, limitaciones y que su proyecto de salvación desborda esas limitaciones, previsiones y resistencias humanas. Esa misión consiste en anunciar el nombre de Jesucristo, el único nombre capaz de salvarnos, pues para nosotros la salvación es, vivir en Cristo, ya que el que vive en Cristo es una nueva criatura, lo viejo, el hombre viejo y sus obras han quedado atrás y ha comenzado lo nuevo.

Nosotros, que hemos sido consagrados e incorporados a Cristo por el bautismo, hemos de mantener esta consagración en medio de nuestra fragilidad mediante la invocación de su santo Nombre, y así poder vivir y encontrar en él esa novedad de vida que llamamos, salvación o redención. Un buen programa para el año que comienza.

El Evangelio nos muestra a Juan como el precursor y mensajero que anuncia la presencia de Jesús y nos invita a descubrirlo a cada uno de nosotros: «he aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». El es el que carga con nuestras miserias y transforma la iniquidad en santidad. En él, hemos renacido por el agua y el Espíritu para hacer posible un mundo nuevo, viviendo como hijos de Dios, y para ello nos da el Espíritu Santo.

En la etapa anterior, aparecía el Espíritu sobre los encargados de llevar adelante el proyecto salvador de Dios, lo que ocurría de forma esporádica. En cambio, con Jesús entramos en la época del Espíritu como don total, permanente y para todos. He ahí la gran novedad, que ha supuesto el tiempo inaugurado por Cristo. Que sepamos asumir vivir y alegrarnos en esta novedad del Espíritu.

El Bautismo del Señor

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Nos recordaba Benedicto XVI en una de sus homilías, que todo el misterio de Cristo en el mundo se puede resumir con esta palabra: bautismo, que en griego significa «inmersión».

El hijo de Dios, que desde la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu Santo la plenitud de la vida, se sumergió en nuestra realidad de pecadores para hacernos participar de su misma vida: se encarnó, nació como nosotros, creció como nosotros y, al llegar a la edad adulta, manifestó su misión por medio del bautismo de conversión que recibió de Juan el bautista.

Juan no quería, pero Jesús insistió porque era esa la voluntad del Padre. De este modo, Jesús manifiesta que aceptó hacerse hombre en obediencia al Padre y manifiesta así que es el hijo de Dios, verdadero Dios como el Padre. Es el que se rebajó para hacerse uno de nosotros, el que se hizo hombre y se humilló hasta la muerte y muerte de Cruz.

¿Porqué el Padre quiso eso nos podríamos preguntar? El relato insiste que cuando salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma y que se escuchó la voz del Padre que lo proclama Hijo predilecto.

Jesús es pues el que nos da el Espíritu y el bautismo cristiano, a diferencia del de Juan será bautismo en el Espíritu, es decir bautismo que nos introduce en la vida de Dios, en la vida eterna, es decir, que nos lleva a la situación original anterior al pecado.

San Pablo nos dice en la carta a los romanos, que hemos sido bautizados en la muerte de Cristo para tener su misma vida de resucitados. Entrar en el bautismo, es por tanto entrar en la muerte de Cristo para resucitar con él.

El bautismo de Jesús se sitúa pues en la lógica de la humildad y de la solidaridad con el hombre y con su condición. Haciéndose bautizar por Juan juntamente con los pecadores, Jesús comenzó a tomar sobre sí el peso de la culpa de toda la humanidad, como cordero de Dios que quita el pecado del mundo, obra que consumó en la cruz, cuando recibió también su «bautismo».

Por tanto, Cristo es el que nos da el bautismo en el Espíritu por el que quedamos libres del pecado y de la muerte. De ahí que el bautismo sea un gran don.

Hoy estamos llamados todos a descubrir este don de estar bautizados y de pertenecer a la familia de los hijos de Dios.

Que podamos dar testimonio de esta fe a lo largo de toda nuestra vida.

La Epifanía del Señor

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En la solemnidad de la epifanía, seguimos contemplando y celebrando el misterio del nacimiento de Jesús. Lo que hoy subrayamos es que este nacimiento tiene un significado universal. Al hacerse hombre en el seno de María, el Hijo de Dios vino no solo para el pueblo de Israel, representado por los pastores de Belén, sino también para toda la humanidad, representada por los Magos.

El Evangelio de Mt 2,1-12 que acabamos de escuchar, nos invita a meditar y a orar sobre los magos y sobre su camino en busca del Mesías.

Para conocer mejor a los magos y entender su deseo de dejarse guiar por los signos de Dios, veamos lo que encontraron en su camino.

Se encontraron con Herodes, que estaba interesado en el niño pero no para adorarlo sino para eliminarlo. Es un personaje que a nosotros, no nos cae bien y lo juzgamos de forma negativa, pero deberíamos preguntarnos si también nosotros consideramos a Dios como un rival, porque pensamos que pone límites a nuestra vida y no nos permite disponer de nuestra existencia como nos plazca.

Pero Dios no es un rival sino el único que puede ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría.

Se encontraron también con los estudiosos de las escrituras, pero como nos dice San Agustín, éstos a veces les gusta ser guías para los demás, indican el camino, pero no caminan, se quedan inmóviles. También nosotros tenemos la tentación a veces de considerar las escrituras como algo de estudio para los especialistas y no como el Libro que nos señala el camino para llegar a la vida, que nos dice qué es el hombre y como puede realizarse.

Se encontraron también con la estrella porque buscaban a Dios en la creación, su sabiduría, y sobre todo su amor. También nosotros, como los magos, estamos llamados a descubrir los signos de Dios, su verdad, su sabiduría y ver como el que creó el mundo y el que nació en una cueva en Belén son el mismo Dios, que nos interpela, que nos ama y que quiere llevarnos a la vida eterna.

Sobre la gran ciudad, la estrella desaparece. Para aquellos hombres, era lógico buscar al nuevo rey en el palacio real, donde se encontraban los sabios consejeros de la corte. Pero con asombro tuvieron que constatar que aquel recién nacido no se encontraba en los lugares de poder, aunque ellos sí le puedan dar informaciones valiosas sobre él. Entonces la estrella los guio a Belén, una pequeña ciudad; los guio hasta los pobres, los humildes, para encontrar al rey del mundo.

Así pues, vemos que Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor que encontramos en Belén. En la aparente impotencia de su amor está su fuerza y su poder. Allí es donde debemos ir.

El lenguaje de la creación nos ayuda a descubrir a Dios pero al final es necesario escuchar la voz de la Escrituras que son la verdadera estrella que nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad divina.

Que nosotros nos dejemos interpelar e iluminar por la palabra de Dios, por la estrella, que es Cristo Jesús, de manera que también nosotros podamos ser estrellas para los demás, reflejo de su luz y lo que celebramos hoy, que es luz para todo el mundo.

Maternidad divina de María

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El primero de año, viene marcado por esta fiesta de Santa María, madre de Dios, que dio carne al Hijo del Padre eterno.

En el nombre de María madre de Dios y de todos los hombres, desde el 1 de enero de 1968 se celebra en todo el mundo la jornada mundial de la paz.

La paz es un don de Dios como hemos escuchado en la primera lectura de Num 6,22-27. Es el don mesiánico por excelencia. El primer fruto de la caridad que Jesús nos ha dado es la paz, fruto de nuestra reconciliación y pacificación con Dios. Es también un valor humano que se ha de realizar en el ámbito social y político.

No podemos ceder al desaliento frente a la violencia y la guerra, por tanto, hemos de orar insistentemente para que lleguen a buen fin todos los esfuerzos para promover y construir la paz en el mundo y hacerla realidad en nuestras relaciones cotidianas.

Por María, el Hijo de Dios, pudo venir al mundo, en la plenitud de los tiempos, como nos recordaba la segunda lectura de Gal 4,4-7. Esa plenitud de los tiempos es Jesucristo, Palabra definitiva del Padre. Al empezar un nuevo año, se nos invita a considerar que el tiempo, pertenece a Dios, que Cristo es la plenitud del tiempo, y que hacia él apunta todo tiempo.

El Evangelio de Lucas 2,16-21 nos recuerda la imposición del nombre de Jesús, mientras María participa en silencio, meditando en su corazón sobre el misterio de su Hijo. Pero el acento se pone en los pastores que se volvieron alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto. Es el misterio del Verbo encarnado el que hace que la maternidad de María sea divina. María es madre de Dios en virtud de su relación con Cristo de manera que glorificando al Hijo es como se honra a la madre y honrando a la madre se glorifica al Hijo.

Ella, que dio la vida terrena al Hijo de Dios nos da a nosotros la vida divina que es Cristo mismo, el príncipe de la paz.

Que esta paz que es Cristo mismo inunde nuestra vida y haga posible un mundo nuevo en el que todos los hombres y mujeres sean respetados.

Diálogo entre generaciones; educación y trabajo como instrumentos para construir una paz verdadera, es el lema de este año. Es necesario que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad, nos recuerda el papa.

Que María nos acompañe en este nuevo año; que obtenga para nosotros y para todo el mundo el deseado don de la paz.

Noche Buena y Navidad, Ciclo A

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Llegó el momento esperado durante siglos: la venida del Señor. Cómo debió preparar María este momento, y como debió ser su sorpresa al ver que no había sitio en la posada.

Esa posada somos nosotros, que esperamos y aguardamos la venida del Señor, pero cuando llega, estamos tan ocupados que ya no queda en nosotros ni un espacio para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios.

Pero ahí está María y José y los pastores. Ahí están los magos, pues como nos dice el Evangelio de Juan, 1,12: «a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.

Dios entra en el mundo y en la historia, pero la hace haciéndose pequeño y pobre de modo que solo los pequeños y los pobres lo ven y así por medio de ellos, es como comienza un mundo nuevo en el que cielo y tierra se unen. Esto es lo que indica el canto de los ángeles en la noche de Navidad. Los padres dirán que los ángeles son el signo de la alegría que supone el que cielo y tierra vuelven a estar juntos; y también porque el hombre en Jesucristo se ha unido a Dios. A partir de ahora, hombres y ángeles cantan juntos. Esta es la novedad, esta es la nueva situación, el mundo nuevo que ha comenzado.

San Agustín, lo expresa refiriéndose al Padre nuestro y concretamente al decir la frase: Padre nuestro que estás en los cielos. Entendiendo los cielos, como los santos y los justos. De manera que así como el hombre viejo es llamado: «tierra». El hombre nuevo, renovado por Cristo, es llamado: «cielo».

El cielo, por tanto, no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón de Dios, que en la noche santa ha descendido hasta un establo, signo de la humildad de Dios que es ni más ni menos que el cielo. Entrar en el cielo es pues, entrar en la humildad de Dios y salir al encuentro de esa humildad de Dios es tocar el cielo lo que supone también, renovar la tierra. Un cielo y una tierra nuevos .

Este niño es la Palabra eterna de Dios, que une a la humanidad y la divinidad, quedando superada la distancia infinita entre Dios y hombre. Esto lo vemos, sobre todo, a partir de su muerte y de su resurrección con la que abre al hombre la dimensión de la vida eterna en la comunión con Dios. Él es, por tanto, el primogénito, el primero que inaugura para nosotros, el estar en comunión con Dios y la hermandad en la que somos de la misma familia de Dios que comienza en el momento en el que María envuelve en pañales al primogénito y lo acuesta en el pesebre.

En la Navidad con los ángeles, cantamos la gloria de Dios, y con ella la paz, a los hombres. Ambos extremos: la Gloria de Dios y la paz en la tierra se unen en la noche santa, de una vez y para siempre. Cantar en esta noche la gloria de Dios es proclamar la salvación del Hombre y la paz que viene de sabernos amados por Dios.

Que esta buena noticia nos inunde y nos haga participes de ese amor y de esa alegría que nos transforma y transforma el mundo.

4º Domingo de Adviento

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Llegamos al final de este tiempo de Adviento, un tiempo en el que hemos renovado la esperanza haciendo hincapié en esa súplica que tanto hemos repetido: «Ven Señor Jesus», y es que la presencia del Señor es siempre motivo de alegría.

Pues bien, este grito que no solo impregna el Adviento, sino que atraviesa toda la historia de la salvación, ha de seguir vivo en nosotros, porque cuando el Señor viene, nuestro corazón cambia y entonces en el mundo se difunde la justicia y la paz.

Ante este grito del Adviento, la Iglesia responde con la misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes; anunciar que Jesus es el Señor, de manera que acoger la buena noticia significa a su vez el darla; acoger a Dios que viene a nosotros en la Navidad, es un don que nos cambia y nos hace mensajeros del amor de Dios a todas las gentes. En una palabra: acoger a Cristo es acoger a la humanidad entera y dejar así que nuestra libertad se oriente hacia la verdad y el bien de todos.

La alegría de la Navidad ya cercana, nos lleva a anunciar a todas y a todos, la presencia de Dios en medio de nosotros, que alienta nuestro vivir y nuestro obrar.

La primera lectura del profeta Isaías 7,10-14, nos presenta el rechazo de Acaz de una señal departe de Dios, motivado por el hecho de que seguramente, ya había decidido recurrir a la ayuda del poder de Asiria, en lugar del total abandono en Dios como quería el profeta. Pero Dios sigue llevando adelante su proyecto de salvación a pesar de nuestras vacilaciones y es él mismo, el que nos dará una señal que exige la fe: la de un niño frágil que nace de una virgen y asume el nombre simbólico de: «Dios con nosotros», garantizando así el futuro de su pueblo.

Todo esto nos recuerda el misterio de Jesús. Que nace de mujer, de María y por tanto es hombre, pero su nacimiento es obra del Espíritu Santo, aplicándole literalmente la profecía de Isaías, que llamaba a aquel niño: «Dios con nosotros».

El Evangelio de Mt 1,18-24, nos presenta la figura de José, que nos recuerda que al misterio de Dios se accede por la fe y que es por su fe por la que es llamado justo. El justo José, nos recuerda así, que el hijo, todo hijo, es una realidad que no pertenece a sus progenitores y que precisamente por eso, se acoge con gozo y como promesa de esperanza. La fe da así un sentido nuevo a las cosas y a las relaciones. En la segunda lectura de Rm 1,1-7 Pablo, se nos presenta como: «Apóstol por vocación, para proclamar el Evangelio prometido por Dios». Nos recuerda así, que Dios es gratuito, pero no barato, y que su gratuidad, exige de nosotros una entrega a su plan de salvación para todos los hombres.

3º Domingo de Adviento Ciclo A

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Durante este tiempo de Adviento, nos acompaña casi diariamente el profeta Isaías que se dirige al pueblo judío desterrado en Babilonia después de la destrucción del templo de Jerusalén y habiendo perdido la esperanza de volver a la ciudad santa. En la Primera lectura de Is 3-5,1-6ª.8.10, nos recuerda que dicho cambio radical es posible porque el Señor viene y manifiesta su gloria: «mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros». Y es que, la venida de Dios capacita al hombre para la acción: «fortaleced las manos débiles» vuelve a poner en marcha a los inseguros: «afianzad las rodillas vacilantes» e imprime una nueva personalidad capaz de decidirse con valentía: «Decid a los cobardes no temáis».

Las palabras del Apóstol Santiago 5,7-10 en la segunda lectura, nos invitan no solo a la alegría sino también a ser constantes y pacientes en la espera del Señor que viene, y a serlo juntos, como comunidad, evitando quejas y juicios. Se pone al agricultor como ejemplo de quien sabe esperar, pues tiene la certeza de que la semilla dará fruto, al igual que los profetas que hablaron en nombre de Dios y tuvieron la osadía de hacerlo, confiando en él.

En el Evangelio de Mt 11,2-11, el bautista que había anunciado la venida del juez que cambia el mundo, ve que el mundo sigue igual, de ahí que pide a sus discípulos que vayan a Jesus y le pregunten: ¿eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? A lo largo de la historia muchos han hecho esa pregunta creyendo que hay que cambiar el mundo de un modo más radical y han dicho: ¡No es él! ¡No ha cambiado el mundo! Ahora bien, nosotros sí lo vamos a cambiar mediante: imperios, dictaduras, totalitarismos y lo han hecho, pero de modo destructivo y de todo eso no ha quedado sino un gran vacío y una gran destrucción. En cambio, en la respuesta de Jesús a Juan, vemos que lo que cambia al mundo no es la revolución violenta, ni las grandes promesas, sino la silenciosa luz de la verdad y de la bondad de Dios, que es el signo de su presencia, que nos da la certeza de que somos amados hasta el fondo, de que no caemos en el olvido, ni somos producto de la casualidad, sino de una voluntad de amor. La alegría cristiana brota de esa certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Alegría que está en lo profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en él.

Que como María, vivamos en Adviento, es decir, en la cercanía del Señor, orando y esperando su venida.

Inmaculada Madre

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La liturgia del Adviento queda enriquecida con esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de María.

Ella no solo anticipa las promesas de Dios, sino que es un vivo anuncio de la llegada del Mesías, ya próximo.

Mientras se va acercando y se escuchan sus pasos en las páginas del Antiguo Testamento, se va delineando, luminosa y misteriosa a la vez, la figura de la madre del Mesías.

El misterio de su limpio y puro aparecer en la escena de este mundo fue el secreto mejor guardado de Dios y una autentica obra de su grandeza y bondad. De manera que tanto en este como en otros misterios de María, dejó su firma de artista, en la inmensa pureza y en la gracia abundante con la que quiso que fuera la humanidad nueva y la nueva creación.

Inmaculada significa sin mancha, esto es, sin sombra de pecado, sin el más mínimo rasguño, ni la más ligera imperfección. Pero esa exclusión de mancha o de pecado no es sino el revés de la medalla. La cara de la medalla, es como la llama el ángel: llena de gracia. Esto es: la pureza en positivo. Es decir, un volcarse de Dios en su amor sobre ella, la plenitud de los favores de Dios en ella, la semejanza más perfecta posible en una criatura, la plenitud de la bendición, para que en ella se salve el proyecto divino de ser nosotros, sus hijos, llamados a ser en su presencia, santos e inmaculados por el amor.

Los orientales llaman a la Virgen Panaguia, esto es, la toda santa; la suponen impregnada de Espíritu Santo, plasmada por Él, ungida y perfumada.

Pura llama de amor en el fuego del Espíritu, la llama San Juan de la Cruz.

Desde el principio, solo lleva en su alma, la huella de Dios su creador. Ya desde el principio, María no sólo está plasmada por el Espíritu, sino que en ella el Espíritu actúa y todo en ella es respuesta total al amor de Dios.

Que la llena de gracia interceda por nosotros y nos llene de esperanza ante la venida del Señor, para que, en medio de la debilidad, la podamos llamar madre y así podamos también alcanzar la plenitud de la gracia divina.

2º Domingo de Adviento, Ciclo A

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Un renuevo que brota de un tronco. Con esta imagen, la primera lectura del Profeta Isaías, 11,1-10, nos muestra como en medio de la destrucción vuelve la vida, como signo de la fidelidad de Dios a sus promesas. En ese renuevo vemos a Jesús nacido en Belen, de la estirpe de David, que lleno del Espíritu actuará en favor de los pobres, abriendo de este modo el mundo a la esperanza, como si de un nuevo paraíso se tratara. Esto es posible porque: «el país está lleno de la ciencia de Dios» y desde que la humanidad conoce a Dios, a través de Jesucristo y de los cristianos, cambia la faz de la tierra.

En la segunda lectura de Rom 15,4-9 Pablo subraya el tema de la aceptación recíproca. Unas palabras que se dirigen a los cristianos de origen judío y a los de origen pagano, indicándoles que todo lo que hace el cristiano debe estar marcado por la acogida y la edificación recíproca, pues el que está firme en la esperanza acepta las propias limitaciones y las de los demás con paciencia. El ejemplo como nos dice el Apóstol es Cristo, que se hizo servidor de los judíos para probar que Dios es fiel al cumplir las promesas hechas a nuestros antepasados. Pero también acoge misericordiosamente a los paganos para que glorifiquen a Dios, como dice la Escritura.

El Evangelio, de Mateo, 3,1-12, nos presenta la predicación de Juan el bautista con su potente invitación a la conversión y a la penitencia introduciendo así, la predicación de Jesús. El motivo es que «está cerca el reino de los cielos». Es decir, que Dios quiere reinar y quiere arrancar de cuajo la raíz de los males humanos como son: el pecado, las enemistades, el egoísmo. Pero él es también consciente de su propia insuficiencia y de que sus palabras cobran valor en la medida en que viene otro que bautizará con Espíritu Santo.

La venida de este otro, es lo estamos preparando en el Adviento. Cuando Juan pronuncia estas palabras, él está presente ya, pero aún no de forma manifiesta. De ahí la importancia de vivir el ahora del momento presente como el lugar en el que Dios nos invita a vivir con esperanza, aguardando el cumplimiento final de la soberanía de Dios a través de su juicio escatológico final.

Es en el hoy, en el presente donde nos jugamos el futuro. La voz del gran profeta nos pide que preparemos el camino del Señor que viene en los desiertos de hoy, tanto interiores como exteriores, y en los que experimentamos la sed del agua viva que es Cristo.

María nos acompaña a fin de que podamos sintonizar nuestra mentalidad con el Evangelio.

1 Domingo de Adviento, Ciclo A

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Comenzamos el tiempo de Adviento, tiempo de esperanza con la lectura del profeta Isaías 2,1-5 que nos llama como el salmo que escuchamos, a caminar alegres hacia el encuentro del Señor, porque como nos decía San Pablo en la Segunda lectura de Rom 13, 11-14: «nuestra salvación está cerca».

Con esta certeza, emprendemos este tiempo de Adviento que el Señor nos regala, y con el que queremos renovar la esperanza que él tiene en nosotros y consecuentemente de nosotros en Él.

A lo largo de estas cuatro semanas, la liturgia nos invitará a encontrar en Jesús apoyo y a no perder jamás la confianza en él. También nos recordará que no debemos cansarnos de invocarlo ni de salir a su encuentro sabiendo que él mismo viene continuamente a visitarnos, en la prueba, en la enfermedad, en cualquier circunstancia. También nos visita a través de los demás, especialmente de los que pasan necesidad. Dios nos visita para que podamos abrirnos a él y a su amor con entera confianza.

Por todo ello, el Adviento es tiempo de oración y espera vigilante. Vigilancia es la palabra clave como nos recuerda el Evangelio de Mateo 24,37-44: «Estad en vela…». Esta es la manera de vivir nuestra vida cristiana, pues el Jesús que vino y que vendrá glorioso, es el que viene continuamente en los acontecimientos de cada día, y por eso hemos de estar atentos a su presencia y de este modo, esperarlo vigilando, puesto que su venida no se puede programar o pronosticar, sino que será repentina e imprevisible y de ahí la necesidad de estar despiertos, es decir de no dejarnos absorber por lo inmediato, por la preocupación, de manera que nos olvidemos de su presencia en la alegría, y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, es decir en los acontecimientos de nuestra existencia.

Vivir con esta esperanza, nos permite conocer a Dios como Padre bueno y misericordioso, que Jesus nos ha mostrado con su muerte y resurrección abriéndonos a una vida verdadera, plena y eterna de comunión con él.

El mundo tiene necesidad de este Dios. Tiene necesidad de la esperanza. Que María que supo esperar y amar como nadie, nos acompañe en nuestro Adviento. Ella que nos transmite la alegría de la cercanía de Cristo vivo, que es la respuesta a nuestro sufrimiento, nos haga partícipes de su misma alegría y gloria.

  

34 Domingo del T.O. Ciclo C, Fiesta de Cristo Rey

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La fiesta de Jesucristo Rey del Universo que celebramos hoy fue instituida por el papa Pio XI en el año 1925 y más tarde, después del Concilio Vaticano II, se colocó al final del año litúrgico.

Pero ¿Cómo es la realeza de Cristo? ¿Es como la de los príncipes y reyes de este mundo?

En la primera lectura (2Sam 5,1-3) vemos como el pueblo aclama a David que es ungido rey de Israel, y que, en cuanto «ungido del Señor», es el arranque de la esperanza mesiánica en un descendiente de David (2Samuel 78ss) algo que se cumple en Jesucristo que será llamado, entre otras cosas: «Hijo de David». Así es como Dios muestra su fidelidad y su presencia en la historia.

La segunda lectura es de Col 1,12-20, y es un canto a la infinita generosidad de Dios que nos ha destinado a compartir la herencia del pueblo santo en la luz por medio de Jesucristo, que, siendo imagen del Dios invisible, ha restaurado en nosotros, por medio de la encarnación, la imagen divina que el pecado había empañado. Así, el que es primero en el orden de la creación, lo es también en el orden de la salvación, por el cual hemos sido reconciliados con Dios. Él es, por tanto, el Señor que, a través de su muerte y resurrección, recibe la adoración de todo el universo y es rey de todo lo creado.

El Evangelio de Lucas 23, 35-43, nos muestra como la realeza de Cristo se revela de modo admirable en la cruz, en donde contemplamos al Dios oculto y al rey oculto, pero verdaderos. Allí los jefes del pueblo y los soldados se burlan del «primogénito de toda la creación», como le llama San Pablo, y lo ponen a prueba para ver si tiene poder para salvarse de la muerte. Pero ahí, en la cruz, es donde Jesucristo se pone a la altura de Dios , se manifiesta como «Dios que es amor». De hecho, uno de los dos malhechores que están junto a él, consciente de sus pecados, se abre a la verdad, llega a la fe e implora al rey de los judíos: «Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» y recibe inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en el reino de los cielos: «yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» Con estas palabras, Jesús, desde el trono de la cruz nos acoge también a todos con misericordia infinita. 

San Ambrosio, dice que: «este es un buen ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar… y que la vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino»

33 Domingo T.O. Ciclo C

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Ya nos cercanos al Adviento y al final del año litúrgico, la palabra de Dios nos invita a considerar el final del tiempo ¿Cómo será ese final?

La primera lectura es de Malaquías 3,19-20a, nos dice que los orgullosos y malhechores serán como paja, pero a los que temen el nombre del Señor les iluminará un sol de justicia. Se trata de una invitación a no desaprovechar el tiempo y a vivirlo como una oportunidad que se nos da para conocer a Dios y su plan amoroso para todos y cada uno de nosotras y nosotros. Esto es, caminar en su presencia junto a los demás, manteniendo viva nuestra oración y alabanza.

El trabajo como nos recuerda San Pablo en la segunda lectura, de 2 Tes 3,7 es un instrumento fundamental mientras vivimos en el tiempo, que lejos de ser algo fatídico es la manera que tenemos de ganar el pan, esto es de colaborar en la construcción de un mundo en donde todos podamos vivir gracias al propio esfuerzo y compartir con los demás. El desequilibrio entre la riqueza y la pobreza en nuestro mundo, el escándalo del hambre, la emergencia ecológica, el paro…están mostrando una crisis profunda en el modelo de desarrollo ecónimo que tenemos y nos está pidiendo una revisión de nuestra manera de vivir y de consumir, dañina no solo para nosotros, sino también para el ecosistema, lo que perjudica especialmente a los mas pobres, de ahí la necesidad de educarnos en un consumo responsable y de favorecer el trabajo de los que cultivan la tierra así como los valores que hacen posible una comunicación sana como: la acogida, la solidaridad y compartir la fatiga del trabajo.

El Evangelio de Lc 21,5-19, nos invita a no tener miedo y a vivir esperando la venida del Señor, es decir a no dejarnos llevar por el catastrofismo ni por los falsos mesianismos que intentan alarmar creando discordia y división. Cristo mas bien nos invita a afrontar los acontecimientos diarios confiando en su amor providente sin temer al futuro, aunque pueda parecernos oscuro, porque Dios por medio de Jesucristo, ha asumido la historia para abrirla a su meta trascendente, él es el alfa y la omega, el principio y el fin y nos enseña a ver en cada gesto de amor o de solidaridad algo que da sentido al universo y que perder la vida por él es encontrarla en plenitud.

Mientras la historia sigue su curso, con sus dramas y calamidades, lo que a muchos invita a no creer, el cristiano ve en todo ello el lugar en el que se desarrolla el designio salvador de Cristo y vive por tanto la fe que actúa en la caridad como antídoto frente al nihilismo, a la negatividad y al sinsentido que parece quererse instalar.

La celebración de la Eucaristía nos invita ya a vislumbrar esa luz en medio de la oscuridad.

32 Domingo del T.O. Ciclo C

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La resurrección no es un tema fácil de tratar y los saduceos que no creen en la resurrección entre otras cosas por ser una creencia tardía, concretamente a partir del siglo II A.C. como aparece en el libro de los macabeos, que hemos leído en la primera lectura y en algún otro lugar. Políticamente buscaban el poder lo que les hacía colaboracionistas con los romanos y por todo ello estaban enfrentados a los fariseos que eran piadosos conservadores.

Le preguntan a Jesús un poco para ponerlo a prueba, presentándole un caso que más bien ridiculiza la creencia en la resurrección: Se trataba de una viuda sin hijos que según la ley del levirato había sido esposa de siete hermanos, entonces ¿de qué marido será esposa en el más allá?

La respuesta de Jesús es clarificadora, pues les dice que en la otra vida ya no habrá matrimonio, pues los resucitados ya no pueden morir, son como ángeles. El matrimonio es una institución querida por Dios para esta vida y no para la otra y para reafirmarlo apela al episodio de la zarza ardiendo en el que Dios se reveló a Moises, como un Dios de vivos, es decir, que para él todos están vivos. Ciertamente, la resurrección es un hecho, aunque eso sí no sabemos cómo será:

En relación con la resurrección, está el enigma de la muerte. Se trata de una realidad a la que las ciencias del hombre, la filosofía, y la historia de las religiones a lo largo del tiempo, han intentado dar respuesta, pues de la respuesta que tengamos resultará una manera u otra de vivir

Estas respuestas que podemos dar y todas las posturas que nosotros podamos adoptar, van desde el miedo visceral hasta el hedonismo más exacerbado. Lo primero nos lleva a la angustia y lo segundo al desenfado, que se traduce en aquello de: comamos y bebamos que mañana moriremos.

Solo encontramos una verdadera respuesta en el acontecimiento fundamental de la resurrección de Jesucristo, que es finalmente la única respuesta válida a la muerte del hombre. Es más, tanto la fe como la esperanza se vinculan con la resurrección de Jesucristo con quien nos unimos por el bautismo, por el cual quedamos libres del pecado y consecuentemente de la muerte.

La muerte biológica sigue estando, de hecho, Cristo murió, pero la esclavitud opresora de la muerte ha sido vencida y con ella el miedo a la misma. Esa es nuestra victoria, la victoria de Cristo sobre el mal, el pecado y la muerte

A la luz de la resurrección, el creyente sabe que, aunque la muerte física es inevitable, a pesar de todos los adelantos médicos, ésta no es el final del camino, sino la puerta que nos abre a la liberación definitiva con Cristo resucitado

Que esta certeza, nos haga también a nosotros aspirar a los bienes del cielo, como nos recuerda San Pablo.

31 Domingo del T.O. Ciclo C

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Acogida es la palabra que resuena en la liturgia de este domingo.

La primera lectura del libro de la Sabiduría, 11,22-12,2, es una reflexión sapiencial sobre los acontecimientos del Éxodo. Israel sale de su particularismo y se da cuenta de que el amor de Dios se extiende a todas las criaturas.

En la segunda lectura de 2ªTesalonicenses 1,11-2,2 Pablo invita a los de Tesalónica a acoger la llamada recibida y a no huir de las fatigas del presente ni dejarse vencer por la tentación de evadirse fuera del tiempo, reclamando como inminente la venida del Señor. Es en medio de nuestra vida diaria vivida en el nombre de Cristo, como él es glorificado en nosotros y nosotros podemos realizar sus obras.

El Evangelio de este domingo Lc 19,1-10 nos habla del encuentro de Jesús con Zaqueo.

Zaqueo, era un hombre rico, un publicano, esto es, un recaudador de impuestos de parte de la autoridad romana. Por ello era considerado un pecador público, ya que además chantajeaba a la gente. Pero sintió el deseo de conocer a Jesús y como era bajo de estatura se subió a un árbol; su sorpresa debió ser grande al ver que Jesus lo llamó y le dijo que quería verle

En primer lugar, destaca que Jesus llama por su nombre a uno que es despreciado por todos y no solo eso, sino que le dice: hoy debo alojarme en tu casa. este fue para él el momento de la salvación que llega a todos por medio de Jesucristo, que viene a salvar lo que estaba perdido. La gracia de ese encuentro fue tal que cambió completamente su vida de forma que él le dice que dará la mitad de sus bienes a los pobres. Vemos así que es el amor de Dios que actúa a través de nuestro corazón, el que nos transforma a nosotros y a nuestro mundo.

En segundo lugar, vemos que Dios no excluye a nadie ni a pobres ni a ricos, sino que nos mira con amor y con deseos de salvarnos, especialmente a aquellos que son considerados ajenos a la salvación

Por último, Jesus sin quitar importancia al pecado, ofrece la salvación al pecador, la posibilidad de rescatarse, de volver a comenzar, de convertirse.

Realmente si difícil, es que un rico entre en el reino de los cielos como se nos dice en otro lugar del evangelio, esta posibilidad vemos que se realiza en Zaqueo, de forma que si la riqueza le llevó a la deshonestidad ahora esa misma riqueza se convierte para él en una ayuda para la salvación.

Que también nosotros experimentemos la alegría de recibir la visita del hijo de Dios, que nos cambia y nos convierte en mensajeros de su misericordia.

30 Domingo del T.O. Ciclo C

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Este Domingo se celebra el día del DOMUND. Es el día en que la Iglesia universal reza por los misioneros y misioneras y colabora con ellos en su labor evangelizadora desarrollada entre los más pobres. La Jornada Mundial de las Misiones, conocida como DOMUND, se celebra en todo el mundo el cuarto domingo de octubre. Es una llamada de atención sobre la común responsabilidad de todos los cristianos en la evangelización e invita a amar y apoyar la causa misionera.

La palabra de Dios insiste en este domingo en la importancia de la oración. Bien sabemos, que la oración está en la entraña de la acción misionera. La primera lectura del libro del eclesiástico 35, 12-14.16-18 insiste en que la oración llega más al corazón de Dios cuanto mayor es la situación de necesidad o de aflicción de quien la reza y el salmo insiste en que el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Si la oración es por tanto el grito del pobre y del oprimido, Dios es el que le hace justicia sin tardar.

Esta confianza en el Dios cercano que libera a sus amigos es la que invoca San Pablo en la segunda lectura de 2 Tim 4,6-8. 16-18 que al ver cercano el final hace un balance: “He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe” y en otro lugar: “pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles”. (2tim 4,17) En este domingo misionero la palabra del apóstol cobra especial fuerza para todos nosotros.

El Evangelio de Lc 18,9-14 nos recuerda que, para subir al cielo, la oración debe brotar de un corazón, humilde, pobre, reconociéndonos pequeños y necesitados de salvación y de misericordia, reconociendo que todo procede de él y que solo con su gracia se realiza en nosotros dicha salvación.

De este modo es como podremos volver a casa, a nuestros quehaceres, más justos, justificados, esto es, más capaces de caminar por las sendas del Señor.

La oración del justo está pues en el corazón de la actividad misionera, por la que el mundo queda transfigurado por la fuerza de Jesucristo, que nos convoca a la mesa de su palabra y de su Eucaristía para gustar el don de su presencia y vivir unidos a él.

29 Domingo del T.O. Ciclo C

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La Palabra de Dios este domingo, tiene como tema principal la oración, más aún, la necesidad de orar siempre sin desfallecer como nos decía el Evangelio de Lc 18,1,8.

A simple vista nos puede parecer un tema poco incisivo en medio de un mundo tan convulso, pero no cabe duda de que la fe es la fuerza que en silencio cambia el mundo y lo transforma en el reino de Dios y la oración es expresión de la fe.

Una fe que se basa en el amor a Dios, reconocido como Padre bueno y justo, da lugar a una oración perseverante, insistente, un grito que penetra en el corazón de Dios. De este modo es como la oración se convierte en la mayor fuerza de transformación del mundo

La oración es la que mantiene encendida la llama de la fe, pues como hemos escuchado Jesus preguntaba: ¿Cuándo venga el hijo del hombre, encontrará fe en la tierra?

Las lecturas que hemos escuchado nos presentan algunos modelos en los que podemos inspirarnos para fortalecer nuestra fe.

Uno es el de la viuda del evangelio, que nos hace pensar en tantas personas que se sienten impotentes ante al mal y se desalientan. Pero esta viuda con su tenacidad insistente consigue que el juez la escuche. La conclusión es: ¿Cómo podríais pensar que vuestro padre celestial, bueno, fiel y poderoso que solo desea el bien de sus hijos, no os haga justicia a su tiempo? La fe nos asegura que Dios escucha nuestra oración y nos ayuda en el momento oportuno, aunque la experiencia diaria parezca desmentir esto. Pero Dios no puede cambiar las cosas sin nuestra conversión y nuestra conversión comienza con el grito del alma que pide el perdón y la salvación.

La oración nos pone, por tanto, de parte del Señor en la lucha contra el mal y la injusticia mediante la no violencia, testimoniando así que la verdad del amor es más fuerte que el odio y la muerte.

La primera lectura de Ex 17,8-13, nos recuerda como las manos levantadas de Moises en oración, garantizaron la victoria de Israel. Estos brazos elevados de Moises nos hacen pensar en los de Jesús en la cruz con los que vence el mal, el pecado y la muerte. Brazos elevados que piden de nosotros un ofrecimiento continuo con un amor semejante al suyo.

La segunda lectura de Tim 3,14.16; 4,2 nos recuerda la necesidad de permanecer firmes en lo ya aprendido de manera que la perseverancia en la oración sea para nosotros, motivo de esperanza al afrontar cada día el buen combate de la fe.

28 Domingo del T.O. Ciclo C

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Las lecturas de este domingo nos sugieren inmediatamente el tema de la gratitud, que tiene que ver más con la gratuidad que con un mero agradecimiento obligatorio.

En la primera lectura de 2º reyes 5,14-17 Dios realiza el milagro de curar a Naaman el sirio, un extranjero, que acaba alabando al Dios de Israel como único Dios y el Evangelio de Lc 17, 11-19, nos muestra como un cismático samaritano se vuelve también después de haber sido curado, alabando en voz alta al Dios de Israel.

¿Cómo andamos nosotros en la practica de la acción de gracias? Nietzche, en medio de su ateísmo, reprochaba a los cristianos el no estar contentos de su salvación, luego ¿hasta qué punto da testimonio nuestra alegría del don recibido?

Y nuestra oración ¿hasta que punto es una oración agradecida o simplemente es una queja? Eso es lo que hicieron los nueve leprosos que fueron curados, que se quedaron solamente en la queja en la súplica, pero no pasaron a la acción de gracias.

A su favor está el haber acudido a Jesus, a su santo nombre: gritándole: «Ten piedad de nosotros». Jesus les cura, mostrando así que es el Mesías esperado, que habría de eliminar precisamente esta enfermedad, pero no pasaron a la acción de gracias. La fe les curó pero no les salvó, en cambio la fe del samaritano sí suscitó el agradecimiento mostrando así que la verdadera gracia no nos pone solamente en estado de gracia sino en acción de gracias. Ser cristiano, es por tanto entrar en la acción de gracias por ser hijo y atrevernos a llamar a Dios Padre.

Pero la acción de gracias como la del samaritano, se realiza en el cotidiano vivir, en el día a día y no solo con palabras, sino con una alegría comunicativa y no solo por el hecho de haber recibido, sino por el de poder dar lo recibido. En nuestro vivir cotidiano, es donde damos gracias y esto luego lo expresamos después en la acción de gracias por excelencia que es la Eucaristía.

Venir a la Eucaristía tiene sentido entonces, pues es un agradecimiento a Dios por todo lo recibido, por el don de la vida, por el don de la fraternidad, por el don del convivir y compartir. Se nos muestra así que el cristiano no es sólo el que pide gracias o el que las recibe, sino el que las da.  Que mostremos hoy como el samaritano además de nuestra acción de gracias nuestra profesión de fe. Dios quiere que reafirmemos con todas las fibras de nuestro corazón nuestra profesión de fe en él y así Pablo en la segunda lectura de 2 Timoteo 2,8-13, nos invita a acordarnos de Jesucristo muerto y resucitado por nosotros. El único mediador entre Dios y los hombres.

27 Domingo del T.O. Ciclo C

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La Palabra de Dios en este domingo nos muestra un fragmento del Evangelio de Lucas 17, 5-10, que habla del siervo inútil.  Una expresión tan escandalosa como provocadora porque un servicio auténtico y bien hecho, nunca es inútil. Entonces ser siervo inútil significa para Lucas, ser siervo por amor, en clara referencia a Jesús que se hizo siervo y se entregó por nosotros. En consecuencia, también se refiere al servicio sacerdotal. El siervo modesto es en definitiva, el que no trabaja por la recompensa y está libre de la esclavitud del resultado o de la gratificación personal, que esconde ese antiguo y siempre nuevo pecado de la soberbia.

La palabra griega usada por Lucas es: a-kreioi, que significa: no buscar ventajas, no esperar ganancia, ni reclamarla. Entonces el significado viene a ser: «cuando hemos hecho todo decimos: somos servidores sin pretensiones, sin exigencias».

San Agustín, lo expresa con gran sabiduría: «la verdad te hizo libre, ahora el amor te hace siervo» y Jesús dice a los discípulos: «yo estoy en medio de vosotros como el que sirve». El es el que se ha identificado con el siervo sufriente predicho por Isaías.
Este es el Siervo que ha elegido el sufrimiento, el medio más escandalosamente inútil, improductivo e ineficaz como es el dolor, para sanar nuestras heridas. De manera que
es del sufrimiento de donde deriva su grandeza. ¿Qué pasaría si nosotros entendiéramos el valor de este servicio y si nuestra sociedad de apariencia y consumo entendiera el valor de este servicio, que es el sufrimiento? seguramente, la historia cambiaría y ya no tendríamos necesidad de estar discutiendo a cerca de la eutanasia o el suicidio asistido, entre otras cosas, para centrarnos en el cuidado y la atención del que sufre.

Así podemos entender mejor lo que nos dice la primera lectura del profeta Habacuc 1,2ss; 2,2-4, mediante esa frase tan conocida y comentada: «El malvado sucumbirá, pero el justo vivirá por la fe», que como dicen algunos, resume la teología de la Alianza. No por nada ha pasado a la Carta a los hebreos 10,36.39; a Romanos 1,17 y a Gálatas 3,11, aplicada a la fe en Cristo Jesús, vencedor del mal, el pecado y la muerte.

El profeta, entiende la fe como un encuentro personal del hombre con Dios de quien se fía. Recuperar este sentido de la fe, que se encuentra presente a lo largo de todo el antiguo testamento, resulta siempre novedoso, esperanzador y capaz de dar sentido a toda la vida.

 La segunda lectura de 2 Timoteo 1, 6-8.13-14, nos muestra como los encargados de velar por la integridad de la fe de los seguidores de Jesús, deben estar siempre alerta y atentos ante las dificultades, máxime cuando están expuestos también a los peligros y por tanto deben reavivar la gracia recibida de manera constante y diligentemente. La fidelidad al Evangelio, comporta la fidelidad al tesoro recibido. Solo así seremos capaces de transmitirlo a los demás.     

26 Domingo del T.O. Ciclo C

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El Evangelio de este domingo es de Lc 16,19-31 y hay que situarlo en el contexto de la bienaventuranza: «Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos» (Lc 6,20).  

Nos presenta la parábola del hombre rico y del pobre Lazáro. El primero vive una vida entregada al lujo y a los placeres; nos recuerda a los que hacen un uso injusto de la riqueza utilizándola para el lujo y la satisfacción egoísta y sin tener en cuenta al que padece necesidad. El segundo en cambio vive en la pobreza y se alimenta de las sobras de la mesa del rico, nos recuerda a aquellos que ponen en Dios su confianza, de los que solamente Dios se cuida. Curiosamente y a diferencia del rico, éste tiene nombre: Lázaro, que es abreviación de Eleázaro (Eleazar), que significa precisamente «Dios le ayuda». En conclusión, que el que no es valioso a los ojos del mundo, es valioso a los ojos de Dios.

La enseñanza de la parábola por un lado es que Dios vence nuestra iniquidad y nuestra injusticia, pues Lázaro es acogido en el seno de Abrahán, es decir, en la bienaventuranza eterna, mientras que el rico acaba en el infierno, en medio de los tormentos. Por otro lado, y más allá de esto, se nos dice que, mientras vivimos en este mundo debemos escuchar al Señor, que nos habla mediante las Sagradas Escrituras y así poder vivir según su voluntad, de lo contrario, después de la muerte, será demasiado tarde o imposible poder enmendarse.

Cuando hablamos de un mundo nuevo en donde habite la justicia, será un mundo en el que tanto el pobre Lázaro como el rico, puedan sentarse en una misma mesa y donde todo hombre pueda vivir una vida plenamente humana.

Cómo olvidar en estos días las inundaciones de Pakistan o el huracán que ha afectado recientemente a la República dominicana y regiones limítrofes. Es una buena oportunidad para pensar en esto y ver que los pueblos más pobres no solo nos interpelan, sino que no pueden ser olvidados.

La primera lectura de Amós 6, 1ª.4-7 nos recuerda el gran riesgo que supone la riqueza, pues puede llegar a secar el corazón.

Y la segunda lectura de 1 Timoteo 6,11-16, nos muestra la importancia de perseverar en nuestro bautismo, lo que exige en palabras de Pablo, ejercitarnos en el noble combate de la fe, es decir, en la confianza sin vacilaciones en Dios, que nos ha escogido desde la eternidad. Más que una conquista es un dejarse interpelar por Dios que nos ama y al que solo podemos responder amándole y amándole fundamentalmente a través del otro que está necesitado.    

25 Domingo del T.O. Ciclo C

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Nuestra relación con el dinero, de alguna manera nos muestra como es nuestra relación con Dios y con los demás.

La primera lectura del profeta Amos 8,4-7 nos muestra el mundo de la injusticia y como ésta estaba presente entonces y lo está ahora. En el Decálogo encontramos un mandamiento encaminado a regular las relaciones entre las personas: no robarás. Y la Escritura insiste que desagrada a Dios la extorsión de los más débiles en provecho de los mas fuertes.

Uno de esos momentos es el texto que escuchamos hoy en el que Dios se declara solemnemente defensor del pobre, hasta el punto de que los derechos de los pobres y desvalidos son los derechos del propio Dios. Este mensaje que nos transmite la Palabra de Dios es válido para nuestro mundo en el que también predomina el provecho propio, el enriquecimiento rápido, la marginación de muchos que no tienen recursos. Dios hace suya la defensa de todos ellos y a nosotros a nos enseña a no echar en saco roto esa enseñanza.

La segunda lectura es de 1ª Timoteo 2,1-8, en ella el apóstol, nos muestra que la Iglesia está llamada a velar por todos puesto que en Jesús Dios ha actuado la salvación de todos y no hay otro que nos pueda salvar. De ahí su deseo de que todos oren por todos, de manera que la luz de la fraternidad predicada por Cristo y la caridad alcance a todos y por tanto la salvación. Pablo insiste en que esta oración ha de ser hecha en todo lugar en todo momento o también de modo incesante, ya que la voluntad salvífica de Dios no tiene límites. De un modo especial es necesario orar por aquellos en cuyas manos está el destino de los pueblos: los reyes y gobernantes.

El Evangelio es de Lucas 16,1-13 y nos muestra un caso, que al parecer era frecuente y no deja de serlo: la tensión entre los terratenientes y los administradores y colonos. Jesus ante uno de estos casos muestra una enseñanza que se transmite al final del relato en el que el administrador decide actuar sagazmente, indicándonos así que también nosotros debemos actuar sagazmente ante la llegada de la salvación de Cristo. Jesus no alaba la injusticia del administrador sino su habilidad para salir del atolladero. Pues igualmente nosotros hemos de ser hábiles para vivir los asuntos del reino de Dios y discernir la diferencia entre los valores del mundo y los del Reino de Dios. Si Jesus nos ha librado del mal, del pecado y de la muerte, no podemos ahora volver atrás para vivir sin Cristo o como si no existiera. Es necesaria la habilidad, para con los bienes de este mundo de manera que no nos impidan alcanzar los eternos, sino más bien todo lo contrario. De ahí la distinción entre Dios y el dinero. Dinero que puede ser una llave para entrar en el reino si lo empleamos en beneficio de los mas necesitados o que puede ser un impedimento si es que pasa a ocupar el lugar de Dios, hasta convertirlo en un adversario.

Si el lugar que ocupa el dinero en nuestra vida, lo ocupa Dios, entonces habremos sido astutos y sagaces como nos pide el Evangelio. Este es el reto.

24 Domingo del T.O. Ciclo C

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El Evangelio, que nos enseñaba el domingo pasado a renunciar a todo para seguir a Jesús, nos da este domingo la clave de porqué es necesario hacer esa renuncia. Es necesario renunciar a todo y a todos para amar como él ama a todo y a todos.

La Primera lectura es del libro del Éxodo. En ella Moises, nos ayuda a descubrir como es el corazón de Dios siempre dispuesto a amar y a perdonar. Moises, hace que de Dios salga lo más divino: un corazón que no cesa de latir de amor, incluso frente a la miseria de su pueblo.

Por mucho que nosotros, pensemos en un Dios que se enfada y quiere destruir a su pueblo porque se ha apartado de él, su verdadero rostro, el rostro que se nos ha revelado en Cristo es totalmente otro, como pone de manifiesto Moises, recordándole como si fuera un desmemoriado, su misericordia y compasión. La lectura nos permite descubrir que en el fondo no le conocemos y que lo que hacemos es trasladar nuestra manera de ver las cosas a Dios, de modo que así como nosotros hostigamos y nos enfadamos con el que nos hace daño, así también entendemos que es la actuación de Dios.

La segunda lectura es de 1ª Timoteo 1,12-17, y nos presenta a un Pablo que se sabe amado en lo más profundo de su ser, a pesar de su miseria y su pecado y esta es la doctrina segura que él enseña sin reservas: que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores y que cada uno lo somos, pues todos tenemos la propensión a no sabernos amados en el fondo y de ahí pensamos que por ser pecadores, Dios no nos puede amar.  Ahora bien, Dios es el que se ha desbordado en nosotros por medio de Jesucristo, para que nosotros llenos de su amor podamos vivir de un modo nuevo: el del que se sabe amado generosamente y así es como puede amar y vivir en la fe y en el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Pablo, incluso se considera a sí mismo el primero de los pecadores, a fin de que pueda aparecer en él la expresión más clara de la misericordia infinita de Dios.

El Evangelio de Lucas 15,1-32, ilustra este verdadero rostro de Dios con tres parábolas sobre la misericordia en las que Dios no sólo es bueno y perdona al pecador que vuelve a él, sino que de manera afanosa busca al que estaba perdido hasta encontrarlo. Nos sorprende esa búsqueda del hombre perdido, a través de caminos y senderos escarpados. Igualmente nos llama la atención que no pare hasta que no haya encontrado al que se había perdido. El relato nos muestra de este modo, que Dios es el totalmente otro, lleno de un amor inmerecido por nuestra parte, y en el que desaparece todo tipo de cálculo.

La alegría consiste en saber que Dios nos ha perdonado y en haber descubierto un Dios mucho mejor que nosotros. Él es por tanto el bueno y no nosotros.

Así pues, solo al sabernos amados de un modo total, sin motivo y para siempre, podremos renunciar a todo y quedarnos con él que es el único digno de amor.

Es más, si Dios nos ama de esta manera, también nosotros nos hemos de amar de este modo y mutuamente.    

23 Domingo del T.O. Ciclo C

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¿Cómo conocemos la voluntad de Dios o qué quiere de nosotros? Las lecturas de este domingo insisten en la necesidad de la sabiduría para poder vivir según la voluntad de Dios. Ahora bien, para poseer la sabiduría es necesario renunciar a todo y seguir a Jesús.

La primera lectura es del libro de la sabiduría 9, 13-18b y allí se nos dice: «¿Quién conocería tu designio si tú no le dieras sabiduría y enviaras tu santo espíritu desde los cielos?» Se nos indica que la vida del hombre ha de ser una relación viva y transparente con la sabiduría para alcanzar de ella la luz y ahí tenemos la clave de la oración. La oración es la manera de mantener viva esa relación con la sabiduría y por tanto con el autor de la sabiduría que es Dios. En realidad, es lo único necesario, para saber lo que agrada a Dios, pues solo con la sabiduría que proviene de Dios y que es un don suyo, se puede acertar con el camino, de manera que lo que Dios quiere es lo que el hombre necesita.

La segunda lectura es de Filemón 9b-10.12-17. Filemón es un cristiano de buena posición, que había sido convertido por el mismo Pablo. Por su parte, el esclavo Onésimo había escapado de su señor Filemón, pero se encontró con Pablo en la cárcel y se convirtió. La Carta tiene por objeto proteger al esclavo de los duros castigos correspondientes a ese delito y garantizarle además una acogida amistosa. En el fondo es una petición de libertad y la clave está en que la liberación aportada por Cristo a la humanidad alcanza a todos los órdenes de la vida humana, incluida la esclavitud. Jesucristo, ha puesto las bases firmes para una humanidad nueva. Hemos de transmitir al mundo, este poder liberador de Cristo, sin necesidad de la violencia.

El Evangelio es de Lucas 14,25-33 y nos muestra por medio de parábolas como la verdadera sabiduría consiste en amar a Jesus y seguirle como el único amor, como la única riqueza y el único proyecto que llena el corazón. Quien no renuncia a todo no puede pretender ser discípulo suyo. Se trata no solo de los bienes materiales sino incluso la relación con otras personas, como los parientes más próximos. Es decir, que la sabiduría cristiana consiste en desvincularnos de todo lo que nos separa de Dios para llegar a vivir la vocación de discípulos que viven centrados en él y lo contemplan todo desde él.

Seguir a Jesús es una empresa dura, por lo que es necesario reflexionar antes con seriedad si estamos dispuestos a renunciar a todos los bienes y a combatir únicamente con la sabiduría divina y no con nuestra astucia sin más.

La verdadera sabiduría consiste entonces, en no llevar ningún peso que nos impida ir tras Jesús o mejor dicho, en llevar un único peso: la cruz de Jesús, es decir, el peso de su amor. En definitiva, ser discípulo, significa no preferir nada que no sea el amor de Jesús; preferirle únicamente a él. He ahí la verdadera sabiduría, que hemos de pedir continuamente y que nos acerca al conocimiento de sus designios, de su voluntad, de su amor que vence todo temor.

22 Domingo del T.O. Ciclo C

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Las lecturas de este Domingo nos hablan de dos actitudes que hoy no están muy de moda tales como: la humildad y el desinterés.

La humildad no es la resignación, sino lo contrario del orgullo. El humilde como dice Santa Teresa es el que está en la verdad, es decir, se acepta como es, sin darse importancia, aunque reconociendo sus valores y talentos. Es el que se valora en su justa medida y no se tiene en más ni en menos. El humilde no es el falto de autoestima ni el que se encierra en sí mismo, sino que sabe pedir ayuda y consulta en sus decisiones, pues ni lo inferior de sí mismo le abruma, ni le molesta lo superior en los demás.

Jesús nos dice: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Nos enseña a ser libres de todo aquello que nos ata como puede ser: la riqueza, la fama, la influencia, para poder ponernos al servicio de los demás, sobre todo de los más necesitados y sin pedir nada a cambio.

De ahí que el Evangelio nos habla también del desinterés: no hacer para que me hagan; no invitar para que me inviten. Mas bien, regala y regálate, porque así es como actúa Dios que hace salir el sol sobre malos y buenos y envía la lluvia sobre justos e injustos.

El desinterés no quiere decir que no me interese por los demás sino todo lo contrario, el actuar desinteresadamente es lo que me permite interesarme por el otro y esta es la manera de actuar de Jesús.

La Eucaristía, que celebramos cada domingo es el banquete del Señor al que venimos no por nuestros méritos sino por los suyos y sin ningún mérito por nuestra parte y aún así somos invitados continuamente por él a este banquete de su amor.

Que también nosotros hagamos de nuestra vida, de nuestras relaciones, de nuestro corazón, de nuestra comunidad una mesa abierta a todos, aunque no tengan méritos.

Nuestra vida se convierta así en acción de gracias a Dios que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos ha llamado no sólo al banquete de la vida, sino también al banquete pascual de su amor.  

21 Domingo del T.O. Ciclo C

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¿Qué decir de la salvación? La pregunta que uno hace a Jesús, indica la relevancia de dicha cuestión: «Señor ¿son pocos los que se salvan?» Para nuestro sentido de responsabilidad resulta tan desastroso decir que van a salvarse todos, como saber que uno ya está condenado, pues tanto en un caso como en otro, no nos queda ningún margen de actuación.

Jesús, por ello, nos anuncia que la salvación se ofrece a todos, pero que esta oferta, puede ser rechazada por parte del hombre. Solo así podemos realmente comprometernos a trabajar con todas nuestras fuerzas, no solo por nuestra salvación, sino por la del mundo entero.

Una familia cristiana, una educación cristiana, serán siempre aspectos importantes a la hora de disponernos a aceptar la oferta, pero nada de todo ello, nos puede liberar de decidirnos por nosotros mismos, pues esta decisión por Cristo no solo es necesaria, sino que está en la raíz de nuestro deseo de salvación. Jesús nos previene de no hacerlo, de forma insistente: «hemos comido y bebido en tu presencia». A pesar de haber ido a misa todos los domingos o de haber realizado innumerables y esforzadas prácticas, Cristo nos responderá: «No os conozco. Apartaos de mi». Es decir, que solo si vivimos en Cristo y obedecemos sus mandatos, podremos, tener acceso a la salvación que procede de él, de modo que pueda: saciar nuestra sed, calmar nuestra hambre, mantenernos en su amor y así ya no tendremos necesidad de nada que no sea él.

La primera lectura, de Isaías 66,18-21, nos muestra cómo corresponde al proyecto de Dios creador y liberador, el querer hacer de todos los pueblos un solo pueblo, de todos los hombres una sola familia, y de todos los grupos una sola comunidad. Ello, en la medida en que reconocemos que el Señor es el único Dios y que es él quien puede llevar a buen puerto nuestros proyectos, anhelos y deseos, haciendo que todos converjan en una sola meta: la reunión de todos los pueblos de la tierra en una gran familia en la que se pueda vivir en paz y en prosperidad. Israel lo entendió desde la perspectiva de la reunión del Israel disperso y esta perspectiva, es la que curiosamente dio lugar a crear un muro de separación entre el pueblo de Dios y la gentilidad.

La segunda lectura de Hebreos 12,5-7.11-13, nos propone un método para entrar en la dinámica de la salvación, que consiste en la aceptación de la corrección por parte de Dios. En la vida del creyente, nada acontece por casualidad o por necesidad ,sino en virtud de una providencia divina que, aunque difícil a veces de identificar, está presente y activa en la historia. Esto no anula nuestra necesidad de conseguir certezas o de encontrar respuestas, pero solo a partir de la corrección y la prueba que Dios permite, podemos conseguir la salvación y la maduración en la fe. El resultado es que todo lo que constituye nuestra vida, adquiere significado y valor en la medida en que deriva de nuestra relación con Dios y conduce a él. Y Esta será en definitiva, la importancia y la alegría que tiene para nosotros el don de la fe.            

Fiesta de la Asunción de María a los cielos

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Esta fiesta de la Asunción, por un lado, canta las maravillas de Dios, que da a María el don de la Asunción, como afirma solemnemente la Iglesia. Por otro lado, es un canto a la fidelidad de María y por último, es un motivo de esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad, al contemplar en María, cómo una como nosotros, vence a la muerte y es elevada a la gloria.

La primera lectura es del libro del Apocalipsis 11, 19ª; 12,1-6ª.10ab. El lenguaje apocalíptico nos invita a pensar en una especie de sueño en el que salen a flote nuestros miedos y nuestras certezas, nuestras necesidades y nuestros deseos.

En él aparece una mujer; una especie de reina soberana sobre la luna, es decir sobre el otro lado de nuestra conciencia, nuestro inconsciente, y sobre las estrellas, que representan a las doce tribus de Israel, que vendrían a significar la historia. Es en este sentido, una señal de vida y una esperanza ante el futuro

Sin embargo, encontramos en ella también dolor y peligro, pues la mujer grita por los dolores del parto y teme al dragón que quiere devorar al niño. Es una lucha en la que vemos el peligro inminente de que nuestro sueño de una vida nueva se vea en peligro.

Finalmente, el niño nace y se salva lo que nos confirma en la verdad de que Dios es el que reina sobre nosotros y el que tiene las claves de la vida y de la historia. Ha sido perseguido por la serpiente, pero ha salido vencedor, esto es: ha resucitado. Y esta es la realidad que se refleja también en su madre, cuya victoria sobre la muerte celebramos como fruto primero de la muerte y resurrección del Hijo. Se abre así un camino de esperanza para la misma iglesia y para el mundo.

La segunda lectura es de 1ª Corintios 15,20-26, en ella vemos el mensaje de la resurrección, como es en realidad: el centro del mensaje cristiano. Si Cristo ha resucitado, entonces los muertos resucitan y esta es la gran afirmación que el apóstol destaca: la muerte será vencida en todos porque ha sido vencida en Cristo Jesús. Pues bien, esta verdad realizada en Jesús, se ve realizada ya como primicia en María.

El Evangelio es de Lucas 1,39-56. El encuentro de María e Isabel pone en relación el Antiguo con el Nuevo Testamento. Isabel saluda a la madre de su Señor y la proclama bienaventurada por su fe, exultando junto con su propio hijo por impulso del Espíritu Santo.

En el magníficat, los primeros cristianos cantan el poder, la misericordia, la santidad y la fidelidad de Dios manifestados en la muerte y resurrección de Jesús y María es la mejor cantora de este cántico, pues por su fe, se convierte en modelo para todo aquel que quiere comprender lo que significa el reconocimiento del señorío de Dios sobre su propia vida.

También nosotros por ella, nos volvemos capaces de reconocer el poder de Dios que actúa en la historia, haciendo justicia al pobre, y nos transforma también a nosotros, en siervos en los que actúa el Espíritu con su fuerza, llegando incluso a abandonar nuestro cuerpo al poder del Reino de Dios.

La Iglesia canta con María, su mismo cántico de alabanza: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador».