5 Domingo de Pascua, Ciclo B

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En el Evangelio de este domingo, Jesús hablando a los discípulos durante la última cena, los exhorta a permanecer unidos a él como los sarmientos a la vid. Se trata de una imagen bastante significativa, porque expresa claramente que la vida cristiana es un misterio de comunión con Cristo y esto queda recalcado por el verbo «permanecer», que tiene un sentido positivo: «El que permanece en mi y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Pero también tiene un sentido negativo: «El que no permanece en mí, lo tiran fuera como el sarmiento y se seca; luego los recogen y los echan al fuego y arden». Todo esto nos permite comprender que el cristianismo y la vida moral cristiana no es otra cosa que: «vida en Cristo». Por encima de la actividad o activismo, por encima de un espiritualismo o un devocionismo, se trata mas bien de un permanecer en Cristo o más bien, de que él viva en nosotros o como dirá San Pablo: «es Cristo el que vive en mí». La imagen de la vid y los sarmientos, como la de la casa y el huésped, o la cabeza y los miembros, no son sino maneras de expresar esto, pero la realidad es aún más fuerte, porque Cristo vive en nosotros con mayor intimidad que el huésped en una casa; está unido a nosotros con un vínculo más firme que el que une la cabeza y los miembros; convive con cada uno de nosotros con mayor intimidad que el esposo y la esposa. La vida en Cristo es la experiencia del resucitado que se va poco a poco interiorizando y haciendo vida de nuestra vida de forma que este vivir en él y él en nosotros nos permite dar fruto, y sin él no podemos hacer nada, somos como el sarmiento separado de la vid, que no puede dar uva.

Pero el Evangelio va todavía mas allá, y nos dice que a ese que da fruto, Dios lo poda, para que aun pueda dar más fruto. Entonces un cristiano es el que está unido al maestro y además da fruto abundante. Ahora bien, podríamos preguntarnos: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y no poder hacer nada sin Dios? la clave está en que cuando nosotros nos acercamos a Dios, de alguna manera él ya se ha acercado a nosotros y nos hace libres para que podamos hacer el bien, para que podamos amar por la fuerza de su acción en nosotros. Sin él no seriamos libres para escoger la verdad ni para hacer el bien. Esto vale también para la oración. Es el permanecer en Cristo lo que la hace auténtica y eficaz.

San Juan en la segunda lectura también nos invita a dar fruto, a no amar solo de palabra sino con obras. Ello es posible en la medida en que el amor de Dios, que es más grande que nuestra conciencia y nuestro corazón, nos llena e ilumina.

Que seamos sarmientos vivos que crecen cada día por la oración, y la caridad en la unión con Cristo, demos fruto abundante y así demos gloria a Dios nuestro Padre.  

4 Domingo de Pascua, ciclo B

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El Evangelio de este cuarto domingo de pascua, nos habla del buen Pastor, una expresión que nos conduce al culmen de la revelación de Dios, como pastor de su pueblo, anunciado ya por los profetas y que se hace realidad en Jesús, que es el buen pastor en quien Dios mismo vela por su criatura el hombre. Por eso añade inmediatamente: «el buen pastor da su vida por las ovejas». A diferencia de otros pastores, Jesus, como estamos celebrando en este tiempo pascual es el que ha muerto y resucitado por todos, de manera que, si con él hemos muerto a todo lo que nos separa de Dios, con él podemos renacer a una nueva vida por el agua y el Espíritu. San Agustín dirá que: este pastor no es como el asalariado bajo el que estabas cuando te afligía tu miseria y debías temer al lobo. La medida del cuidado que tiene de ti el buen pastor te la proporciona el hecho de que ha dado la vida por ti.  

Esto es lo que nos recuerda también la primera lectura: «Jesús es la piedra angular». Desechado por los jefes del pueblo y rehabilitado por Dios, es el fundamento de un nuevo templo, de un nuevo pueblo y en definitiva de un mundo nuevo. La segunda lectura del apóstol San Juan, nos dirá en este sentido que: no sólo somos llamados hijos de Dios, sino que lo somos realmente, pues Jesus nos ha dado, por su encarnación, muerte, resurrección y don del Espíritu, una relación nueva con Dios; su propia relación con el Padre. De hecho, Jesús resucitado dice a los apóstoles: «subo al Padre mío y padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro». Es una relación ya plenamente real, aunque aun no se ha manifestado plenamente. Es la relación que brota de una entrega total y que por tanto personaliza al otro y le hace existir en su verdad, pudiéndose expresar igualmente en la entrega de sí mismo. La filiación es pues la nueva vida que brota de esta nueva relación hecha de conocimiento y comunión de amor.

Toda la vida cristiana es renovación de esta amistad personal con Jesucristo, que da pleno sentido a la propia existencia y la pone a disposición del Reino de Dios.

Nosotros alimentamos esta amistad por la Palabra y los sacramentos, realidades encomendadas de manera especial a los obispos, presbíteros y diáconos. Por eso también hoy, además de orar por todos los bautizados, llamados a la vida cristiana, pedimos de manera especial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Pidamos que la grandeza y la belleza del amor de Dios atraiga a muchos a seguir a Cristo por el camino del sacerdocio y de la vida consagrada. Sin olvidar la vocación al matrimonio como vocación a la santidad y que es fuente y origen de las vocaciones religiosas y sacerdotales.

Que así sea.

3 Domingo de Pascua, ciclo B

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El Evangelio de Lucas, además de la aparición a los discípulos de Emaus, aquellos dos que un tanto desilusionados, se encuentran con el Señor resucitado, en su caminar, nos narra en el pasaje que hemos escuchado hoy, una aparición colectiva a todos los discípulos en el cenáculo.

Como persona viva y vuelta hacia nosotros se hace presente y para liberarlos de la sospecha de que la resurrección sea un engaño les dice: «¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?» Y les hace ver que todo eso que es anhelo o deseo del hombre en él se ha hecho realidad como parte de ese plan amoroso de Dios. Jesus resucitado sigue siendo el mismo que ha muerto en la cruz, por eso les dice también: mirad mis manos y mis pies y para convencerlos les pide algo de comer. Así los discípulos le ofrecen un trozo de pez asado que él tomo y comió delante de ellos. Ese pez asado, dirá San Gregorio Magno, no significa otra cosa que la pasión de Jesús. De hecho, él se dignó esconderse en las aguas de la vida humana, aceptó ser atrapado por el lazo de nuestra muerte y fue colocado en el fuego, por los dolores de la pasión.

Son por tanto esos signos, de la pasión, los que les permiten superar la duda inicial, para abrirse al don de la fe, que les permita comprender lo que había sido escrito sobre Cristo en la ley de Moises, en los profetas y en los salmos.

De este modo, el Señor nos asegura su presencia real entre nosotros a través de la Palabra y de la Eucaristía . Como los discípulos de Emaus que reconocieron a Jesús al partir el pan, así también nosotros encontramos al Señor en la celebración de la Eucaristía donde como Santo Tomás afirma: «Cristo todo está presente en este sacramento».

Jesús volvió a ser aquella tarde de Pascua, desde su nueva vida, el compañero de camino, el comensal, es decir el que comparte el pan y la sal de la mesa común, el conversador que no solo evangeliza, sino que reevangeliza, es decir que vuelve a explicar las escrituras y anuncia de nuevo el mensaje y recuerda todo lo que, de Él, se había escrito en la ley de Moises, en los profetas y en los salmos. Así lo hace Pedro en la primera lectura cuando afirma: «Es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, el que ha resucitado a Jesús». Un Dios que es amor: «sé que lo hicisteis por ignorancia, vuestras autoridades lo mismo». Una regla para evangelizar y reevangelizar siempre, ofreciendo la clave del diálogo de la salvación: anunciar el misterio del resucitado. Una presencia salvadora que para todos y en todo momento es fuente de esperanza y de perdón.

Que esta presencia salvadora, nos llene de alegría y de gozo a nosotros que caminamos como los de Emaus o como los mismos discípulos, entre luces y sombras, pero siempre en la presencia del Señor.

2º Domingo de pascua, ciclo B

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Celebrar la pascua es revivir la experiencia de los primeros discípulos, la experiencia del encuentro con el resucitado. El Evangelio que hemos escuchado dice que lo vieron a parecer en medio de ellos, en el cenáculo, la tarde del mismo día de la resurrección, el primero de la semana, y luego ocho días después. Es el día llamado después domingo o día del Señor, el día en el que la comunidad cristiana celebra la Eucaristía, como algo completamente nuevo y distinto del sábado judío. Solo un acontecimiento extraordinario y trascendente como es la resurrección podía inducir a los primeros cristianos a iniciar un culto diferente.

Esto no solo remarca la fuerza y la importancia de la resurrección sino la naturaleza del culto cristiano, que no es una conmemoración de acontecimientos pasados ni una experiencia mística particular, interior, sino fundamentalmente un encuentro con el Señor resucitado, que vive en la dimensión de Dios, más allá del tiempo y del espacio y sin embargo está realmente presente en medio de la comunidad, a través de la Palabra y de la Eucaristía

De este modo y al igual que ellos, nosotros vemos a Jesús, y no le reconocemos.  Tocamos su cuerpo, un cuerpo verdadero, pero ya libre de toda atadura terrenal.

Más aún, las dos apariciones tienen lugar el primer día de la semana la una y a los ocho días la otra, lo que supone un ritmo semanal que ya desde el principio está marcado por el encuentro con el Señor resucitado. Como afirma el concilio: «la Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón ‘día del Señor’ o domingo». Igualmente, en ambas apariciones no solo muestra los signos de la crucifixión en las manos, en los pies y en el costado como manantial de la misericordia divina, sino que repite varias veces el saludo: «paz a vosotros», esta es la paz que solo Jesús puede dar porque es el fruto de su victoria frente al mal y del amor de Dios que lo llevó a morir en la cruz. Por eso San Juan Pablo II quiso dedicar este domingo después de la pascua a la divina misericordia, con una imagen bien precisa: la del costado traspasado de Cristo del que salen sangre y agua, los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía, que a quienes los reciben se les da el don de la vida eterna.

Tomás, antes de exclamar «Señor mío y Dios mío», quiso asegurarse con la pequeña garantía que dan los sentidos, pero después, el Señor sabe que puede contar con él más que con los otros. Tardó en arrodillarse, pero cuando lo hizo lo hizo de verdad.

Que, como Tomás, proclamemos la fe en Jesus resucitado a pesar de nuestras dificultades, incoherencias o perplejidades.

Domingo de Resurrección

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Ha sido inmolado Cristo, nuestra Pascua, así nos lo recuerda San Pablo.

La Pascua judía, Memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, prescribía el rito de la inmolación del cordero, un cordero por familia, según la ley mosaica. En su pasión y muerte, Jesús se revela como el cordero de Dios «inmolado» en la Cruz para quitar los pecados del mundo; fue muerto justamente en la hora en que se acostumbraba a inmolar los corderos en el templo de Jerusalén. El sentido de este sacrificio suyo, lo había anticipado él mismo durante la última cena poniéndose él en el lugar del cordero Pascual de forma que ha dado un sentido nuevo a la Pascua. Si entonces dio comienzo el éxodo la salida de Egipto, ahora ha dado lugar un nuevo éxodo que es el paso de Jesús de la muerte a la vida eterna. Y si él se ha sacrificado por nosotros, también nosotros nos hemos de entregar libremente por los demás una vez liberados ya del pecado y de la muerte. Eso es celebrar la pascua. Celebremos pues la Pascua, libres ya de pecado y de muerte porque Cristo ha resucitado y la muerte en él ya no manda. Ya no tiene fuerza, está, pero ha perdido su aguijón.

Este es el grito que hoy proclamamos, el núcleo fundamental de nuestra profesión de fe. El grito de victoria que nos une a todos. Y si Cristo ha resucitado y está vivo ya nada podrá separarnos de él, nada podrá separarnos de su amor, ha sido vencido el odio y ha sido derrotada la muerte. Este es el anuncio de la Pascua que se propaga mediante el canto del Aleluya. Vivamos ya la Pascua es decir un estilo de vida sencillo, humilde y lleno de esperanza.

Durante la Pascua cantamos también el Regina Coeli. María guardó en su corazón la buena nueva de la resurrección fuente y secreto de la verdadera alegría y paz que Cristo muerto y resucitado nos ha obtenido en el sacrificio de la Cruz. Pidamos a María que, así como nos ha acompañado durante los días de la pasión, siga guiando nuestros pasos en este tiempo de alegría Pascual y espiritual, para que crezcamos cada vez más en el conocimiento y en el amor del Señor y nos convirtamos en testigos y apóstoles de su paz.

Desde que Cristo ha resucitado el amor es más fuerte que el odio y la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte. La mano del Señor nos sujeta, y así podemos cantar ya ahora el canto de los salvados el canto de los resucitados, el aleluya

Que vivamos la alegría pascual y podamos comunicarla a los demás.

Viernes Santo, Ciclo B

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Cristo agoniza hasta el final del mundo decía Blas Pascal y efectivamente, Cristo agoniza hasta el final del mundo en cada hombre y en cada mujer sometido a sus mismos tormentos, en cada hombre y mujer hambriento, desnudo, maltratado, encarcelado. Cuántos Ecce Homo en el Mundo. De todo esto es capaz el hombre y Jesús muere gritando: « Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen ». Aunque hayan obrado con astucia y malicia en realidad no saben lo que hacen. Perdonar con su misma grandeza de ánimo es lo importante, pero ello no significa simplemente renunciar a querer el mal para quien hace el mal, sino la voluntad positiva de hacerles el bien. Este perdón no puede encontrar ni siquiera una consolación en la esperanza de un castigo divino, sino que está inspirado por una caridad que perdona al prójimo intentando detener a los malvados de manera que no hagan más mal a los otros ni a sí mismos. El Señor muere para darnos el perdón y eso es lo que nos pide. Nos pide lo que nos da. No nos da solo el mandamiento de perdonar ni tampoco nos da un ejemplo heroico de perdón. Con su muerte nos ha dado la gracia que nos vuelve capaces de perdonar. Esto no es pasividad sino victoria. La victoria definitiva del bien sobre el mal. El mal pierde cuanto más parece triunfar y Jesús ha inaugurado un nuevo género de victoria que san Agustín ha encerrado en tres palabras: «víctor quía víctima»: vencedor porque víctima. Fue viéndolo morir así que el centurión romano exclamó: ¡ verdaderamente este hombre era hijo de Dios!

El primer capítulo del Génesis nos presenta un mundo en el que no es ni siquiera pensable la violencia ni siquiera para vengar la muerte de Abel. Pero la violencia, después del pecado forma parte lamentable de la vida.

Pablo habla de un tiempo caracterizado por la tolerancia de Dios, que tolera la violencia como tolera la poligamia, el divorcio y otras cosas, pero viene educando al pueblo hacia un tiempo en el que su plan originario será recapitulado. Este tiempo ha llegado con Jesús que en el monte proclama: «habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente; pero yo os digo: no resistáis al mal, antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra y esto es lo que proclama ahora desde la Cruz.

En el calvario, pronuncia un definitivo ¡no a la violencia! oponiendo a ella no simplemente la no violencia sino el perdón, la mansedumbre y el amor. Si hay violencia nunca lo será en el nombre de Dios.

Miremos pues la Cruz, miremos a la fuente de donde arranca el perdón, la paz y una nueva vida que no tiene ocaso ni fin, pues es la vida que procede de Dios.

Jueves Santo, Ciclo B

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Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Es un amor hasta el final, hasta desprenderse de su gloria, hasta nosotros en nuestra caída. Se arrodilla ante nosotros y desempeña el oficio de esclavo, y lava nuestros pies y nos sienta a su mesa. Desciende y se hace esclavo pues como el esclavo lava los pies a los de casa. Así se revela todo el misterio de Cristo, su redención, el baño con el que nos lava es su amor, es el mismo que se entrega totalmente por nosotros, nos lava en los sacramentos de la purificación: en el bautismo y la penitencia. Su amor llega realmente hasta el extremo. «Vosotros estáis limpios pero no todos» les dice. Es el misterio del rechazo, que el hombre puede ponerle un límite, puede rechazar su amor y reconocer que necesitamos purificación. En Judas vemos esto reflejado: para él solo cuenta el poder y el éxito y juzga a Jesús según el poder y el éxito. El amor no cuenta; lo que cuenta es el dinero y se hace incapaz de conversión del retorno como el hijo pródigo y pierde la vida.

Hemos de estar alerta frente a la autosuficiencia e imitar la humildad del Señor dándonos su ejemplo y una indicación: « también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros » es decir debemos estar cerca de los demás especialmente de los que sufren o son despreciados, aceptar el rechazo y perseverar en ello, más aún, lavarnos los pies unos a otros significa también perdonarnos , volver a comenzar siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil. Significa también soportarnos mutuamente y aceptar ser soportados por los demás, comunicarnos la fuerza de la palabra de Dios y aprender a amar como Jesús nos ama. El señor nos purifica y nos sienta a su mesa, eso es lo que celebramos en el Jueves Santo; así nos prepara para entrar un día en el banquete eterno de su gloria.

Es también el día de la institución de la Eucaristía. En el relato de la institución del canon romano la iglesia se fija en las manos y en los ojos del señor. Quiere casi observarlo, desea percibir el gesto de su obrar y actuar en aquella hora tan especial. «tomó pan en sus santas y venerables manos». Nos fijamos en las manos con las que ha bendecido a todos, las manos clavadas en la Cruz. Ahora se nos encarga hacer lo que él ha hecho: tomar en las manos el pan para que sea convertido mediante la plegaria eucarística. En la ordenación sacerdotal las manos del sacerdote son ungidas para que sean como las de Jesús manos de bendición. En este día de Jueves Santo, día de la institución del sacerdocio, pidamos que el sacerdocio sea un signo de salvación y pueda llevar la salvación y la bendición, en una palabra que haga presente la bondad del señor.

La eucaristía no puede ser solo acción litúrgica sino acción litúrgica que se convierte en amor cotidiano. Pidamos al Señor la gracia de aprender a vivir cada vez mejor el misterio de la Eucaristía, de manera que ésta sea inicio y comienzo de la transformación del mundo.

Domingo de Ramos, ciclo B

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Jesús subió a Jerusalén para celebrar la Pascua. En ella se prefigura  ya el misterio de su pasión. Es lo que contemplamos en este domingo de ramos

En la última etapa, cerca de Jericó, Jesús había curado al ciego Bartimeo, que lo había invocado como hijo de David y que ahora le seguía junto a muchos más. Al llegar a Jerusalén todos le aclaman con la aclamación mesiánica: ¡bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega el de nuestro padre David! ¡hosanna en el cielo! pero ¿ en qué consiste este reino? este reino en primer lugar pasa por la Cruz y en segundo lugar es un reino universal, pues abarca al mundo entero ya que se basa en la libre adhesión del amor y ello supone la renuncia . Y es que la universalidad incluye el misterio de la Cruz, el renunciar a algo personal. Universalidad y Cruz van juntos y así es como se crea la paz, fruto de la entrega.

Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, y en el sí a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida, se ensancha y engrandece. Y este principio del amor que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la Cruz al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo. Sin sacrificio no existe por tanto, una vida lograda y toda renuncia conlleva una gran decisión.

Pero no cabe duda que Jesús también siente temor ante el poder de la muerte; sufre nuestras angustias junto con nosotros, nos acompaña. Como ser humano también se siente impulsado a rogar que se le libre del terror de la pasión. También nosotros podemos orar de este modo. Ante él no hemos de refugiarnos en frases piadosas. Orar es también luchar con Dios como Jacob, pero luego viene la petición de Jesús: «glorifica tu nombre» que en los sinópticos se expresa con el: «no se haga mi voluntad sino la tuya».

Su voluntad es la verdad y el amor. Hemos de aprender a confiar en Dios y creer que él está haciendo lo que es justo. Y así es como entramos en su reino de amor. El Reino que nos ha traído Jesús.

Su vida muerte y resurrección son para nosotros la garantía de que Dios nos ha dado su reino, aunque lo hemos de seguir pidiendo para que lo sea en plenitud.

Que este domingo de ramos sea como una introducción general al misterio que vamos a vivir en los días santos. En ellos descubriremos con Cristo el sentido del misterio que hace posible un mundo nuevo en el que renace la esperanza en Dios que no nos deja, sino que nos acompaña haciendo posible la paz. Que vivamos estos días santos con fe y esperanza, acompañando a Cristo en su decisión de amar que supera la muerte y todo temor.

San José, el hombre valiente

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El Evangelio de Lucas, nos relata el anuncio del Ángel a María. En el de Mateo, en cambio, encontramos el anuncio a José. En este anuncio, el Ángel manifiesta a José su misión de padre davídico del hijo que, concebido por María, por acción del Espíritu Santo, será el mesías de Israel, el Salvador. Seguramente no le fue fácil aceptar la misión de ser el padre legal ante la sociedad, guía y educador del que había de ser el maestro de Israel. Pero su talante de hombre humilde y justo bajo la iluminación del Ángel le permitirán aceptar el designio de Dios.

En el Evangelio, se nos habla de José como el hombre que acoge el don de la fe desde el respeto a Dios y a los hombres y por ello, el hombre justo.

Su paternidad y la responsabilidad que ello supone lo ponen de manifiesto. Su justicia está hecha de respeto, obediencia y humildad y todo ello le colocan en la cima de la santidad cristiana junto a María su esposa.

José se sitúa en la línea de los grandes hombres elegidos por Dios para misiones importantes y que siempre se consideran indignos e incapaces de lo que Dios les había confiado como Moisés, Abraham, Isaías o Jeremías.

José,  supo acoger esas palabras del Ángel: no tengas miedo de acoger a María tu esposa y quedarte con ella, pues lo que ha sucedido en ella es obra del Espíritu Santo. Tú tarea es la de padre legal ante los hombres, el padre davídico que da testimonio de su estirpe, pues también tú has encontrado gracia ante Dios. Seguramente, ese día todo siguió igual, pero todo parecía más luminoso y bello.

Esta historia de José nos permite ver que a pesar de no saber apenas nada de él; a pesar de no tener de él apenas noticias, a pesar de vivir en el silencio y de ser un hombre de silencio, es ni más ni menos que el padre de la palabra que se encarna.

Semejante acción no pudo ser sino obra de Dios que lo hizo posible y lo dispone todo para el bien.

hoy le pedimos que nos permita también a nosotros acoger a Jesús en nuestra vida y formar con él y con María un espacio en el que pueda seguir creciendo en medio de nosotros y nuestro mundo. Concretamente le vamos a pedir por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada. Que haya muchos jóvenes capaces de dejarse interpelar por la palabra de Dios que también nos dice hoy: no temas. Dejemos que su vida y ejemplo hagan de nosotros hombres y mujeres que saben acoger la palabra en medio del silencio y de la soledad.

5º Domingo de cuaresma, ciclo B

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El Evangelio de este domingo nos narra aspectos de la última fase de la vida pública de Jesús y cómo algunos griegos y judíos se sintieron atraídos por lo que Jesús estaba haciendo en lo que diríamos la sed de ver y comprender a Cristo que experimenta todo hombre.

La respuesta de Jesús nos orienta hacia el misterio pascual: «ha llegado la hora en que sea glorificado el Hijo del hombre». Con esta luz que viene de la pascua, podemos comprender igualmente la solemne proclamación con la que se concluye el pasaje evangélico: «yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí». Y es que el amor de Jesús no tiene otra altura que la altura de la cruz.

Al acercarse los días de la pasión, el Señor mismo nos explica como podemos asociarnos a su misión a través de una imagen sencilla y sugestiva: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto», es decir, que el amor es más fuerte que la muerte. Pero en esta situación aparece la tentación de pedir: sálvame, no permitas la cruz: «Ahora mi alma, dice, está turbada y ¿Qué voy a decir? ¿Padre líbrame de esta hora? Vemos aquí una anticipación de la oración de Getsemaní. Pero aún así, mantiene su adhesión filial al plan divino, pues sabe que para esto precisamente ha llegado a esta hora y con confianza ora: «Padre glorifica tu nombre». Con esto quiere decir: Acepto la cruz, en la que se glorifica el nombre de Dios, esto es: la grandeza de su amor. También aquí Jesús anticipa las palabras del monte de los olivos: «no se haga mi voluntad sino la tuya». Transforma su voluntad humana y la identifica con la de Dios. He ahí un ejemplo de lo que debe ser nuestra oración: un dejar que la gracia transforme nuestra voluntad egoísta y la impulse a uniformarse con la voluntad divina.

Del mismo modo, en la segunda lectura, de la carta a los hebreos, vemos como Jesús ofrece a Dios ruegos y súplicas con clamor y lágrimas invocando a aquel que puede liberarlo de la muerte, pero abandonándose siempre a las manos del Padre y precisamente por esa filial confianza en Dios, fue escuchado, en el sentido de que resucitó, recibió la vida nueva y definitiva.

Podemos afirmar, que no existe otro camino para experimentar la alegría y la verdadera fecundidad del amor esto es: el camino de darse, entregarse, perderse para encontrarse.

Que nosotros podamos decir con San Agustín: «Cristo padeció; muramos al pecado. Cristo resucitó: vivamos para Dios. Cristo pasó de este mundo al Padre: que no se apague aquí nuestro corazón; sino que lo siga en las cosas de arriba. Nuestro jefe fue colgado de un madero, crucifiquemos la concupiscencia de la carne. Yació en el sepulcro, sepultados con él, olvidemos las cosas pasadas. Está sentado en el cielo; traslademos nuestros deseos a las cosas supremas.

4º Domingo de Cuaresma, ciclo B

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Nos vamos acercando a la Pascua y este cuarto Domingo de cuaresma tiene el tono gozoso de la antífona de entrada que dice así: ¡Laetare Jerusalén! alégrate Jerusalén. Es la alegría por la pascua que se acerca y con ella la proclamación del amor de Dios para con nosotros.

En la primera lectura contemplamos la fidelidad de Dios a pesar de la infidelidad del pueblo y como tras muchos años de prueba por el exilio se da el retorno junto a la reconstrucción del templo y de la ciudad santa, lo que supuso un antes y un después.

Esta fidelidad del Padre tiene nombre y ese nombre es Jesús: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna». El evangelista interpreta esto a través del signo de la serpiente. La serpiente que recuerda la muerte es también su antídoto. De hecho, en la civilización, en contacto con Israel, con los pueblos vecinos, la serpiente es signo de fecundidad. ¿Qué se nos quiere decir con esto? Que la elevación de Jesús en la cruz como maldito, aunque represente el culmen de la ignominia constituye también el máximo de su gloria, de forma que la elevación en la cruz y la glorificación de Cristo van juntos y en la cruz se manifiesta junto con el fracaso, en todo su esplendor el amor salvífico de Dios

Es el amor el que mueve al Padre a entregar a su unigénito, para que el hombre pase del pecado a la vida eterna. Pero este don, exige la acogida de la fe por parte del hombre. En el desierto había que mirar a la serpiente de bronce, ahora se debe mirara a Jesús, creer en Jesús, que es el enviado para la salvación y cada uno deberá optar por él, de modo que en eso consiste el juicio por parte de Dios.

¿y qué hace Jesús ?Jesus ha cambiado el veneno de la desobediencia en medicina de amor filial, que puede salvar, con solo mirarlo con fe, a todos los que han recibido el mordisco del veneno del diablo.

El es el remedio para todo mal porque se ha tragado todo el veneno de la muerte y del pecado y así ha aniquilado su veneno destructor y nos ofrece la medicina de la inmortalidad

Pablo insistirá en que nuestro Dios es rico en misericordia y que en definitiva sigue siendo fiel a su alianza

Que vivamos ya en este domingo de cuaresma, la alegría de la salvación.

  

3 º de Cuaresma ciclo B

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La primera lectura del tercer domingo de cuaresma, nos presenta el código de la Alianza, el don de la ley que el pueblo se compromete a cumplir. Se trata de las dos tablas de la ley con una serie de deberes hacia Dios en la primera y las obligaciones para el prójimo en la segunda y que son reflejo de la ley escrita en la conciencia.

Esta Alianza, pese a ser buena y santa, presenta dos dificultades. Una es que no da la fuerza para cumplirla y otra es que el pueblo la quebranta de hecho en su obrar y querrán paliarlo mediante un ritualismo vacío y estéril, alejado del corazón y de la compasión.

Es por ello que Jesús inaugura una nueva alianza con  una única ley, la ley del amor y con una fuerza interior, la fuerza del Espíritu

La tensión que vemos en el Evangelio entre Jesús y los judíos muestran este alejamiento del Espíritu de la Alianza ante lo que hay alrededor del templo, esto es, un mercado al servicio del culto y ante el que realiza un gesto profético según aquello del salmo: «el celo del templo me devora». Con lo que anuncia un templo nuevo, un culto nuevo y una alianza nueva.

El templo será él, el culto su vida filial y no los sacrificios del templo y la alianza nueva es la que va a realizar mediante el misterio de destrucción y reedificación del templo, esto es de su muerte y resurrección. Cristo muerto, destruido por los hombres, pero reedificado por el Padre por la resurrección, es el nuevo templo en el que hemos de ofrecer la ofrenda de nuestra vida al Padre.

Que la cuaresma sea un renovar esta Alianza guiados por Jesucristo, que resume los mandamientos en el mandamiento nuevo del amor a Dios y al prójimo y los muchos sacrificios en el único sacrificio de la cruz, hecho presente en la Eucaristía. Verdadero sacrificio de la Nueva Alianza que Pablo nos recuerda como escándalo para los judíos por la debilidad de un Mesías crucificado y absurdo de necedad para los griegos, pues si los primeros querían un Dios fuerte, los segundos querían un Dios sabio, en cambio nosotros sabemos que la debilidad del amor crucificado de Dios es fuerza suprema que nos empuja a vivir de un modo nuevo y la locura de su humillación es la sabiduría suprema de la cruz que nos empuja a amar el reino de Dios y su justicia.

Que esta fuerza y esta sabiduría nos sostengan ante la prueba o la necesidad sea cual sea y que vivamos la cruz como la mayor prueba de amor y de solidaridad de parte de Dios en favor nuestro y bajo la cual se nos llama a reinar con Cristo en su reino que ya está entre nosotros y en el que nos instalamos cuando como él hacemos la voluntad del Padre que es el verdadero y único sacrificio capaz de agradarle y de hacernos verdaderos hijos suyos por el amor.

2 Domingo de Cuaresma, Ciclo B

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El domingo pasado se nos invitaba a seguir a Jesús en el desierto, para afrontar y superar con él las tentaciones. Este domingo se nos propone subir con él al monte de la oración para contemplar en su rostro humano la luz gloriosa de Dios. Su rostro y sus vestidos irradiaban una luz brillante y junto a la luz la voz: «Este es mi hijo amado, escuchadlo».

Jesús quiere que esa luz ilumine el corazón de los discípulos, cuando pasen por la densa oscuridad de su pasión y muerte

Sin duda que todos necesitamos de esa luz. Subamos pues con Cristo al monte de la oración especialmente en este tiempo de cuaresma y dejemos que su luz nos ilumine.

La primera lectura nos habla también de un hijo amado: Isaac. La pregunta es ¿Sabía Abraham que Dios no iba a permitir el sacrificio de su hijo Isaac?

Sea como sea la palabra de Dios nos invita a vivir la fe como seguridad. Yo sé. La fe es un saber que Dios me ama. San Pablo nos lo recuerda en la segunda lectura: Si Dios está con nosotros ¿Quién estará contra nosotros? Si nos lo ha dado todo en él y él se ha entregado por nosotros ¿cómo podemos dudar de su amor y de su intercesión por todos nosotros?

El pasaje de la transfiguración nos muestra a Jesús como Hijo amado. El que se entrega hasta la muerte y muerte de cruz es el hijo amado. El que se ofrece por todos es el hijo amado ¿Cómo podemos dudar de que a pesar de nuestro pecado obtenemos la salvación y el perdón por medio de él?

He aquí la gran lección que hoy se nos da, que el que pasa por la tribulación, por la muerte, por la cruz , lo hace por nosotros y este es el que resucita y resucitado ya no  muere más.

Se nos invita a creer en él y a vivir como él, esto es, dando la vida por los demás.

Solo tenemos que entregarnos a él y esto es la fe un saber que el que se entrega como  él es el que resucita, el que vence, el que vive. Y todos nosotros, si le seguimos también estamos llamados a la vida aunque tengamos que pasar por la muerte.

El que vive en Cristo, está llamado a vivir como él y está llamado también a ser hijo, hijo amado, hijo querido. El cristiano es el que vive como hijo en el Hijo

Que este tiempo de Cuaresma sea un profundizar en nuestra situación de hijos y tras compartir los padecimientos de Cristo podamos compartir su resurrección

La trasfiguración nos invita a ello.

El es el hijo que vence a la muerte, que resucita y nosotros estamos llamados a vencer con él y por él 

Que así sea

1º domingo de Cuaresma, ciclo B

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El miércoles de ceniza comenzábamos la cuaresma que nos va a preparar para celebrar la pascua.

El Evangelio de este domingo nos recuerda que Jesús se retiró al desierto para ser tentado.

También nosotros hemos entrado en el desierto de la cuaresma para afrontar juntos con él el combate contra el espíritu del mal.

El desierto nos recuerda nuestra condición humana marcada por el pecado.  Allí el pueblo de Israel experimentó la insistencia del tentador que los llevaba a perder la confianza en Dios y a volver atrás; pero al mismo tiempo gracias a Moisés, aprendieron a escuchar la voz de Dios que los invitaba a convertirse en su Pueblo santo.

La tentación es algo presente en nuestra vida y gracias a la obediencia a la Palabra de Dios, podemos superarla. La Cuaresma es el tiempo propicio para el recogimiento y la oración, para le escucha y por la penitencia poner en orden nuestra vida y llevar adelante el designio de Dios que quiere que tengamos vida y vida abundante.

La narración que hemos escuchado es concisa y el desierto puede entenderse de diferentes maneras: como estado de soledad y de abandono, como lugar de la prueba y lugar donde se experimenta la presencia de Dios. San Leon Magno dirá que: «el Señor sufrió el ataque del tentador para defendernos con su ayuda y para instruirnos con su ejemplo». Necesitamos de la paciencia y de la humildad para seguir al Señor, no fuera de él o como si no existiera, sino en él y con él, porque es la fuente de la vida verdadera.

La tentación de suprimir a Dios y de poner orden solo por nosotros mismos y en el mundo solo contando con nuestras fuerzas sin más, está siempre presente en nosotros, pero con Cristo Dios se encarna y entra en el mundo del hombre cargando con nuestro pecado, venciendo el mal y volviendo a llenar al hombre y al mundo de Dios. Por tanto, respondamos con fe a la invitación de vivir de un modo nuevo y convirtiendo cada día nuestra vida a su voluntad y orientando hacia el bien nuestras acciones y pensamientos.

El tiempo de cuaresma es el tiempo propicio para renovar y fortalecer nuestra relación con Dios a través de la oración la penitencia y la caridad fraterna.

Que lo podamos aprovechar bien.

6º Domingo del T.O. Ciclo B

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El domingo pasado vimos como Jesus curaba a muchos enfermos, mostrándonos que Dios quiere para el hombre la vida y la vida en plenitud. El evangelio de este domingo nos sigue mostrando a Jesus en contacto con la enfermedad considerada en aquel tiempo más grave, hasta el punto de que hacía impura a la persona que la padecía y excluida de las relaciones sociales. Se trata de la lepra.

Vemos en primer lugar que Jesus no evita el contacto con el leproso, sino que sintiéndose cercano lo toca y le dice: ¡quiero, queda limpio! Vemos ahí resumida la historia de la salvación, es decir la voluntad de Dios de curarnos, y purificarnos del mal, derribando toda barrera entre Dios y la impureza; entre lo sagrado y lo no sagrado y manifestando que el amor de Dios es más grande que todo el mal.

En la lepra vemos un símbolo del pecado que nos aparta de Dios y en Jesus curando la lepra, un signo del perdón y de la misericordia de Dios. Así lo vemos en el diálogo: «si quieres puedes limpiarme a lo que Jesus responde: ¡quiero queda limpio! Esa es la voluntad de Dios, la que quiere levantar al hombre caído devolviéndolo a la vida y vida en abundancia

Cristo es la mano de Dios tendida a la humanidad para que pueda salir de las arenas movedizas de la enfermedad y la muerte apoyándose en la roca firme del amor de Dios.

San Agustín en sus confesiones dice: «Señor ten compasión de mi ¡Hay de mí! Mira aquí mis llagas; no te las escondo; tú eres médico, yo enfermo; tú eres misericordioso, yo miserable».

Cristo es por tanto el verdadero médico de la humanidad a quien el Padre envió al mundo para curar al hombre, marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y sus consecuencias.

Isaías habla del siervo de Yahve como aquel acostumbrado al padecimiento que llevaba nuestros dolores y nuestros sufrimientos y nuestras angustias. De modo que el dolor tocado por Jesus se convierte en un hecho de gracia que pierde su carácter grotesco, y lo hace útil y santificador no solo para quien lo sufre sino para todo el cuerpo de la comunidad eclesial. Se convierte en acontecimiento de salvación y de resurrección, pues Jesus al tocarlo lo ha convertido en signo de salvación.

San Pablo nos explica la postura de Cristo al decirnos que entre nuestra propia libertad y la edificación común debe tener prioridad esta última, pues aunque todo sea lícito no todo aprovecha a los demás. Esta es la postura de Cristo que entregó su propia vida no para buscarse a sí mismo sino para atender y entregarse él mismo a los demás. Que esta sea también nuestra postura. 

5º Domingo del T.O. Ciclo B

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Los cuatro evangelistas coinciden en testimoniar que la liberación de enfermedades y padecimientos de cualquier tipo constituía, junto con la predicación, la principal actividad de Jesús en su vida pública. En ello vemos varios aspectos a tener en cuenta

En Primer lugar, la enfermedad es de hecho una señal de la presencia del mal en el mundo y en el hombre, mientras que la curación es un signo de que el reino de Dios está cerca. Pues el reino de Dios no es una cosa ni una serie de cosas, es la presencia de Dios, la unión del hombre con Dios y Dios que nos guía hacia él mismo.

Debemos reaccionar ante este mal y ciertamente que la medicina ha avanzado mucho, pero también debemos afrontarlo con fe en el amor de Dios.

En segundo lugar, en el episodio que acabamos de escuchar, Jesus se encuentra con la suegra de Pedro que está en cama con fiebre. Y la toma de la mano, la levanta y la cura y se pone a servir.

Vemos como de alguna manera aparece ahí reflejada la misión de Jesús que viene a la casa de la humanidad, a nosotros y nos encuentra enfermos de fiebre y nos da su mano, nos levanta y nos cura. Nos cura de la fiebre de las ideologías, de la fiebre de la idolatría o de la fiebre del olvido de Dios.

El Señor nos toma de la mano a través de los sacramentos fundamentalmente en la reconciliación y en la Eucaristía donde nos da su palabra y se nos da a sí mismo.

Por otro lado, vemos que la suegra de Pedro se puso a servirles, se convierte en testigo fiel de esa curación y capaz de ponerse al servicio de los demás.

En tercer lugar, También vemos  a Jesus en coloquio con el padre: se levantó se fue a un lugar desierto y se puso a orar.

Jesus en diálogo con el Padre es la fuente de toda su actividad. El viene a anunciar la primacía de Dios, su reino, es decir, Dios como fuente y centro de nuestra vida.

En cuarto lugar, dice que ha de ir a las demás aldeas a anunciar la Palabra de Dios es decir, a reconciliarnos con Dios que es amor.

De este modo, Jesus nos muestra cual es el verdadero proyecto de Dios: que el hombre sea libre y viva en comunión con él y para ello es necesario su victoria sobre el maligno, presentado en la Escritura como el peor enemigo del hombre, mostrándonos de este modo que solo la fuerza liberadora de Jesus alcanza al hombre en su plenitud.

Por último, el libro de Job nos recuerda que Dios está cerca del que sufre o como decía San Agustín: Dios es más íntimo a mí que mi misma intimidad, pero guarda silencio. Es necesario el testimonio de Job y de tantos como él tomando en serio la dolorosa situación de la existencia humana y mostrando que Dios no es ajeno al dolor ni al sufrimiento del que sufre. Solo así podremos afrontar el misterio del mal, del pecado y de la muerte, y vencerlo con Cristo muerto y resucitado que nos precede en el camino de la vida y vive para siempre.

San Pablo nos recuerda que hoy como ayer, se nos exige una actitud cuidadosa y una atención vigilante en medio de un mundo que solo quiere oír lo que le agrada y lo que le permite continuar en sus propias convicciones. Que seamos pues buenos evangelizadores allí donde nos encontremos y que el encuentro con Cristo sea nuestra tarea cotidiana y nuestra fuerza.

4º Domingo del T.O. Ciclo B

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Jesús nos muestra en este domingo la novedad con que se presenta y actúa.

El lugar de su predicación es Cafarnaúm, a orillas del lago de Tiberíades. Y el marco es la Sinagoga. Según el esquema de la celebración, se empezaba con la oración del Shemá Israel, y seguían las lecturas de la ley y de los profetas, con la explicación o midrash por parte del jefe de la sinagoga o de otro que él invitaba. Después de la explicación había una aplicación espiritual a la asamblea y se cantaban algunos salmos mirando hacia Jerusalén. Se terminaba con la bendición y todo concluía con la colecta en favor de los pobres.

Jesús está en medio de su pueblo. Aparece como un profeta, pero hay dos cosas que suscitan el asombro de la gente: por una parte, la calidad de su enseñanza y por otra la autoridad de sus palabras.

Él explica la escritura con autoridad. Es decir, es el intérprete de la palabra y ellos perciben la autoridad convincente con que lo hacía. Pero hace algo más. Realiza milagros, signos que corroboran la autoridad de su enseñanza con la fuerza de sus acciones milagrosas.

La sinagoga era el lugar de atracción para todos los pobres enfermos tarados; lugar de esperanza para todos los que se sentían gravemente afectados por algún mal. En este caso se nos habla de un hombre que tenía un espíritu inmundo.

Este espíritu es el que curiosamente, actúa como revelador de Jesús. Lo revela como Santo de Dios. De este modo, Jesús aparece como El Salvador de la humanidad que está en poder del espíritu del mal, el inmundo. La humanidad pecadora e inmunda, siente ante Jesús todo el contraste y todo el temor. El en contraste con el espíritu inmundo es el Santo de Dios, el mismo Dios Santo misteriosamente presente en él.

La fuerza de Jesús se manifiesta ahora no solo con palabras sino con su mismo obrar: «cállate y sal de él» le dice, el cual, abandona su presa con un retortijón y un grito y la gente queda admirada: «¿qué es esto? este enseñar con autoridad es nuevo hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen».

Así empieza a manifestarse Jesús como profeta y taumaturgo, Santo de Dios y liberador del mal. Así expresa su misión la de ayer y la de hoy ante la humanidad caída y en poder del espíritu del mal. Pero Jesús es algo más que un profeta es Salvador liberador pues la humanidad está necesitada de una liberación del mal, del pecado personal, de todo lo que podemos imaginar con esa expresión de «espíritu inmundo».

Evangelizar de nuevo como Jesús es para la iglesia y para todo el que habla en su nombre un ministerio profético, esto es hablar en nombre de Dios. Y la primera lectura nos pone en Guardia contra una posible usurpación del profetismo diciendo en nombre de Dios cosas que él no ha dicho; y atribuyendo a esa autoridad cosas que no son suyas. también el celibato del que nos habla Pablo en la segunda lectura tiene como motivación el poder dedicarse más plenamente a los asuntos del Señor.

Todo ello nos invita a asumir la responsabilidad de ser testigos creíbles en medio del mundo, no solo por la palabra sino por los gestos.

Profeta y Santo de Dios es solo Jesús de ahí que la iglesia necesita de testigos que encarnen la autoridad de la profecía y la santidad de la vida.

3º Domingo del T.O. Ciclo B

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Estos domingos que no separan de la cuaresma, el Evangelio de Marcos nos muestra el inicio de la vida pública de Jesús.

Jesús como nuevo y definitivo profeta, anuncia la conversión como en otro tiempo hizo el profeta Jonás, el gran pregonero de la conversión y de la Penitencia en Nínive que hemos escuchado en la primera lectura y por la que Dios tuvo piedad de su pueblo en el exilio.

Jesús empieza su ministerio anunciando la conversión porque el Reino de Dios está cerca y lo que importa es creer la buena nueva.

Convertirnos es algo así como si estuviéramos caminando y de pronto alguien nos dice que por ahí no vamos bien y que hemos de ir por otro camino. Esto de entrada produce desconcierto y admitir que nos hemos equivocado y ello supone un desprendimiento de sí. Pero a la conversión sigue el creer la Buena Noticia; ese vaciarse de sí, supone llenarse de Cristo, seguirle, adherirse a él ya que la buena noticia es él.

Así lo hicieron Simón, Andres y Juan, pescadores del lago para pasar a ser pescadores de hombres

También nosotros estamos llamados a convertirnos y a creer en el Evangelio que es como decir en Jesucristo y poderle seguir.

Pablo, en la segunda lectura, nos dice que el momento es apremiante y que todo pasa, pasa la representación, la figura de este mundo, como si fuera una obra de teatro y finalmente solo El permanece, luego es en Jesus donde seremos realmente lo que somos, verdaderos hijos de Dios, o lo que es lo mismo palabras vivas, que hablan de Dios o con Dios

El creyente, dice Pablo, debe interpretar y comprender su vida poniendo su corazón y su vida en la meta final. La imagen de una carrera ciclista nos puede ayudar. Los ciclistas al comenzar la carrera ponen su mirada en la meta final donde esperan ser coronados. Pero saben que deben cubrir un número determinado de etapas con no pocas dificultades y sufrimientos, pero la meta al final empuja todo el proceso y evita que las dificultades ahoguen el llegar al final. Este equilibrio es el que Pablo nos enseña cuando dice que vivamos «como si no» ya que lo plenamente humano es ese destino que nos aguarda y nuestra peregrinación por la historia es la preparación para poseerlo.

El Reino de Dios, que hemos de ir preparando cada día, es un estado definitivo en el que la concordia, la igualdad y la comunión con Dios darán lugar a la felicidad plena y verdadera.

2º Domingo del T.O. Ciclo B

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Con la celebración el pasado domingo del Bautismo del Señor, comenzó el tiempo ordinario del Año litúrgico que como su nombre indica significa el vivir la grandeza de la vida ordinaria como un camino de fe y de encuentro con el Señor

Las lecturas que hemos escuchado nos hablan de vocación. La primera lectura es la vocación de Samuel. Una noche el joven Samuel que desde niño vivía al servicio del templo, por tres veces seguidas se sintió llamado durante el sueño y corrió a donde estaba Elí pero Elí no lo llamaba. A la tercera vez Elí comprendió y le dijo: «Si te llama de nuevo responde: «habla Señor que tu siervo escucha» Así es como el joven Samuel aprendió a reconocer la Palabra de Dios y se convirtió en profeta.

En el Evangelio, encontramos la llamada de los dos primeros discípulos por parte de Jesús. En los dos relatos tanto el de Samuel como en el de los discípulos, vemos la importancia de una figura que desempeña el papel de mediador. En el caso de Samuel, es Elí y en el caso de los dos discípulos es Juan, que tenía un amplio grupo de discípulos entre los que estaban Simón y Andres, y Santiago y Juan. A dos de ellos, el bautista les señaló a Jesús, diciéndoles: este es el cordero de Dios, lo que equivale a decir: este es el Mesías. Y estos dos siguieron a Jesús, permanecieron y se convencieron de que era realmente el Cristo. Inmediatamente se lo dijeron a los demás, y así se formó el primer núcleo de lo que se convertiría en el colegio apostólico.

Ambos le preguntaron: ¿Maestro a donde vives? Y Jesús les respondió: Venid y lo veréis. Quedaron impresionados durante aquellas cortas horas e inmediatamente uno de ellos, Andres hablo de él a su hermano Simón, diciéndole: «hemos encontrado al Mesías»

En pocas palabras, podemos decir que han buscado y han encontrado. Dos palabras claves en la vida cristiana, pues nos ponen ante el compromiso de ponernos en camino, ponernos en marcha sabiendo que el que busca es porque ya de alguna manera ha encontrado. Que A lo largo del nuevo año que empieza también nosotros podemos vivir esa búsqueda y ese encuentro en tensión de mente y corazón.

Pues es la relación con Cristo lo que nos dará paz y serenidad en los momentos más difíciles, y sobre todo, la certeza de que nada puede separarnos de su amor.

La Palabra de Dios nos invita al comenzar el año a ponernos en marcha hacia él. y que a la pregunta: ¿dónde vives? El nos dirá: Venid y lo veréis. Pues que podamos estar con él, vivir con él, escuchar su palabra, pero teniendo en cuenta que la llamada a seguir a Jesús mas de cerca, pasa normalmente por el testimonio y la propuesta de un intermediario, un hermano mayor, por lo general un sacerdote, familiar o amigo. Que podamos seguir a Jesus diciéndole nosotros como Samuel: «habla Señor que tu siervo escucha»

Fiesta del Bautismo del señor

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Hace unos días tuve la oportunidad de presenciar un bautismo de adultos. Y entre las preguntas previas había una: ¿qué esperas del bautismo? A lo que el catecúmeno respondía: «la vida eterna». Ahora bien ¿Qué es la vida eterna? Podemos decir que es la verdadera vida, la felicidad en un futuro desconocido, pero también podemos decir que por el bautismo entramos en la gran familia de los hijos de Dios y esta compañía de amigos de Dios es eterna, porque es comunión con Cristo vencedor de la muerte.

El bautismo, por tanto, nos inserta en la comunión con Cristo, vencedor del mal, del pecado y de la muerte, que nos da la vida eterna.

También hay en el ritual del bautismo otras preguntas como las de las renuncias. Se dice «no» a lo que los antiguos llamaban «pompa diaboli», esto es a la vida donde la muerte la crueldad y la violencia estaba tan presente en aquellas fiestas paganas o lo que hoy también significa rechazo de la vida, pensemos por ejemplo en la droga, en el desprecio o cosificación del otro de tantas maneras. A esa aparente felicidad, a esta pompa de una vida aparente, se le dice «no» y en cambio se dice «sí» al Dios vivo, a Dios creador, en una palabra, sí a Cristo, es decir a un Dios que no permaneció oculto sino un Dios que tiene cuerpo y que nos da vida. Un sí también a la comunión eclesial por la que Cristo entra en nuestra vida, en nuestro tiempo, en nuestros trabajos y en nuestro mundo.

Si la Navidad y la Epifanía sirven para abrirnos al misterio de Dios que viene a estar con nosotros, la fiesta del bautismo de Jesus nos introduce en una relación personal con él ya que Jesús se ha unido a nosotros mediante la inmersión en las aguas del Jordán.

El Evangelio narra que mientras Juan el bautista predica a orillas del rio Jordán proclamando la urgencia de la conversión con vistas a la venida ya próxima del Mesías, Jesús se presenta mezclado entre la gente para ser bautizado. Ciertamente el bautismo de Juan es distinto del sacramento que instituirá Jesús, pues cuando sale del agua, resuena una voz desde el cielo y baja sobre él el Espíritu Santo, el Padre lo proclama hijo predilecto y testimonia su misión salvífica que se cumplirá plenamente con su muerte en la cruz y su resurrección.

Así pues, con el bautismo, no nos sumergimos simplemente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro compromiso de conversión, sino que, por la sangre redentora de Cristo, somos salvados al devolvernos la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente «hijos» de Dios».

Que esta fiesta nos ayude a descubrir la belleza de nuestro bautismo que nos renueva a imagen del hombre nuevo y nos santifica. Vivamos la alegría de ser hijos, nacidos y renacidos a una nueva existencia divina. No solo nacidos del amor de un padre y de una madre sino renacidos por el amor de Dios mediante el bautismo.

Fiesta de la Epifania

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Todo el misterio de la Navidad es Epifanía, es decir manifestación del misterio de Dios que viene a nosotros tomando nuestra condición humana.

 La manifestación de los magos nos muestra que el Evangelio está abierto a todos los pueblos, que Jesus es al mismo tiempo la luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel». Los magos por medio de la observación y del estudio de la Escritura, reconocen en él al rey de los judíos, pero también al rey de todas las naciones.

Es por tanto el día de la acción misionera de la Iglesia, llamada anunciar a todas las gentes, la luz que es Cristo. Así lo afirma Jesús en el Evangelio: «Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo». Como María también nosotros nos preguntamos: ¿cómo será esto? Tenemos que estar abiertos como ella a Dios y a su designio de amor.

Algunos escritores antiguos hablan de Jesús como de un nuevo sol. Esto es, el centro del cosmos y de la historia, que por la muerte y resurrección recapitula en sí todas las cosas del cielo y de la tierra como él mismo afirma al aparecerse a los discípulos tras la resurrección: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28,18)

Es por eso por lo que el que cree en él, no pierde la esperanza a pesar de la guerra y la violencia, el egoísmo o la pretensión del hombre de convertirse en Dios.

La Iglesia también participa de ese señorío de Cristo de la que él es cabeza. Como nos recordaba el profeta Isaías en la primera lectura, esta luz que brilla llega a Jerusalén y a través de ella a todos los pueblos. La epifanía es una fiesta de la luz y el camino de los magos es el comienzo de una procesión que continua en la historia, es la peregrinación de la humanidad hacia Jesucristo, Dios con nosotros, que se nos muestra tanto en el pesebre como en la cruz y resucitado está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

El Evangelio entiende así el camino de los magos, como un comienzo. Antes habían llegado los pastores, ahora se acercan también los más sabios. Vienen grandes y pequeños, reyes y siervos, hombres de todas las culturas y pueblos.

La carta a los efesios lo expresa del mismo modo: «que también los gentiles son coherederos» y el salmo: «te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra».

Los magos van por delante en el camino de los pueblos hacia Cristo. Ellos que debían tener un corazón inquieto y en busca de la verdad.

Que también nosotros nos sintamos hoy buscadores de la verdad y del bien, del amor, la justicia y la paz y así lleguemos, como ellos hasta el pesebre, hasta Jesús.

Sagrada Familia, Ciclo B

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El domingo siguiente a la Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada familia. La Navidad es básicamente una fiesta familiar donde todos se reúnen con alegría y donde también aparece la dificultad, lo que impide muchas veces la comunión o la comunicación.

Pues bien, Jesus nace precisamente en un ambiente familiar. Ellos vivieron la dificultad, como toda familia, pero vivieron también con la mirada puesta en Dios y en su voluntad de encarnarse y de hacerse hombre.

Por una parte, la Sagrada familia es una familia como cualquier otra, pero en ella hay además una serie de valores que sobresalen tales como: el amor conyugal, la colaboración, el sacrificio, el abandono en la divina Providencia, la laboriosidad, la solidaridad, es decir, todo lo que hace posible el amor, la convivencia, la paz y en consecuencia lo que constituye la base de toda vida social. La familia está pues en la base de la sociedad.

Pero esta familia de Nazaret tiene una vocación especial y es la de colaborar con el plan de Dios, que pasa por el Hijo y su presencia entre nosotros. De este modo se nos indica que la familia cristiana, siendo como cualquier otra familia, hace presente al Señor que ha venido, que viene y que vendrá, recordándonos de este modo que la familia es una gracia de Dios, que hace presente su amor, un amor que vivido en familia refleja de una manera especial la gratuidad del amor que hace posible la fidelidad sin límites aun en los momentos de mayor dificultad, en una palabra, que hace posible la vida.

La familia se convierte así en lugar de encuentro con Dios o como afirma el Concilio Vaticano II en Iglesia doméstica, lugar donde no solo se vive juntos, sino también se ora juntos y de ese compartir juntos en el amor brota el Evangelio de la familia, la buena noticia que es la familia tanto para la sociedad como para el mundo en general.

Ya sabemos que hoy la familia, pasa por muchas dificultades y tiene que hacer frente a muchos problemas de todo tipo:  problemas de salud, de trabajo, de consuelo y compañía. Por eso hoy mas que nunca, la familia necesita apoyo y protección por parte de los responsables de dirigir los destinos de la sociedad.

La palabra de Dios nos presenta dos familias, Una del Antiguo testamento, formada por Abraham y Sara; y la otra del Nuevo Testamento formada por María, José y el mismo Jesús. Ambas viven la fe, en la apertura de lo humano a Dios, ya que la fe fortalece todo aquello que es plenamente humano siendo así, fuente de gozo y de alegría, pues el Señor que cuenta con el tiempo, cumple sus promesas a lo largo del tiempo. Estas dos familias, están también abiertas a la vida, acogen al hijo como don de Dios, un don que no es solo para ellos, sino para toda la humanidad, y al acogerlo, acogen al mismo Dios.

María y José nos enseñan a vivir la fe en la acogida y el amor mutuo, caminando así hacia el encuentro con Dios y en unión con él. Que vivamos con alegría el evangelio de la familia.

Navidad, Ciclo B

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Si en la noche Santa nos llenábamos de admiración ante el misterio de la Palabra hecha carne, hoy día de Navidad, esa admiración se torna acción de gracias y alabanza a Dios.

el profeta Isaías en la primera lectura nos habla de ese encuentro de Dios con cada uno de nosotros que viene a buscarnos ahí donde estamos y donde nos encontramos. Todo esto nos recuerda ese encuentro que estamos celebrando, el que el Señor realiza a través de su Hijo unigénito, con la humanidad en Belén, junto a la cuna de Jesús-niño, verdadero salvador y por el que también nosotros somos: «pueblo santo».

San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que, en esa búsqueda, Dios le lleva a darse no solo por medio de Jesucristo su hijo, sino que por él también nos da el Espíritu, que nos hace hijos y por tanto herederos de su reino.

El Evangelio, es continuación del que escuchábamos anoche en la misa del gallo y en el que destaca el deseo de los pastores de ir a Belén, es decir, el deseo de hacer un camino, un itinerario de fe, en donde encontramos en primer lugar la decisión y luego los gestos concretos como la búsqueda y el encuentro con el niño y por último, el testimonio: «contaron lo que del niño se les había dicho».

Ese testimonio pondrá de nuevo en marcha el asombro y el deseo de ponerse en camino hacia el encuentro y así la fe se propaga.

El relato termina con la alusión a María que medita los acontecimientos y todo lo que le han contado los pastores. Es una meditación activa en la que ella se afianzó en su sí a los caminos por donde transita la salvación de Dios.

En este día, también se nos invita a nosotros a no detenernos en muchas explicaciones sino a abandonarnos como María en la contemplación del misterio de Dios y también a ir con los pastores a Belén, es decir a ir a la raíz de nuestra fe y allí encontrarnos con el don de la vida nueva que se nos da en Cristo y con el don que supone toda vida humana. Para ello, necesitaremos hacer silencio. Silencio que nos ilumina y nos une en un mismo amor y en una misma esperanza. María, en su silencio contemplativo, nos invita a seguir haciendo que esta palabra que Dios nos da en la Encarnación del hijo siga viva y presente en nuestro mundo.

Que por momentos podamos acallar nuestras preocupaciones inmediatas y nos dejemos llevar hacia las preocupaciones verdaderas, hacia lo verdaderamente importante: la contemplación de la presencia del Señor en nosotros y entre nosotros.

María que engendra a Jesús en la carne sigue con su silencio engendrándolo en nuestro corazón, en nuestra vida y en nuestra historia, dándonos la oportunidad de hacerlo presente y de darlo a los demás.

Noche Buena, Ciclo B

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Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Tan poderoso que puede hacerse inerme. en una palabra: se hace uno de nosotros para que nosotros en nuestra pobreza y debilidad lo podamos encontrar. Ese es el misterio de la noche Santa.

El profeta Isaías nos decía: «sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos» y San Pablo por su parte, habla de la manifestación de la gracia y el Evangelio, habla de la luz que envolvió a los pastores.

Dios es luz y donde hay luz no hay oscuridad. La luz es conocimiento y también amor. En el portal de Belén nos encontramos con esa luz que desde entonces no ha dejado de brillar iluminando a todos los que la buscan y la aman.

Contra la violencia de este mundo, Dios opone en este niño su bondad y nos llama a seguir sus pasos. Cómo no recordar en esta noche a los que viven y sufren en la Tierra Santa y orar por ellos, orar por la paz.

Esta es noche de paz, pues el niño que nace es príncipe de la paz. Así se anuncia a los pastores: «gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» o también, a los hombres que él ama. En su ambiente, los pastores eran despreciados y se los consideraba poco de fia,r hasta el punto de que en los tribunales no se les admitía como testigos, pero el Evangelio destaca en ellos algo que será tenido en cuenta por Jesús: eran personas vigilantes tanto en el sentido de que tenían que cuidar de las ovejas, como en el sentido de estar dispuestos a escuchar la palabra de Dios, el anuncio del Ángel. Estaban a la espera, dispuestos a acoger la buena nueva y esto es lo que Dios también espera de nosotros: que estemos atentos, vigilantes, que no lleguemos a estar encerrados en nosotros, sino que en nosotros pueda entrar la luz que viene de Dios y con ella su paz y su amor. Belén, es además como su nombre indica: casa del pan. Es donde Cristo se nos da y así nos da su paz para que la llevemos a lo profundo de nuestro ser y la comuniquemos a los demás, seamos artífices de paz y hagamos posible un mundo en paz.

Un viejo adagio dice: «no la debemos dormir la noche Santa, no la debemos dormir». Este es un motivo central del mensaje de Jesús, y en el que aparece con insistencia la necesidad de estar vigilantes. Pero más allá de un simple estar materialmente despiertos, se trata de que seamos personas en alerta y en los que está vivo el sentido de Dios y de su cercanía, sin resignarse a su aparente lejanía en la vida cotidiana.

Que tengamos y mantengamos un corazón vigilante, capaz de acoger el mensaje con gran alegría: «en esta noche os ha nacido El Salvador». Que podamos acogerle con la debida disposición para ver su gloria en la humildad en el amor y en la paz.

la violencia dejará de ser ya el camino para hacer de la tierra un paraíso y ahora el camino será el de aquellos que aman y que construyen la paz.  Hoy Dios se hace niño para que nosotros lo podamos acoger y como un niño reclama nuestro amor.

Pidamos por tantos niños que sufren la guerra, la explotación, el abuso. Solo si los hombres cambian cambiará el mundo y para ello es necesario la luz que viene de Dios y que de modo inesperado ha entrado en esta noche. Que la podamos contemplar y dar a los demás.

4º Domingo de Adviento, Ciclo B

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Este último domingo de Adviento, contemplamos el misterio de la Anunciación. El Ángel dice a María: Alégrate María. Esta es la traducción del original griego que nosotros Traducimos como: «salve María» o «Dios te salve María».

Podemos decir que con estas palabras empieza el Nuevo Testamento. El Evangelio nos trae, por tanto, la alegría de saber que Dios está cerca, tan cerca que se hace niño y podemos tratarlo de tú.

Para los griegos esto fue una gran novedad pues ellos, rodeados de divinidades muy diversas entre sí y opuestas unas a otras y sin saber muy bien cómo salvarse de estas fuerzas opuestas, oyen algo novedoso, que hay un Dios bueno y verdadero que nos ama y nos conoce, que está con nosotros, pues se ha hecho carne. No hay nada como conocerle y amarle y esa es la gran alegría que el ángel anuncia a María.

Quizá a nosotros esto ya no nos sorprende ni sentimos esa alegría. Lo que vemos hoy más bien, es un mundo en el que Dios está ausente y en el que los miedos aparecen de nuevo y hay que anestesiarlos, pensemos en las drogas, alcohol, internet… Para poder vivir.

Pero la palabra del Ángel a María es una palabra tremendamente provocadora y más aún es comunicativa. De hecho, María, corre inmediatamente a comunicar esta alegría a su prima Isabel y nos invita también a nosotros a acoger esta alegría.

El Adviento es acoger esta alegría y vivirla como el verdadero regalo que se nos da. Un regalo que no es costoso, sino que podemos darlo de un modo sencillo: una sonrisa, un gesto bueno, una ayuda, un perdón. Por tanto, llevemos a todos esa alegría de sabernos amados de Dios por medio de Jesucristo.

Pero el Ángel continúa diciendo: «No temas María», pues si ciertamente la propuesta es grande, Dios es grande también con ella.

Hoy esta palabra se nos dirige a todos nosotros que vivimos en un mundo de miedos: miedo a la miseria, a la pobreza a la enfermedad, a la muerte. Aunque tengamos muchos seguros, el único seguro que en algunos momentos tenemos, es el que nos viene del Señor que nos dice: no temas yo estoy siempre contigo. Su misericordia y su amor siempre nos acompañan.

Y María responde al Ángel: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Dice sí a la voluntad de Dios, entra dentro de ella, con un gran sí y así abre la puerta del mundo a los que Adán y Eva la habían cerrado.

También nosotros somos invitados a decir «sí» a Dios, aunque hoy sintamos la tentación de preferir nuestra voluntad, pero ya sabemos que la voluntad de Dios es buena y así nos atrevemos como ella a abrir las puertas del mundo a Dios, diciendo «sí» a su voluntad y conscientes de que es el verdadero bien, que nos guía hacia la verdadera alegría y felicidad. Que podamos vivir hoy y siempre alegres en el adviento de cada día.

3º de Adviento, Ciclo B

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Este domingo es el domingo, Gaudete, domingo de la alegría, es la alegría porque Dios se acerca y quiere estar con nosotros, de modo que su presencia nos alegra.

San Pablo en la segunda lectura nos decía: «Hermanos, estad siempre alegres en el Señor, os lo repito estad alegres» y en otro lugar, en la carta a los efesios, nos dirá que demos gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo. Recordemos también las palabras del ángel a María: «alégrate llena de gracia».

Esta alegría en el Señor no es una cuestión de espacio ni de tiempo sino una cuestión de amor: el amor acerca y esto es lo que celebramos en la Navidad al contemplar en Jesús el rostro de Dios que por amor se acercó a nosotros y comparte nuestra vida.

Así pues, la verdadera alegría está vinculada a la relación con Dios, por eso nuestra oración debe ser constante, como nos decía San Pablo: «sed constantes en orar». He ahí la clave de la verdadera alegría.

Esta alegría tampoco es un simple estado de ánimo, ni algo que se logra con el propio esfuerzo, sino que nace del encuentro con la persona de Jesús, que se entrega por nosotros.  San Agustín lo expresa con la famosa frase de: Interior intimo meo. «El Señor está mas cerca de nosotros, que nosotros mismos».

La profecía de Isaías en la primera lectura nos decía: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres … a proclamar el año de gracia del Señor». Son palabras que resuenan también hoy con fuerza y que nos hablan de esperanza y nos predisponen a acoger el tiempo del Señor, el tiempo de su venida, aquí y ahora.

El Adviento es el tiempo de preparación para la venida del Señor y todo tiempo, tras la primera venida del Señor es tiempo de preparación para recibirle en cada momento, en cada situación y en cada circunstancia.

También la figura y la predicación de Juan nos preparan para acoger al Señor, por medio de la conversión. Ante la pregunta a cerca de ¿Quién es él? su respuesta refleja una humildad sorprendente: No es el Mesías, no es la luz, tampoco es Elías, el gran profeta esperado. Él es el precursor, un simple testigo, una voz en el desierto, como un desierto es hoy nuestro corazón, sobre todo si no está habitado por Dios. Pues bien, en ese desierto y en todo desierto Juan proclama que Dios está cerca, lo cual no deja de ser una gran noticia, que nos invita a ser ya testigos de la luz en medio de este mundo, y a preparar su venida plena y definitiva con nuestra palabra y con nuestra vida.

Que vivamos ya aquí y ahora   la alegría de esa cercana presencia de Cristo en nosotros y entre nosotros, que nos guía y acompaña hacia la plena posesión de su presencia.   

   

2º Domingo de Adviento, ciclo B

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En este tiempo de Adviento recordamos que Dios viene a renovar la humanidad caída y que lo hace desde dentro, entrando en nuestra historia, hasta hacer de ella una historia de salvación. Por eso es un tiempo de esperanza, de esperanza en la salvación.

Dios, en este sentido, no hace arreglos, sino que realiza algo nuevo, una humanidad nueva, como es la humanidad de Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, la mujer que Dios eligió para venir al mundo y la primera en ponerse en camino hacia eso cielos nuevos y esa tierra nueva, en donde habita la justicia. Lo que Jesus ha iniciado por medio de ella es una humanidad nueva que viene de Dios y que germina en todo aquel que como María escucha la Palabra y la pone en práctica. Como nos decía Isaías en la primera lectura, es en el desierto de nuestro corazón, en el trato sincero y profundo con Dios, como hacemos posible la llegada de esa nueva humanidad, la llegada de su reino.  

En la segunda lectura del Apóstol San Pedro se nos plantea un problema que siempre está presente en la comunidad cristiana: ¿Dónde queda la promesa de la venida gloriosa del Señor? Incluso algunos dicen: «Ya han muerto nuestros padres y todo está igual que al principio del mundo».

El apóstol, responde que: «para el Señor, un día es como mil años».  Es decir que no estamos ante algo cuantificable en días, años o en siglos sino en algo que afecta a la calidad de nuestra vida y así podemos decir que todo puede resumirse en un día, en un solo día, pues: «un día para el Señor es como mil años». Y Dios nos da el tiempo para la conversión, para serle fieles de forma que el que considera que no necesita de la conversión pensará que efectivamente Dios se retrasa, pero para el que se considera necesitado y en camino de conversión, lo que ocurre es que Dios es paciente, misericordioso y lo que hace es sencillamente esperar, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos entren a participar de la salvación.

La figura de Juan el bautista, que recoge la predicación del profeta Isaías, también nos ayuda a la conversión. De hecho, su bautismo es un bautismo de conversión y vinculado a la venida del Señor, al que llama: «el que es más fuerte que yo y el que bautizará con Espíritu santo». Esto es, una invitación a convertirnos reconociendo el propio pecado, y así preparar el camino al Señor.

Hermanas y hermanos, preparemos el camino al Señor que viene a nosotros, a nuestro corazón a veces devastado y necesitado de consuelo y de ayuda para ponerse en marcha. Pero no es esta una consolación barata sino la que brota de la certeza de que el Señor viene, está cerca y espera de nosotros una respuesta que hemos de dar desde el desierto, de nuestra vida, de cada día, para desde ahí ponernos en marcha, hacia el Dios que viene, que nos libera y que nos regala un corazón nuevo capaz de amar y de esperar.

Como el amor de una madre crece mientras espera el regreso del hijo, o los que se aman tras un periodo de ausencia, así nuestra relación con Dios será cada vez más honda y madura mientras más aguardemos su retorno.

Inmaculada Madre

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«Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo». Ahí tenemos la clave de la fiesta de la Inmaculada que hoy celebramos. María la llena de gracia desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger la Palabra encarnada, el verbo de Dios.

Pero ¿porque, escoge Dios a María? En el misterio insondable de Dios, solo él sabe, pero encontramos en el magníficat, el cántico de alabanza de María, una clave importante cuando dice: «proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava». Dios quedó admirado de la humildad de María y encontró gracia. Así se lo comunica el ángel: «No temas María, porque has hallado gracia ante Dios». Y así es como llega a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia y estrella para toda la humanidad.

En definitiva, ella es la que nos da a Jesucristo que es la fuente de la gracia de la que ella está llena desde el primer instante de su existencia. Ella es la que acoge a Jesus y la que nos lo da. 

Esa es también nuestra misión y la misión de la Iglesia de la que ella es modelo y guía: acoger a Cristo en nuestra vida y darlo al mundo, para que el mundo se salve por medio de él.

Como hemos escuchado en la primera lectura, después del pecado original, Dios se dirige a la serpiente, que representa a Satanás, la maldice y añade una promesa: «enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza mientras acechas tú su calcañar». En los primeros momentos de la creación parece que prevalece Satanás, pero vendrá un hijo de mujer que le aplastará la cabeza. Así es como mediante el linaje de la mujer, Dios vence al mal. Esta mujer es María de la que nació Jesucristo salvador.

En el Evangelio escuchamos el anuncio del ángel que anuncia algo nuevo, como un nuevo árbol, que extenderá sus ramas sobre el mundo entero, ofreciendo a todos los hombres los frutos de la salvación. A diferencia de Adán Y Eva. María con su sí, afirma el plan salvador de Dios, con lo que se convierte en la nueva Eva que da a luz a la nueva humanidad que brota del costado de Cristo.

En este tiempo de Adviento que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador miramos a María que brilla como signo de esperanza para todos los que caminamos hacia Dios.

Encomendamos a ella, nuestras familias, comunidades y al mundo entero, que no prevalezca en él el mal, la guerra, sino que confiemos en la victoria de Dios por medio de Jesucristo, el Hijo de María inmaculada.

1º de Adviento, Ciclo B

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En el primer Domingo de Adviento, el profeta Isaías nos revela en la primera lectura, el conocimiento profundo que el pueblo tiene del propio pecado y del que no se puede liberar: «¿Por qué nos extravías de tus caminos…nos entregaba a nuestras maldades…nuestra justicia era un paño inmundo?» Pero en esta situación aparece el rostro de Dios como el de un padre tierno y misericordioso que cuida de nosotros en todas las circunstancias, porque somos obra de sus manos y está dispuesto a perdonar y a acoger a todo el que se arrepiente. El momento mas intenso del fragmento es ciertamente la invocación: «Ojalá rasgases el cielo y bajases».

Este Padre, ha salido a nuestro encuentro enviando a su hijo como nuestro Redentor.

Hemos de prepararnos para acogerle, para recibirle, no solo al final de los tiempos sino en cada momento y en cada acontecimiento, de modo que como nos recordaba San Pablo, también nosotros vivamos de modo que seamos: «irreprensibles» en el día del Señor.

El Evangelio, también nos invita a prepararnos para le venida de Cristo mediante la exhortación: «¡Velad¡» por medio de la breve parábola del dueño de casa que se va de viaje y no sabe cuando volverá. Velar, significa seguir al Señor, elegir, lo que Cristo eligió, amar lo que él amó y configurar nuestra vida con la suya.

Velar es también vivir nuestro presente en su presencia, sin dejarnos abatir por las dificultades inevitables y los problemas diarios para poder caminar en esa dirección en el tiempo que nos toca vivir.

«¡Velad¡» es, por tanto, una exhortación saludable que nos recuerda que la vida no tiene solo la dimensión terrena, sino que está proyectada a un más allá como la flor que sale de la tierra y se eleva hacia el cielo.

El ejemplo de los discípulos que se durmieron en vez de velar con Jesus en Getsemaní muestra a las claras que esta vigilancia no es una actitud más, sino que es la capacidad de dar la vida como esa fue la postura de Jesús.

El tiempo de adviento nos recuerda que: Dios entra en la historia, en el tiempo y nos muestra que el tiempo es signo de su amor, y que por tanto, hemos de saber aprovechar  bien, acogiéndole ya sacramentalmente y así caminar mientras esperamos su retorno glorioso.

Ante la llegada del Adviento

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El tiempo de Adviento se centra en la venida del Señor.

Venida del Señor que en griego es: parusía, en latín: adventus, y de ahí, adviento o venida, llegada, presencia.

Adviento significa hacer memoria de la primera venida del Señor en la carne, pensando ya en su vuelta definitiva, pero al mismo tiempo, significa reconocer que Cristo presente en medio de nosotros se hace nuestro compañero de viaje en la vida de la Iglesia, una certeza que nosotros alimentamos escuchando la Palabra de Dios, que nos ayuda a ver los acontecimientos de la vida y de la historia como palabras que Dios nos dirige y que nos garantizan su cercanía en todas las situaciones y así hasta que vuelva en gloria y majestad .

En este sentido, el Adviento es un tiempo de espera y de esperanza, un tiempo de escucha y reflexión en el que la liturgia nos invita a salir al encuentro del Señor que viene.

¡Ven Señor Jesús¡ es la ferviente invocación de los primeros cristianos que debe convertirse en nuestra aspiración constante «¡Ven Señor hoy! Ilumínanos, danos la paz, ayúdanos a vencer la violencia…. ¡Ven Señor ¡ es el grito del Adviento.

¿Qué es esta venida y por qué nos concierne?

El pueblo de Israel aguardaba la venida del Señor.

María formaba parte de ese pueblo que aguardaba la venida del Señor, pero no podía imaginar cómo se realizaría.

Tal vez esperaba una venida en la gloria y en la fuerza. Por eso debió ser bastante sorprendente para ella el momento en el que el arcángel Gabriel entró en su casa y le dijo que el Señor, el Salvador, quería encarnarse en ella, que quería realizar su venida a través de ella.

Imaginemos lo que esto debió suponer para ella. Su dicho con espíritu de fe y de obediencia la convierte en morada del Señor, en verdadero templo y en puerta por la que el Señor entró en la tierra.

Esta es la primera venida del Señor, pero decimos que aguardamos su venida. Ahora bien, esta venida del Señor que nosotros aguardamos no es solo al final de los tiempos. En cierto sentido el Señor viene a través de nosotros y llama a la puerta de nuestro corazón: ¿Estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Nos pregunta hoy. El Señor también quiere entrar hoy en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca también una morada viva en nuestra vida personal. Esta es la venida del Señor.

Por tanto, en el tiempo de Adviento aprendemos a dejar que el Señor venga a través de nosotros.

El Apóstol San Pablo en la primera carta a los tesalonicenses, 5, 23-24 nos dice:

«que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas».

Dios por tanto, nos llama a la comunión con él, que se realizará plenamente cuando vuelva Cristo, y él mismo se compromete a hacer que lleguemos preparados a ese encuentro final y decisivo. El futuro, por decirlo así, está contenido ya de algún modo en el presente, mejor aún está en la presencia de Dios mismo, de su amor indefectible, que no nos deja solos, y que no nos abandona ni siquiera un instante, como un padre y una madre acompañan a sus hijos.

Ante Cristo que viene, el hombre se siente interpelado en todo su ser: espíritu, alma y cuerpo, es decir que es toda la persona la que acoge al Señor sin que nada quede excluido y es el Espíritu santo que formó a Jesus, hombre perfecto, en el seno de la Virgen, quien lleva a cabo en la persona humana el admirable proyecto de Dios, transformando el corazón y desde él todo lo restante.

Así pues, en cada persona se renueva la obra de la creación y de la redención que Dios va realizando en el tiempo, un tiempo que tiene como centro la primera venida de Cristo y como final su retorno glorioso. Mientras tanto, todos nosotros, nos vamos confrontando con él y vamos caminando con él, hasta que él vuelva.

La palabra que resume este estado particular en el que se espera algo que debe manifestarse, pero que al mismo tiempo se vislumbra y se gusta por anticipado, es: esperanza.

El Adviento es, por excelencia, el tiempo espiritual de la esperanza. Y en él la Iglesia entera está llamada a convertirse en esperanza para ella y para el mundo. Todos nos ponemos en camino ante el misterio de Dios que viene y nos invita a salir a su encuentro.

¿de qué modo nos vamos a disponer para ello?   Ante todo, por medio de la oración. En los salmos encontramos continuamente la invocación de su venida. Así en el salmo 141, 1-2: «Señor te estoy llamando, ven de prisa; escucha mi voz cuando te llamo. Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde».

Es el grito de una persona que se siente en grave peligro, pero también es el grito de la Iglesia mientras camina entre peligros, hasta la venida del Señor. Es la invocación que resuena también en todos los justos y en todos los que quieren resistir al mal, a las seducciones de un bienestar inicuo, que ofende la dignidad humana y la condición de los pobres.

Al comenzar el adviento, la liturgia de la Iglesia hace suyo este grito y lo eleva a Dios «como incienso». Pues en efecto, el ofrecimiento vespertino del incienso es símbolo de la oración que elevan los corazones dirigidos a Dios, el Altísimo, así como «el alzar de las manos como ofrenda de la tarde».

En la Iglesia ya no se ofrecen sacrificios materiales, como ocurría en el templo de Jerusalén, sino que se eleva la ofrenda espiritual de la oración, en unión con la de Jesucristo que es sacrificio y sacerdote en la Nueva Alianza, que tomó sobre sí nuestras pruebas y nuestras tentaciones para darnos la gracia de su victoria.

En el salmo 142 cada palabra, cada invocación hace pensar en Jesús, en su pasión y de modo especial en la oración al Padre en Getsemaní.

«A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor, desahogo ante él mis afanes, expongo ante él mi angustia, mientras me va faltando el aliento».

Nos recuerda a Jesucristo en su primera venida, que quiso compartir en todo nuestra condición humana menos en el pecado, aunque por nuestra salvación sufrió todas sus consecuencias. Al rezar este salmo revivimos su compasión hecha carne en su primera venida y en su angustia humana hasta tocar fondo.

De este modo, el grito de esperanza del adviento expresa desde el inicio y del modo más fuerte nuestro estado de necesidad de la salvación. Es decir que no esperamos al Señor como una decoración para un mundo ya salvado, sino como único camino de liberación de un peligro mortal que él mismo tuvo que sufrir para hacernos salir de esta cárcel. En el versículo 8 se nos dice: ¡líbrame de mis perseguidores pues son más fuertes que yo ! ¡saca mi vida de la cárcel para dar gracias a tu nombre!

En definitiva, estos dos salmos nos previenen de cualquier tipo de evasión y de fuga de la realidad y nos preservan de una falsa esperanza, que olvida nuestra dramática existencia personal y comunitaria. De lo contrario no sería una esperanza pascual, como nos recuerda el himno de la carta a los filipenses 2, 6-11 en donde alabamos a Cristo encarnado crucificado, resucitado y Señor universal.

Él nos permita vivir el adviento en unión con María, Señora del Adviento, siendo dóciles como ella a la acción del Espíritu que nos santifica y nos da vida.

Cristo Rey

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Toda la vida de Jesús fue un hacer presente, el reinado de Dios, su soberanía. En ello centró su predicación y los signos que realizó.

En un primer momento Jesús proclama la soberanía de Dios por medio de las parábolas y los signos o milagros y posteriormente por medio del gran signo de su muerte y resurrección.

Esta soberanía de Dios se sigue actualizando hoy por la fuerza del Espíritu en la Iglesia y es objeto de esperanza para los que le siguen y para toda la humanidad, hasta que Dios lo sea todo en todos.

En el tiempo de la Iglesia, que es el momento presente, el reinado de Dios se hace actual a través de los demás y especialmente de los más necesitados pues nos muestran a las claras que todos somos necesitados, especialmente de Dios.

Jesus, ha querido, de este modo, tomar el rostro de los hambrientos y sedientos, de los extranjeros y de los desnudos, enfermos o prisioneros, en definitiva, de todos los que sufren o están marginados, y así lo que les hagamos a ellos será considerado como si se lo hiciéramos a él. Por otro lado, esto es lo que él ha hecho con nosotros compartiendo nuestra existencia hasta en los detalles más concretos, haciéndose servidor de los más pequeños. De modo que, el que no tenía donde reclinar la cabeza y fue condenado a morir en la cruz, es nuestro rey.

Así pues. entrar en el reino, será posible ahora a través de ellos, pues cubriendo sus necesidades, nos encontramos con Cristo necesitado de nuestro amor y por tanto compartiendo con ellos lo nuestro y devolviéndoles su dignidad es como descubrimos en ellos el rostro de Cristo y como le podemos amar de verdad.

Jesus, nos enseña, lo necesitados que estamos de él, haciéndose él mismo necesitado en los necesitados, de modo que ya no nos quepa ninguna duda de que es en ellos donde nos encontramos con él. 

Se pone así de manifiesto que el reino de Cristo no es de este mundo, pero es para este mundo, porque lo transforma, al poner en práctica el amor al prójimo. En él Jesús ha querido compartir su sufrimiento para salvarlo. Nosotros también en la medida en que compartimos el sufrimiento de los demás vamos extendiendo esa salvación operada por Cristo a todos.

A la luz de esta centralidad de Cristo rey, nosotros podemos interpretar la realidad del hombre contemporáneo, su vocación y dignidad, así como todos los ámbitos de su vida.

 Que ese anuncio salvífico que realiza la Iglesia nos lleve a todos a conocer el misterio de Cristo y la grandeza de su reino.

33 Domingo del T.O. Ciclo A

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 La palabra de Dios, en este domingo nos invita no solo a aguardar la venida del Señor sino a hacerlo de forma activa y vigilante, poniendo a trabajar nuestros talentos.

Pero ¿Qué son esos talentos? Normalmente pensamos que son dotes o capacidades intelectuales que Dios nos da y así hablamos de personas con talento o sin talento, pero para el Evangelio, son más bien todo aquello que nos toca vivir, las responsabilidades que debemos asumir o las tareas que hemos de realizar. Todo eso son las riquezas que el Señor Jesús nos ha dejado como herencia para que las hagamos fructificar. Junto a esto, nos da también los medios para llevarlo a cabo como son: La palabra, la Eucaristía, la oración, la reconciliación, los sacramentos todos.

¿Realmente valoramos, todo lo que Dios nos da?   Los dos primeros siervos son un ejemplo de laboriosidad y de actividad, pues han negociado los talentos y han conseguido el doble de lo recibido hasta el punto de que cada uno es llamado bueno y fiel. El tercero, en cambio se muestra holgazán e inactivo; prefiere no correr riesgos, se limita a conservar el talento y no produce nada y por todo ello es llamado malvado y perezoso.

¿Por qué unos son catalogados como buenos y otros como malvados? Por la idea que tienen del dueño; mientras que unos se saben amados por él, otros se sienten juzgados por él.  «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no siembras y recoges donde no esparciste; tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo». El siervo que tiene miedo de su Señor y teme su regreso, esconde la moneda bajo tierra y no produce ningún fruto.

Pero la parábola da más relieve a los buenos frutos producidos por los discípulos que felices por el don recibido, no lo mantuvieron escondido por temor y celos, sino que lo hicieron fructificar, compartiéndolo, repartiéndolo y es que lo que Cristo nos da se multiplica dándolo. Es un tesoro que hemos recibido para gastarlo, invertirlo y compartirlo con todos.

Esto se traduce en una mentalidad activa y emprendedora, pero sobre todo responsable para con Dios y para con toda la humanidad.

Por tanto, hemos de usar bien los dones que Dios nos da. El que nos llama a la vida nos da unos talentos y una misión que cumplir. Nuestra existencia tiene como fin emplearlos y sacar buen provecho de ellos, de lo contrario se malogra.

Que vivamos pues en la vigilancia a la que tanto nos exhorta la Escritura. Esta es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en nosotros los frutos de su amor. Si Jesús nos ha amado hasta el punto de dar su vida por nosotros ¿Cómo podremos no amar a Dios con todas nuestras fuerzas y amarnos de todo corazón los unos a los otros?

Que como la mujer de la que nos habla la primera lectura, vivamos en laboriosa y alegre vigilancia hacia el encuentro con Dios.

32 Domingo T.O. Ciclo A

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Muchas veces hacemos distinciones entre los que creen y los que no creen, hoy la palabra de Dios nos invita a distinguir entre los que esperan y no esperan.

San Pablo en la segunda lectura nos decía: «no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que nos os aflijáis como los que no tienen esperanza» y es que la fe, va unida a la esperanza. Es propio del cristianismo el iluminar el misterio de la muerte, de modo que así ya no podemos estar sin esperanza, pues si vivimos en la fe vivimos también en la esperanza.

El Evangelio también nos invita a pensar en la vida eterna, por medio de la parábola de las diez vírgenes. De las diez, cinco entran en la fiesta, ya que a la llegada del esposo tienen aceite para encender sus lámparas, en cambio las otras cinco se quedan fuera, pues no han previsto llevar aceite para la noche, hasta la llegada del esposo.

¿Qué significa este aceite? San Agustín por ejemplo dirá que es un signo del amor y el amor si es verdadero no se puede comprar, sino que se recibe, se nos da, se conserva en lo mas hondo y se practica en las obras.

La verdadera sabiduría como nos recordaba la primera lectura será aquella que hace de esta vida el lugar adecuado para realizar las obras del amor, es decir, de tener aceite, ya que después de la muerte no será posible realizar obras de amor, y por tanto no será posible conseguir el aceite que nos mantiene en vela esperando la venida del Señor. El juicio final, de hecho, versará a cerca del amor que hemos practicado en la vida terrena. Y este amor no es fruto de nuestro esfuerzo, sino que es don de Cristo que se nos da por medio del Espíritu. De manera que quien cree en el Dios-amor es portador de esperanza es decir que mantiene la lámpara encendida para atravesar la noche más allá de la muerte y llegar a la gran fiesta de la vida eterna.

Que podamos buscar desear y amar esta sabiduría, sabiendo que es ella la que se anticipa y sale al encuentro de quienes son merecedores de ella y nos permite amar las cosas del cielo y la espera vigilante del Señor, el esposo que debe venir y que nos mantiene fieles en su servicio.

En estos tiempos fuertes que nos toca vivir, mantengamos viva la esperanza en una paz que sobrepasa toda paz y así nos reunamos un día en el banquete eterno que ya se adelanta cuando celebramos la eucaristía de forma que nadie se quede fuera, pues mientras vivimos en el tiempo, vivimos en la noche y por tanto en vela. La sagrada Escritura nos ilumina hasta la llegada del Señor, nos recuerda también San Agustín.

En realidad, no cuenta si la vuelta de Jesus es inmediata o se demora, sino que lo que cuenta es estar preparados, pensando que cada momento es decisivo para nuestra salvación.

31 Domingo del T.O. Ciclo A

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Jesús en el evangelio amonesta a los escribas y fariseos que en la comunidad desempeñan el papel de maestros. Esto es válido también para nosotros que acogemos la buena noticia, pero podemos desmentirla con una conducta incoherente, de ahí que también se nos pueda decir eso de: «Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen».

Hemos de mirar a Jesús que es el primero en practicar el mandamiento del amor, que nos enseña a todos y no solo eso, sino que nos ayuda a cumplirlo dándonos el Espíritu.

La primera lectura, nos recuerda que el verdadero culto a Dios pasa por la obediencia y no mediante un culto vacío, ni por la acepción de personas en la aplicación de la ley. Reconocer a Dios como Padre de todos ha de ser la base de la justicia.

En la segunda lectura, vemos como es la postura de San Pablo en el ejercicio de su ministerio apostólico, realizado con un amor que consiste en la disposición a entregar lo mejor de uno mismo, y siguiendo a Jesus mediante una espiritualidad encarnada. Esto lo vemos sobre todo en la referencia al trabajo para no ser gravoso, aunque el evangelizador tenga derecho al sustento.

Todo tiende a evitar la postura propia de algunos pastores en Israel que, si bien daban una enseñanza meticulosa, luego eso contrastaba con la ausencia de compromiso personal pues lo que hacen, «lo hacen para que los vea la gente».

En este sentido se nos invita también a revisar nuestra actuación teniendo en cuenta, en primer lugar, que es Jesus el que nos conduce por el camino de la salvación, porque es el que nos conduce y el que abre caminos hacia la vida. Pues, él es el Señor. Lo que quiere decir que es el único que conduce a la vida y el único que es Señor de la historia.

Jesús pone de manifiesto que es Dios el que exalta y humilla, por tanto, cada uno debe permanecer en su lugar sin abrigar pretensiones que desborden su realidad. La acción de Dios consiste en poner a cada uno en el lugar adecuado, en su rango.

La insistencia en el único maestro o en el único Padre tiene como cometido recordar algo importante en la vida de fe como es la preocupación por la aprobación de los hombres y no por la relación con Dios. Siendo que de esta relación con Dios es de donde brota la vida de comunidad marcada por el servicio y la humildad.

Como discípulos de Jesús, el único maestro, e hijos del único Padre, estamos llamados a llevar un estilo de vida coherente y a vigilar la autenticidad de nuestras relaciones con Dios y con nuestro prójimo.  

Fiesta de todos los santos

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En esta fiesta de todos los santos, nuestro corazón se ensancha, como si las limitaciones del tiempo y del espacio no existieran y recordamos aquello de que estamos llamados a ser santos ya que la santidad no es un privilegio reservado a unos cuantos, y  ser santo es la tarea a la que estamos destinados todos, tanto si somos cristianos como si no, pues todos estamos llamados a la santidad, en la medida en que hemos sido creados a imagen de semejanza de Dios, y estamos llamados  a serlo en plenitud y de verdad. Esta esperanza, este deseo nos purifica, decía San Juan en la segunda lectura, al decirnos: «Ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos». El cristiano ya es santo por el bautismo y ha de llegar a serlo, pero todos en cuanto creados por Dios están llamados a la santidad.

La santidad, para el cristiano será que Cristo esté en nosotros y que nosotros vivamos en él y por él, invocando su nombre. Es vivir ya en la bienaventuranza, con lo que tiene de prueba, de hambre y sed, de justicia, de incomprensión o persecución, pero también heredamos ya la vida nueva de los bienaventurados, la alegría pascual de Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte.

La bienaventuranza es pues un calco de la vida de Cristo, que pasa por la cruz pero que resucita, alumbrando así la esperanza de que también nosotros estamos llamados a resucitar con él. Se nos ofrece así una nueva imagen del hombre y del mundo y eso es la santidad, vivir ya en la esperanza como resucitados, aunque todavía estemos sujetos a las limitaciones de nuestra condición humana, y sabiendo que esta condición humana es como la antesala o como el presupuesto básico y fundamental sin el cual no podemos llegar a la santidad, pues solo desde lo humano podemos llegar a trascender lo humano. Es más, si el que va hacia Dios, no se aleja de lo humano, ni se aparta de lo humano, sino que lo humano y concretamente la humanidad de Cristo se convierte en él en un impulso que le lleva hacia Dios, el santo, estando en Dios y viviendo en Dios, estará también cerca de lo humano.

Por eso decimos en el credo que la Iglesia es santa, santa en lo humano y con las limitaciones humanas, pero inmediatamente decimos que creemos en la comunión de los santos. Los que han vivido en lo humano y lo han llevado a su plenitud no son ajenos, sino que nos acompañan en nuestro caminar.

Que esta fiesta nos permita vivir la santidad como una buena noticia y como algo que nos toca a todos en cuanto hijos de Dios. Los santos nos acompañan en este caminar y nos enseñan ya a vivir la esperanza de un mundo nuevo en donde habite la paz.

30 Domingo del T.O. Ciclo A

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Muchas veces nos preguntamos qué hemos de hacer en una situación particular y ello indica en buena medida, que no hemos decidido qué es lo mas urgente o conveniente en la vida. A ello nos viene a decir hoy el Evangelio que es solamente Dios la causa por la que vale la pena invertir nuestros recursos vitales y por lo que tiene sentido gastar nuestra existencia.

Pero ¿Cómo vivimos esto? ¿De qué forma experimentamos en nuestro día a día esta urgencia de que sólo Dios es lo importante en nuestra vida? El Evangelio nos da la clave para descubrirlo y esto es: en la medida en que amamos al prójimo.

Santa Teresa, por ejemplo, decía que la más cierta señal de que amamos a Dios es guardando el amor al prójimo, pues si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios de que así es, más el amor al prójimo, sí que se puede saber y apreciar.

Y ¿qué es amar a Dios y al prójimo sino amar como Jesus nos ama? Es más, el mandamiento del amor al prójimo lleva una coletilla: «amarás al prójimo como a ti mismo». Esto muchas veces se ha entendido como una minimización del amor o una especie de prudencia egoísta, pero en realidad es vivir el amor al prójimo, como Jesus lo hace, es decir, que el amor a sí mismo no quiere decir egoísmo, sino entrega, pues sin quererme a mí mismo, sin querer lo que hay en mí y lo que Dios hace en mí, es decir, sin reconocer que Dios me ama, no puedo amar ni amarme. Es el amor a uno mismo, entonces, el que lleva a darse y a entregarse. Si el amor a si mismo fuera fuente de egoísmo, entonces sí que deberemos tener en cuenta lo que dice el Evangelio en otro lugar cuando afirma que: el que se odia a sí mismo se guardará para la vida eterna. El odio a sí mismo es en este caso la mejor manera de reconocer que debo cambiar. Es la manera de convertirme al amor a mí mismo,  al  prójimo y a Dios. Este es al amor tal y como lo vivió y enseñó Jesús.

Ya la primera lectura insiste en que el amor ha de concretarse en las relaciones entre las personas. Relaciones de respeto, de colaboración de ayuda generosa, pues Dios no es ajeno al grito del pobre. Amor que brota de la escucha de la Palabra divina, pues es de la escucha de la Palabra de Dios de donde brota el servicio desinteresado tanto a los demás como a uno mismo.

Necesitamos pues escuchar más íntimamente a Dios y conocer más profundamente su Palabra y compartir más sinceramente la fe que se alimenta constantemente en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

Que la Eucaristía que nos congrega cada Domingo sea una verdadera celebración del amor de Cristo Jesus hacia todos nosotros, que nos enseña a amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos y veamos en ella realizado plenamente el mandamiento del amor.

29 Domingo del T.O. Ciclo A

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Hoy es fácil escuchar eso de que no estamos en una época de cambio sino en un cambio de época.

La primera lectura del profeta Isaías nos ayuda a comprender que también los cambios de época están bajo el dominio supremo de Dios y ningún poder terreno puede ponerse en su lugar, pues como hemos escuchado, incluso Ciro, emperador de los persas, acaba formando parte de ese plan más grande que solo Dios conoce y lleva adelante.

Igualmente es Dios el que toca los corazones con su palabra y con su Espíritu llamándonos a la fe y a la comunión en la Iglesia. San Pablo en la segunda lectura a los Tesalonicenses nos recuerda que hemos de dar gracias a Dios por lo que realiza en nosotros y hemos de pedirle que nuestros trabajos y nuestros esfuerzos den fruto: «sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor». Es el Señor el que por medio del Espíritu nos capacita para que la Evangelización sea eficaz, es decir, plena, fiel e íntegra.

Así lo reconocen en el propio Jesus aquellos que se dirigen a él en el Evangelio: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias».

Pero en este caso los que le cuestionan lo que desean es comprometerle

Jesús responde con realismo y claridad a su pregunta. El tributo del Cesar se debe pagar, porque la imagen de la moneda es la del César, en cambio el hombre lleva otra imagen grabada en su interior y es la imagen de Dios y por tanto a él y solo a él nos debemos. Si bien el César ha puesto su imagen en cada moneda, y cada moneda se devuelve al Cesar, igualmente habrá que devolver a Dios todo lo que somos y vivimos ya que está marcado con su imagen.

No se trata pues de recordar la distinción entre el César y Dios o la diferencia entre el ámbito religioso o el político, sino de hablar de Dios y recordarnos que nuestra vida y lo que somos, pertenece a Dios y de ahí la necesidad de convertirnos a él de todo corazón.

En una palabra, que el Cesar tiene derecho a pedir y exigir lo suyo, su imagen, pero no a pedir y a exigir la adoración a su persona como si fuera Dios. Dios es único y sólo a él se le puede rendir culto y sus imágenes le pertenecen; por tanto, el único Señor de las personas humanas es Dios y es el único que puede pedir, en respuesta a su providencia y bondad el culto o adhesión amorosa y libre de sus imágenes. Por tanto, lo temporal lo deberá administrar el César, pero no lo referente al hombre. Es más, sin oposición ni enfrentamientos ambas instancias deben colaborar en el bien de la persona que, en el tiempo presente, pertenece tanto al reino del Cesar como al reino de Dios.    

28 T.O. Ciclo A

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En una época bastante complicada, y en la que el desaliento estaba a la orden del día, Isaías, levanta su voz profética: Dios no abandona a su pueblo y pondrá fin a su tristeza y a su vergüenza llamando a la comunión con él.

El banquete del que nos habla es signo de alegría, de fiesta y de comunión con Dios y entre todos. De hecho, la imagen del banquete aparece a menudo en las escrituras para indicar la alegría de la comunión y de la abundancia de los dones del Señor, dejando intuir algo de la fiesta de Dios con la humanidad tal y como lo describe el propio Isaías: «Preparará el señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos…, de vinos de solera; manjares exquisitos. El profeta añade que la intención de Dios es poner fin a la tristeza y a la vergüenza; quiere que todos los hombres vivan felices en el amor hacia él y en comunión recíproca. Su proyecto es eliminar la muerte, enjugar las lágrimas, quitar el oprobio y todo ello suscita gratitud y esperanza: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor, en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación» 

Pero ¿Cuál es la respuesta a esa iniciativa de Dios? El Evangelio nos dice que no todos responden con presteza a esa invitación, unos porque estaban ocupados en distintos asuntos; otros incluso por desprecio al rey. Sin Embargo, el rey lejos de desistir, lo que hace es invitar a otros comensales, hasta llenar la sala del banquete. De modo, que el rechazo de unos hace posible que la invitación se extienda a todos, con una predilección especial hacia los pobres y los desheredados. En el misterio pascual, en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, es donde hemos visto que el Señor rechazado por los suyos, invita a todos al banquete de su amor, dándonos con esa invitación el vestido nupcial de la gracia que hemos recibido en el bautismo y la regeneración bautismal que es la penitencia.

¿Qué es este vestido nupcial? San Gregorio dirá que el comensal que responde a la invitación tiene en cierto modo la fe que le abre la puerta del banquete, pero le falta algo esencial que es la caridad, por eso dirá que cada uno, que en la Iglesia tiene fe necesita también el vestido nupcial de la caridad que está compuesto de dos elementos: el amor a Dios y al prójimo. Todos estamos invitados a ser comensales del banquete, a entrar con la fe en el banquete, pero con el vestido nupcial que es la caridad, para vivir en un profundo amor a Dios y al prójimo.

La Eucaristía es ya el anticipo de ese banquete, que podamos participar en él y podamos vivir con alegría que Dios nos ama y que nos llama a la comunión con él y con todos.

 

27 Domingo del T.O. Ciclo A

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Después de haber escuchado el domingo pasado la parábola de los dos hijos, enviados a trabajar en la viña, escuchamos este domingo la de los trabajadores homicidas. La pregunta que queda pendiente de resolución es: Cuando vuelva el dueño de la viña ¿qué hará con esos labradores homicidas? El Evangelio nos muestra la respuesta.

En primer lugar, la imagen de la vid es bastante frecuente en la Escritura. Si el pan representa el alimento y todo lo que el hombre necesita para vivir, el agua la fertilidad de la tierra que hace posible la vida, el vino y también la vid es sinónimo de alegría y de fiesta, en la que experimentamos de alguna manera el sabor de lo divino. La historia de amor de Dios con la humanidad bien puede equipararse a la de una viña, de la que se espera buena uva y no agrazones. La buena uva es el derecho y la justicia. En cambio, los agrazones son la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión.

En el Evangelio, más aún, los trabajadores, quieren convertirse en propietarios, no quieren tener un amo, y por ello, echan al hijo fuera de la viña para asesinarlo. No es una simple desobediencia de un precepto divino, es un verdadero rechazo de Dios, y este es el misterio de la cruz. Pero Dios entonces interviene, de forma que la muerte del Hijo no es el fin de la historia, sino que de la muerte del hijo brota la vida, se forma una nueva viña. El que cambió el agua en vino, convierte ahora el vino en su sangre. Su sangre es amor y ese amor es el verdadero vino que Dios esperaba de nosotros.

Cristo es pues la verdadera vid que da buen fruto, el fruto de su amor por nosotros y su muerte es una muerte que da vida porque es un acto de amor y así es como el amor vence a la muerte.

Si permanecemos unidos a él como los sarmientos a la vid daremos fruto también nosotros. Ya no produciremos el vino amargo de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el vino nuevo de la alegría en Dios y del amor al prójimo.

Por el bautismo, nosotros hemos sido injertados en Cristo, verdadera vid. Pidámosle que nos ayude a dar fruto sabiendo que el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino que al final vence Cristo siempre y esta es la buena noticia que la Iglesia no se cansa de proclamar. Pablo VI nos lo recordaba cuando decía que: «el primer fruto de la conciencia profundizada de la Iglesia sobre sí misma es el renovado descubrimiento de su relación vital con Cristo. Cosa conocidísima, pero fundamental, indispensable y nunca bastante sabida, meditada y exaltada».

26 Domingo del T.O. Ciclo A

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Hermanas y hermanos: ¿somos de los que se dejan interpelar por la Palabra de Dios y ella nos renueva y vivifica o somos los que no escuchan o no se arrepienten porque eso es para los demás o porque no lo necesitamos? ¿nos sentimos responsables de lo que somos y hacemos como nos recordaba la primera lectura o descargamos en los demás nuestras limitaciones y faltas?

Hoy es un buen día para preguntarnos ¿Cómo es mi relación con Dios? es una relación rutinaria y fría o es una relación marcada por la cercanía de la oración, la escucha de la Palabra, el estudio.

El Evangelio nos habla de dos hijos. El primero dice no, pero luego hace lo que se le dice, el segundo dice sí, pero después se olvida y no hace lo que el padre le pidió. Traducido a un lenguaje de hoy, los que dicen no pero luego es sí, diríamos que son los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios o los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, los que están más cerca del reino de Dios que los que ya tenemos una cierta rutina en esto de la vida de fe y no necesitamos convertirnos

Pero Podemos hablar de otro Hijo, que no aparece en el relato y que es Cristo, el que dice sí, y hace lo que se le ordena.

En ese himno cristológico que hemos escuchado en la segunda lectura se nos dice: que siendo él, de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que al contrario, se despojó de sí mismo tomado la condición del esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

Hoy como ayer, estas palabras siguen teniendo valor en nuestro mundo inclinado a la rivalidad, a la competencia muchas veces desleal en todos los ámbitos humanos. Los creyentes, tal vez a contracorriente, podemos vivir y ofrecer algo distinto, otra forma de vivir, estando unidos a Cristo y teniendo sus mismos sentimientos. La palabra que usa el Nuevo testamento es Kénosis, que podemos traducir por humildad o vaciamiento de sí mismo y que nosotros podemos traducir a su vez, por humus o tierra. El humilde es el que tiene los pies en la tierra, y como tierra, vacío de sí mismo, acoge la semilla de la Palabra y puede dar así un fruto nuevo, puede como Cristo el siervo humilde por excelencia, vivir amando y en obediencia al Padre, que siente profundamente la situación de sus hijos extraviados y quiere atraerlos a su misericordia amorosa para que sean felices. Esta es su voluntad y a ella se entrega Jesús, librándonos del pecado y de la muerte y mostrándonos el rostro de Dios que es amor libertad y vida.

Que podamos tener sus mismos sentimientos y poder ya gustar aquí y ahora las primicias del Reino de Dios.

   

25 Domingo del T.O. Ciclo A

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Dios se deja encontrar. Así nos lo muestra el profeta Isaías en la primera lectura. El perdona nuestro pecado y nos enseña a perdonar, como escuchábamos el domingo pasado y nos da la vida eterna como hemos escuchado en el Evangelio de este domingo.

Jesús en el Evangelio nos cuenta la parábola de aquel propietario de una viña que en diversas horas del día llama a los jornaleros a trabajar en su viña. Ahora bien, hay algunos que van a trabajar únicamente por el jornal, y hay otros que van a trabajar movidos por aquel que los llama a trabajar en su viña, pues han visto que es un amo distinto de los demás y que paga a todos el denario prometido. Él no quiere a nadie sin trabajo y los que van comprueban que es un honor poder trabajar en su viña y ser llamados por él.

El que solo va por el denario acordado, no puede consentir que otros, que apenas han trabajado un rato, cobre también un denario. En cambio, el que ama y conoce al amo no solo cobra el denario, sino que está contento de haber podido trabajar para tan digno amo. Es más, quiere seguir trabajando con él. La diferencia entre unos y otros es grande. Unos solo quieren el denario, otros lo que quieren es trabajar para tan digno amo, sabiendo que ese denario es la vida eterna a la que nos llama a todos, sea cual sea la hora en la que nos ha llamado.

Mateo, el que nos lo cuenta vivió esta escena, pues él era publicano y por eso era considerado pecador público, excluido de la viña del Señor. Pero todo cambia cuando Jesús pasando junto a su mesa de impuestos lo mira y le dice: «sígueme». Mateo se levantó y lo siguió, entonces, de publicano se convirtió en discípulo de Cristo, de último pasó a ser primero; gracias a esa lógica de Dios que es diversa a la del mundo como se nos decía en la primera lectura del profeta Isaías: «mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos».

también Pablo por otros derroteros, se supo llamado por el Señor a trabajar en su viña, lo que fue para él motivo de alegría, pasando por la gracia de Dios de ser perseguidor a ser Apóstol y perseguido. El, como hemos escuchado en la carta a los filipenses, desea morir para estar con Cristo, pues para el que cree, la muerte es una ganancia, un recibir el denario, un entrar en la vida eterna, pero inmediatamente añade: «si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé que escoger. Y es que trabajar para tal amo, es un regalo ya en esta tierra.

Esto es lo que también a nosotros hoy nos muestra el Evangelio, que este dueño no es como los demás y que en su viña siempre vamos a encontrar el trabajo que necesitamos, tal vez con dificultades o con persecuciones, pero alegres de poder realizar un trabajo que nos dignifica y que dignifica a los demás y que consiste en creer en él y en aquel al que él ha enviado.

Que sepamos acoger la llamada del Señor a trabajar por su reino. Estemos donde estamos y seamos lo que seamos, que lo hagamos todo por el Reino y glorificando su santo Nombre.

 

24 domingo del T.O. ciclo A

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Hay una correspondencia entre el perdón humano y el perdón de Dios, como hemos escuchado en la primera lectura: «perdona a tu prójimo la ofensa y, cuando reces, serán perdonados tus pecados».

Y esto que ya está presente en el Antiguo Testamento, lo vemos corroborado en el nuevo: Jesús dirá: «si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas». (Mt 6, 14ss)

En el Evangelio se nos habla de la paciencia ¿hasta dónde debe llegar la paciencia? ¿cuántas veces he de perdonar? y Jesús responde con una enjundiosa parábola. Diez mil talentos es una deuda imposible de saldar. Si un denario era el jornal diario habitual de un trabajador ¿Cuántos jornales debía dar aquel trabajador, para saldar esos diez mil talentos?

Ante la reacción absurda: «te lo pagaré todo», la reacción del rey fue: «tuvo compasión». De esta manera se pone de manifiesto cuál es nuestra situación ante Dios por culpa del pecado, de manera que lo único que podemos hacer es reconocernos deudores, totalmente insolventes, y reconocer en el perdón de Dios un don puramente gratuito.

Lo único que puedo hacer y que está al alcance es perdonar como a mí se me ha perdonado. Esta es la única manera de saldar la deuda, de obtener el perdón, como decimos en el padrenuestro: «Perdónanos como también nosotros perdonamos». De lo contrario es como aquel que, habiendo sido perdonado de una suma incalculable, es luego incapaz de perdonar una pequeña suma prefiriendo romper con el otro.

No podemos entender este perdón sin límite que nos propone Jesús sin saber que no estamos hablando simplemente de una cuestión ético-moral, sino que nos encontramos ante la novedad que supone el Reino de Dios.

Si bien nosotros vivimos esperando la llegada de ese Reino, e Evangelio nos adelanta un poco en qué consistirá su llegada y cómo nosotros podemos hacerlo presente ya aquí y ahora en nuestro día a día.

Por medio del perdón, nosotros vivimos ya, de alguna manera, esa comunión con Dios a la que estamos llamados, de forma plena y definitiva, luego podemos hacer ya presente el Reino enmedio de nuestra fragilidad, de manera que si el pecado, es ruptura de la relación, el perdón es el restablecimiento de esa relación.

Necesitamos pues abrirnos a esa realidad que no es otra que la misericordia de Dios y dejar que recomponga nuestro corazón herido por el pecado.

Perdonar, es esperar y esperar significa tiempo. Esto es lo que hace Dios. Espera y por tanto nos da el tiempo. El es paciente y misericordioso .

A la hora de perdonar lo único que necesitamos es eso: la paciencia, aceptar nuestras propias limitaciones y las de los demás y solo así podremos acoger al otro y darnos a él en actitud de perdón, que como su nombre indica significa «darse».

El Perdón no tiene límite como el amor y la misericordia de Dios tampoco los tiene. 

     

26 Domingo del T.O. Ciclo A

Destacado

Hermanas y hermanos: ¿somos de los que se dejan interpelar por la Palabra de Dios y ella nos renueva y vivifica o somos los que no escuchan o no se arrepienten porque eso es para los demás o porque no lo necesitamos? ¿nos sentimos responsables de lo que somos y hacemos como nos recordaba la primera lectura o descargamos en los demás nuestras limitaciones y faltas?

Hoy es un buen día para preguntarnos ¿Cómo es mi relación con Dios? es una relación rutinaria y fría o es una relación marcada por la cercanía de la oración, la escucha de la Palabra, el estudio.

El Evangelio nos habla de dos hijos. El primero dice no, pero luego hace lo que se le dice, el segundo dice sí, pero después se olvida y no hace lo que el padre le pidió. Traducido a un lenguaje de hoy, los que dicen no pero luego es sí, diríamos que son los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios o los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, los que están más cerca del reino de Dios que los que ya tenemos una cierta rutina en esto de la vida de fe y no necesitamos convertirnos

Pero Podemos hablar de otro Hijo, que no aparece en el relato y que es Cristo, el que dice sí, y hace lo que se le ordena.

En ese himno cristológico que hemos escuchado en la segunda lectura se nos dice: que siendo él, de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que al contrario, se despojó de sí mismo tomado la condición del esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

Hoy como ayer, estas palabras siguen teniendo valor en nuestro mundo inclinado a la rivalidad, a la competencia muchas veces desleal en todos los ámbitos humanos. Los creyentes, tal vez a contracorriente, podemos vivir y ofrecer algo distinto, otra forma de vivir, estando unidos a Cristo y teniendo sus mismos sentimientos. La palabra que usa el Nuevo testamente es Kénosis, que podemos traducir por humildad o vaciamiento de sí mismo y que nosotros podemos traducir a su vez, por humus o tierra. El humilde es el que tiene los pies en la tierra, y como tierra, vacío de sí mismo, acoge la semilla de la Palabra y puede dar así un fruto nuevo, puede como Cristo el siervo humilde por excelencia, vivir amando y en obediencia al Padre, que siente profundamente la situación de sus hijos extraviados y quiere atraerlos a su misericordia amorosa para que sean felices. Esta es su voluntad y a ella se entrega Jesus, librándonos del pecado y de la muerte y mostrándonos el rostro de Dios que es amor libertad y vida.

Que podamos tener sus mismos sentimientos y poder ya gustar aquí y ahora las primicias del Reino de Dios.    

23 Domingo T.O. Ciclo A

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El Evangelio que hemos escuchado, aunque nos puede parecer un relato duro, en el que se enumeran una serie de normas disciplinares que concluyen en una sentencia, bien podría ser el correlato de la parábola de la oveja perdida.

Esta enseñanza de Jesus es mas bien una llamada a la responsabilidad frente al hermano que ha pecado, para que pueda volver al buen camino, lo que requiere vencerse y sacrificar el propio bienestar. El último versículo: «dónde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», bien podría ser el resumen de todo: la Iglesia como comunidad de amor hunde sus raíces en el misterio de Cristo que nos ha amado hasta el extremo.

Es por tanto la caridad fraterna lo que guía la actuación como nos recordaba el apóstol San Pablo en la segunda lectura: toda la ley de Dios encuentra su plenitud en el amor y esto es lo que guía la actuación frente al hermano que ha cometido una falta contra mí; debo actuar con caridad teniendo en cuenta lo que dice San Agustín y es que el que ofende se hiere a sí mismo, por tanto, hemos de olvidar la ofensa, pero no la herida del hermano.

En una palabra, existe una corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana: cada uno consciente de sus propios límites y defectos, está llamado a la corrección fraterna y a ayudarnos con este servicio particular.

Junto a esto está la oración comunitaria,  pues dice Jesús: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo».

Si la oración personal   es importante e indispensable, el Señor asegura su presencia a la comunidad, por muy pequeña esta sea, pues ella cuando vive en la unidad y en la unanimidad, refleja el misterio mismo del Dios trinitario que es perfecta comunión de vida y de amor en una sola voluntad. Es como una sinfonía en la que cada uno contribuye el bien de todos por medio de la concordia: «tenían todos un solo corazón» se nos dice en los Hechos de los apóstoles.

En resumen, el ejercicio de la corrección fraterna requiere de una gran humildad, de sencillez de corazón, y de la oración común. Que al comenzar un nuevo curso, seamos solícitos los unos de otros, de forma que la corrección fraterna sea fruto de la oración y ésta a su vez  nos lleve a una vida común capaz de hacer presente al Señor en medio de nosotros y del mundo.  

22 Domingo del T.O. Ciclo A

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También este domingo nos encontramos con la figura de Pedro en el horizonte, pero en una perspectiva diferente a la del domingo pasado. El domingo pasado, le veíamos dando fe del mesianismo de Cristo, bajo la revelación del Padre, en cambio hoy le vemos mostrando su debilidad como hombre.

Pero Jesús, siguiendo la perspectiva del siervo, se vale de esa debilidad humana para anunciar la fuerza de la cruz. Ante ese anuncio y ante todo lo que supone pasar por la cruz, la reacción de Pedro es: ¡Eso no puede ser! y en caso de que suceda, aquí estoy yo para evitarlo.

San Pedro, en pura lógica humana, está convencido de que Dios no permitirá nunca que su Hijo termine su misión muriendo en la cruz y Jesús, por el contrario, sabe que el Padre, por su inmenso amor a los hombres, lo envió a dar la vida por ellos, aunque ello suponga pasar por la cruz. Nos encontramos ante dos maneras opuestas de pensar y de entender las cosas.

Pero Jesús termina afirmando que al tercer día resucitará, esa es la última palabra, y lo que manifestará su mesianismo. Solo así podemos entender aquello de que: quien entrega su vida por amor la gana para siempre y el que la guarda para sí, la pierde. Por eso, la protesta de Pedro, aunque fue pronunciada de buena fe y por amor sincero, no deja de ser una tentación, una invitación a salvarse a sí mismo, sin llevar a cabo el designio de salvación hacia todos nosotros.

Efectivamente, si para salvarnos el Hijo de Dios tuvo que sufrir y morir crucificado, no es porque Dios sea cruel, sino por la gravedad de la enfermedad que nos mata apartándonos de Dios.

Jesus vence al mal, al pecado y a la muerte, con la única fuerza capaz de hacerlo y es la fuerza desarmada y desarmante del amor que vence al odio y de la vida que no teme a la muerte. Esta es también la fuerza que movía al profeta Jeremías en la primera lectura a entregarse a pesar de su azarosa vida y al Apóstol San Pablo en la segunda lectura a ofrecerse y ofrecernos como sacrificio, vivo, santo y agradable a Dios.

Tomar la cruz no es por tanto algo opcional, sino una misión que hay que abrazar por amor. En nuestro mundo actual, en el que parece que domina el mal, Cristo nos sigue invitando a ser los discípulos que, renunciando al egoísmo, llevan con él la cruz, para que siguiéndole podamos experimentar, incluso en las pruebas, la gloria de la resurrección.

21 Domingo del T.O. ciclo A

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¿Jesús, quién eres tú?

El Evangelio de este domingo nos plantea esa pregunta que Jesús siempre nos hace como la hizo a los discípulos: ¿quién dice la gente que es el hijo del hombre? Ellos respondieron que para algunos del pueblo él era Juan el Bautista resucitado; para otros, Elías, Jeremías o alguno de los profetas. Entonces  el Señor preguntó directamente a los doce: « ¿y vosotros quién decís que soy yo?» a lo que Pedro responde: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».  A esta inspirada profesión de fe por parte de Pedro, Jesús responde: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos».

Desde entonces la profesión de fe de Pedro está unida a la de toda la Iglesia y su misión consiste en servir a la unidad de la Iglesia formada por judíos y paganos de todos los pueblos; su ministerio es indispensable para que no se identifique nunca con una sola nación, con una sola cultura, sino que sea la iglesia de todos los pueblos que hace presente entre todos los hombres marcados por las divisiones y contrastes, la paz de Dios y la fuerza renovadora de su amor.

El papa, Francisco, nos lo recordaba en la Jornada Mundial de la juventud: en la Iglesia caben todos. Y él está al servicio de la unidad interior que proviene de la paz de Dios, la unidad de cuantos en Jesucristo se han convertido en hermanos y hermanas. El que haya muchos que aún no conozcan a Cristo o que conociéndole le han rechazado, nos recuerda lo que decía San Pablo en la segunda lectura: la impenetrabilidad de los designios de Dios (decisiones) y la conducta (caminos) de Dios que esconden una profunda riqueza de sabiduría y conocimiento.  

Que nosotros también podamos proclamar: ¡Sí Jesús tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». Es decir; tú eres el verdadero tesoro por el que vale la pena sacrificarlo todo; el amigo que nunca nos abandona porque conoce las expectativas más profundas de nuestro corazón, y el que puede saciar nuestra sed de vida y de amor.

Que podamos hacer nuestro este anuncio de Jesucristo que es verdadero artífice de alegría, de amor y de paz entre los hombres, puesto que nos ha liberado del mal del pecado y la muerte .

20 del T.O. Ciclo A

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Domingo 20 del T.O. Ciclo A

«Dios llama a todos sin distinción»

Jesus, en el Evangelio de este domingo, vemos como dialoga con una mujer extranjera, que sale a su encuentro y que es un ejemplo de fe que vence todas las dificultades y que supone una invitación a no desalentarnos en medio de esas dificultades.

Si el Señor al principio aparece insensible a sus peticiones es para ponerla a prueba y así templar su fe.

Esta mujer nos muestra, además, la universalidad de la salvación a la que se refiere tanto en la primera lectura como en la segunda de san Pablo.

El Profeta Isaías en la primera lectura nos dice: «a los extranjeros que se han dado al Señor para servirlo…los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración…porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos».

San Pablo, por su parte, nos recuerda que Dios tiene misericordia de todos, lo que nos tiene que llevar a superar cualquier tentación que pueda darse de racismo, de intolerancia y de exclusión, para llegar al respeto de la dignidad de todo ser humano, de modo que solo en la acogida recíproca de todos, pueda darse y construirse un mundo mas justo y en paz.

En este tiempo estival de descanso para muchos, de desplazamientos y de encuentros, es importante no descuidar también cosas tan elementales como es la responsabilidad vial de la conducción, lo que es sin duda también una manera de amar y de respetar al prójimo.

El Igual que esa mujer de la que nos habla el Evangelio, estamos llamados a vivir y a expresar la fe, a tener confianza y a gritar a Jesús: ¡ayúdanos en nuestro caminar! Ya que esto es la fe, un deseo de caminar, pero no un caminar sin más, sin rostro y sin nombre, sino que la fe responde mas bien a una persona, a la persona de Jesucristo, que quiere entrar en un diálogo con nosotros para desde ahí abrirnos a la voluntad y a la acción de Dios. Esto es, dejar a tras el hombre viejo y abrirnos a la novedad de una vida que se deja interpelar por la Palabra divina y se abre a su amor incondicional.

El Concilio Vaticano II, nos recuerda que una sola es la vocación a la que estamos llamados, la vocación divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que de un modo que solo Dios conoce nos asociemos a su misterio pascual.

Que nos asociarnos al misterio pascual de Cristo, a su muerte y resurrección. Que vivamos la oración continua, como una manera de hacer esto realidad y como la mujer del Evangelio, mediante un grito a la misericordia de Dios, que nos abre a la caridad hacia el prójimo, especialmente hacia los más necesitados.

Fiesta de la Asunción de Ntra Sra, Ciclo A

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El libro del Apocalipsis nos presenta una escena en la que aparece en primer lugar el arca de la Alianza que guardaba las tablas de la ley dadas por Dios a Moises en el Sinaí y que es un signo visible de la morada de Dios en medio de su pueblo. Pero con la llegada de Cristo, hay una nueva arca que es la mujer que aparece en la primera lectura y que simboliza la nueva Alianza en cuanto que portadora de la presencia encarnada del Hijo de Dios. En ella podemos reconocer a Eva, reconocemos también a Israel, formado por las doce tribus y simbolizado por las doce estrellas de la corona, pero también vemos en ella la figura de la Iglesia de Cristo.

El parto, que aparece tan complejo, alude a la pasión de Cristo y el hijo varón que nace, es Cristo resucitado. La persecución que se da contra él es la que se extiende contra la Iglesia peregrina por el desierto hacia la casa del Padre.

Pero ¿qué es lo que celebramos en este día de la Asunción?  Celebramos que si por Adán nos ha venido el pecado y por el pecado la muerte, por Cristo nos ha venido la resurrección y esto lo vemos realizado en María, como primicia de la nueva humanidad salvada por Cristo.

La muerte ya no tiene ni la primera ni la última palabra y la esclavitud a la que estábamos sometidos por ella, ha quedado abolida por Cristo. La fiesta de la Asunción es la fiesta de la victoria de Cristo sobre el mal y el pecado y la muerte en la que María es la primera en beneficiarse de ese don.

Es más, María que sube a la montaña a visitar a su prima Isabel nos recuerda el traslado del Arca de la Antigua Alianza a Jerusalén. Si entonces era el rey David era el que danzaba delante del Arca, ahora es Juan el que se llena de gozo en el seno de Isabel. Y así como el arca estuvo tres meses en Gat, antes de ir a Jerusalén, María está tres meses junto a Isabel, lo que indica que ella es la nueva arca de la Alianza.

De un arca de madera, pasamos al seno de una mujer y del Arca del Señor, pasamos a la madre del Señor. Esa es la novedad de la nueva alianza que celebramos.

María canta por ello, su cántico de alabanza al Dios de la Nueva alianza, que ha mirado su humildad y que ha ensalzado a los humildes.

María asunta al cielo, se convierte así en la garantía del triunfo sobre la muerte que se nos ofrece a todos nosotros los pecadores.

Ella es imagen de la Iglesia, que permanece hasta la venida del Señor y que será glorificada.

María en su Asunción, nos enseña a vivir en la esperanza mientras vivimos en la tribulación, en este mundo, pero eso sí, aguardando la resurrección de la carne, la glorificación de nuestro cuerpo, la vida eterna.

19 del T.O. Ciclo A

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Domingo 19 del T.O. Ciclo A

«El temor hunde, la fe levanta»

Después de la multiplicación de los panes y los peces, que escuchábamos el domingo pasado, el Señor se va a la montaña, para estar a solas con el Padre. Mientras, los discípulos en el lago se esfuerzan en su pequeña barca en dominar el viento contrario.

El episodio nos hace pensar en una imagen de la Iglesia naciente y de todos los tiempos. Algo así como una barca en medio de los vientos de la historia y que pareciera como olvidada por el Señor.

Pero a la vez el Evangelio nos da una respuesta a esta situación. Es cierto que el Señor está junto al Padre, pero precisamente por eso, no está lejos pese a lo que pudiera parecer, pues el que está con Dios está también junto a los demás. De hecho, él llegado el momento, va hacia ellos y cuando Pedro duda, lo coge de la mano y lo devuelve a la barca. Pedro que le pide a Jesus ir hacia él, caminando sobre las aguas, lo hace, pero no por su propia fuerza sino por la gracia divina, en la cual cree. Pero llega un momento en que duda esto es, deja de mirar a Jesus, para centrarse en sí mismo, en su temor, lo que le lleva a alejarse interiormente de él y es entonces cuando se hunde en el mar de la existencia.

Necesitamos mirar a Jesús, y estar agarrados de su mano. He ahí el secreto de la oración continua, lo que nos llevará también a tender la mano a todos los que, necesitados o movidos por los vientos contrarios, necesiten de una mano que les salve.

Hoy el Señor nos invita a mantener viva una relación con El Padre, por medio de su humanidad y de su Palabra. Nos enseña a vivir como el profeta, una relación con Dios que pasa por su humanidad, por su abajamiento y no por el poder o la fuerza.

Esta humanidad de Cristo es como esa leve brisa, en la cual podemos reconocerle.

Que también podamos reconocerle en los más pequeños y en los humildes.

La Transfiguración

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El seis de agosto está marcado por la fiesta de la Transfiguración. Este año al ser domingo, se celebra igualmente.

Para los dominicos y las dominicas, significa también recordar el día en que murió nuestro Padre Santo Domingo, cuyo triduo comenzamos hoy.

La fiesta de la transfiguración que celebramos es el acontecimiento que Jesús vive junto a Pedro Santiago y Juan en el monte Tabor, después de la confesión de Pedro: «tú eres el Mesías» y el anuncio de la pasión: «el Hijo del hombre tiene que padecer…»

La transfiguración es la transparentizacion, es decir: Jesus que se hace transparente y que nos muestra su verdadero ser: el del Hijo amado al que hemos de escuchar o seguir, lo cual no quiere que se sepa, sino después de la resurrección.

El prefacio que leeremos en la misa lo afirma con toda claridad: «Porque Cristo habiendo anunciado su muerte a los discípulos, reveló su gloria en la montaña sagrada y teniendo también la ley y los profetas como testigos, les hizo comprender que la pasión es necesaria para llegar a la gloria de la resurrección».

Esta es la lección que nos deja Jesús y que no hemos de olvidar.

Pablo VI nos recordaba, también que, el cuerpo transfigurado es el cuerpo de Cristo y es también nuestro cuerpo que está destinado a la gloria.

Jesus se solía retirar al monte. Muchas veces se retira, de noche o de madrugada. Esta vez los hace con algunos de sus discípulos. Es como si les dijera: hay que cargar las baterías. O dicho de otro modo: hay que estar fuertes para afrontar, entender e interpretar correctamente el escándalo de la cruz, para lo cual se ayuda de Moises y de Elías; la ley y los profetas.

También nosotros necesitamos apartarnos, en algún momento, para revisar si nuestros valores se han ido cubriendo de polvo o si las manías, deseos, obsesiones, recelos, desconfianzas nos dominan y nos hacen daño no solo a nosotros sino también a los demás y no confundamos lo que nos conviene con lo que los demás necesitan o esperan de nosotros.

Jesús, como vemos, no se queda en lo superficial en la pura conveniencia sino con lo que le conviene a los discípulos, de forma que cuando se enfrenten a la cruz puedan verla a la luz del proyecto de Dios y se den cuenta de que es estando con él como de verdad son sus discípulos.

Estos días de verano son especialmente indicados para encontrarnos también nosotros con algún tabor en el que podamos estar con él y ver el designio de Dios, lo que Dios quiere para nosotros y para nuestras comunidades, nuestras familias, nuestro pueblo o nación. Ese designio que, aunque pasa por la cruz, nos lleva a la luz de la resurrección y nos permite transparentar también en nosotros la figura de Jesus.