Viernes Santo, Ciclo B

Cristo agoniza hasta el final del mundo decía Blas Pascal y efectivamente, Cristo agoniza hasta el final del mundo en cada hombre y en cada mujer sometido a sus mismos tormentos, en cada hombre y mujer hambriento, desnudo, maltratado, encarcelado. Cuántos Ecce Homo en el Mundo. De todo esto es capaz el hombre y Jesús muere gritando: « Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen ». Aunque hayan obrado con astucia y malicia en realidad no saben lo que hacen. Perdonar con su misma grandeza de ánimo es lo importante, pero ello no significa simplemente renunciar a querer el mal para quien hace el mal, sino la voluntad positiva de hacerles el bien. Este perdón no puede encontrar ni siquiera una consolación en la esperanza de un castigo divino, sino que está inspirado por una caridad que perdona al prójimo intentando detener a los malvados de manera que no hagan más mal a los otros ni a sí mismos. El Señor muere para darnos el perdón y eso es lo que nos pide. Nos pide lo que nos da. No nos da solo el mandamiento de perdonar ni tampoco nos da un ejemplo heroico de perdón. Con su muerte nos ha dado la gracia que nos vuelve capaces de perdonar. Esto no es pasividad sino victoria. La victoria definitiva del bien sobre el mal. El mal pierde cuanto más parece triunfar y Jesús ha inaugurado un nuevo género de victoria que san Agustín ha encerrado en tres palabras: «víctor quía víctima»: vencedor porque víctima. Fue viéndolo morir así que el centurión romano exclamó: ¡ verdaderamente este hombre era hijo de Dios!

El primer capítulo del Génesis nos presenta un mundo en el que no es ni siquiera pensable la violencia ni siquiera para vengar la muerte de Abel. Pero la violencia, después del pecado forma parte lamentable de la vida.

Pablo habla de un tiempo caracterizado por la tolerancia de Dios, que tolera la violencia como tolera la poligamia, el divorcio y otras cosas, pero viene educando al pueblo hacia un tiempo en el que su plan originario será recapitulado. Este tiempo ha llegado con Jesús que en el monte proclama: «habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente; pero yo os digo: no resistáis al mal, antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra y esto es lo que proclama ahora desde la Cruz.

En el calvario, pronuncia un definitivo ¡no a la violencia! oponiendo a ella no simplemente la no violencia sino el perdón, la mansedumbre y el amor. Si hay violencia nunca lo será en el nombre de Dios.

Miremos pues la Cruz, miremos a la fuente de donde arranca el perdón, la paz y una nueva vida que no tiene ocaso ni fin, pues es la vida que procede de Dios.

Deja un comentario