Fiesta de la Ascensión, ciclo B

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También nosotros, al celebrar esta fiesta de la Ascensión, miramos al cielo, como los apóstoles, es decir miramos a Cristo, que es el que va por delante en el camino de la vida. El Evangelio que hemos escuchado nos dice que fue elevado en presencia de ellos y una nube lo ocultó de sus ojos.

El verbo elevar en el Antiguo Testamento tiene que ver con la toma de posesión y ejercicio de la realeza. En el caso de Jesucristo, significa la toma de posesión del Hijo del hombre crucificado y resucitado de la realeza de Dios sobre el mundo. Pero tiene también un sentido más profundo como es el estar en Dios y si Cristo está en Dios, el que está en Cristo también está con Dios.

El Evangelio nos dice igualmente, que los discípulos volvieron a Jerusalén «con gran gozo». Este gozo es explicable, pues lo que había acontecido no fue en realidad una separación, una ausencia permanente del Señor, ya que él sigue estando con ellos en virtud de esa participación en la vida de Dios y así es como se sintieron llamados también a hacer perceptible su presencia con el testimonio y el compromiso misionero.

Que también nosotros nos llenemos de gozo al celebrar esta fiesta de la Ascensión, no quedándonos, mirando al cielo, sino dejándonos guiar por el Espíritu en el anuncio del Evangelio, sin olvidar las palabras con las que concluye el Evangelio de San Mateo: «he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Esta presencia permanente de Jesús es la que hace posible la vida y la misión de la Iglesia, que no consiste en sustituir a Cristo en su ausencia, sino en proclamar su presencia viva y gloriosa entre nosotros.

El Concilio Vaticano II dirá en este sentido que: «la Iglesia prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva».

Así pues, sin él, sin esa presencia real de Jesús en la historia, no podemos realizar nada eficaz en nuestra vida ni en nuestro apostolado.

San Pablo, en la segunda lectura que hemos escuchado nos dice que: es él quien dio a unos ser apóstoles, a otros evangelizadores; a otros pastores y maestros…para llegar a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios.

Que esta fiesta de la Ascensión nos ayude a descubrir nuestra vocación a la vida eterna en el Reino de Dios y nuestra humanidad unida a la de Cristo, elevada a la altura de Dios. Esa es nuestra alegría, el sabernos amados y renovados por la acción del Espíritu como celebraremos, Dios mediante, el próximo domingo de pentecostés.

6 Domingo de pascua, Ciclo B

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En el Antiguo Testamento, encontramos un momento culminante; es cuando Yahvé dirige a Moises las palabras: «yo soy el que soy». En el nuevo Testamento, encontramos otro momento culminante en el evangelio que acabamos de escuchar cuando se nos dice que: «Dios es amor»

Si unimos la expresión del antiguo Testamento: «yo soy el que soy» con la del nuevo: «Dios es amor», tenemos que ambas revelan quien es Dios y de que manera se nos da a conocer: Dios es el que es amor. Otra cosa es si nosotros le conocemos tal y como él se nos revela y aquí es donde el Evangelio insiste: «quien no ama, no conoce a Dios».

Si Dios es amor, solo el que ama puede conocer a Dios que es amor. Así pues, si no crecemos en el amor, no podemos conocer a Dios. Pero la originalidad de Dios es que él nos ha amado primero. Antes de que yo me decida a amar, ya he sido amado y no solo eso, sino que nos ha dado por medio del Hijo, la vida divina de modo que el amor del Padre al Hijo es el amor del Hijo a nosotros y el que estamos llamados a manifestar: «cómo el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor…este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado». Y añade una nota especial que bien puede compendiar el evangelio: «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». De modo que el Dios que es amor es también el Dios amigo, es el que nos saca de la pasividad para hacernos no solo capaces de amar y de ser amados sino amigos: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» y lo que Jesus nos manda es que creamos en él, como enviado del Padre y que nos amemos los unos a los otros

Consecuentemente, Dios que es amor, nos llama a vivir en el amor y a dar testimonio del amor, de manera que nadie quede excluido de su amor, como hemos escuchado en la primera lectura de los Hechos de los apóstoles, que narra la efusión del Espíritu sobre los paganos en la casa de Cornelio, porque Dios no hace distinciones y permite que nos amemos sin exclusiones ni particularismos viendo en el otro a alguien que lo único que merece es también el amor y por tanto que debe también amar. De este modo es como vamos configurando un mundo nuevo en el que Dios sea conocido y amado como el amor que hace posible el amor.

Necesitamos intuir en cada circunstancia los caminos del Espíritu para que ese amor de Dios pueda llegar a todo y a todos. y abrazar como la primera comunidad el designio de Dios que es amor.  

5 Domingo de Pascua, Ciclo B

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En el Evangelio de este domingo, Jesús hablando a los discípulos durante la última cena, los exhorta a permanecer unidos a él como los sarmientos a la vid. Se trata de una imagen bastante significativa, porque expresa claramente que la vida cristiana es un misterio de comunión con Cristo y esto queda recalcado por el verbo «permanecer», que tiene un sentido positivo: «El que permanece en mi y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Pero también tiene un sentido negativo: «El que no permanece en mí, lo tiran fuera como el sarmiento y se seca; luego los recogen y los echan al fuego y arden». Todo esto nos permite comprender que el cristianismo y la vida moral cristiana no es otra cosa que: «vida en Cristo». Por encima de la actividad o activismo, por encima de un espiritualismo o un devocionismo, se trata mas bien de un permanecer en Cristo o más bien, de que él viva en nosotros o como dirá San Pablo: «es Cristo el que vive en mí». La imagen de la vid y los sarmientos, como la de la casa y el huésped, o la cabeza y los miembros, no son sino maneras de expresar esto, pero la realidad es aún más fuerte, porque Cristo vive en nosotros con mayor intimidad que el huésped en una casa; está unido a nosotros con un vínculo más firme que el que une la cabeza y los miembros; convive con cada uno de nosotros con mayor intimidad que el esposo y la esposa. La vida en Cristo es la experiencia del resucitado que se va poco a poco interiorizando y haciendo vida de nuestra vida de forma que este vivir en él y él en nosotros nos permite dar fruto, y sin él no podemos hacer nada, somos como el sarmiento separado de la vid, que no puede dar uva.

Pero el Evangelio va todavía mas allá, y nos dice que a ese que da fruto, Dios lo poda, para que aun pueda dar más fruto. Entonces un cristiano es el que está unido al maestro y además da fruto abundante. Ahora bien, podríamos preguntarnos: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y no poder hacer nada sin Dios? la clave está en que cuando nosotros nos acercamos a Dios, de alguna manera él ya se ha acercado a nosotros y nos hace libres para que podamos hacer el bien, para que podamos amar por la fuerza de su acción en nosotros. Sin él no seriamos libres para escoger la verdad ni para hacer el bien. Esto vale también para la oración. Es el permanecer en Cristo lo que la hace auténtica y eficaz.

San Juan en la segunda lectura también nos invita a dar fruto, a no amar solo de palabra sino con obras. Ello es posible en la medida en que el amor de Dios, que es más grande que nuestra conciencia y nuestro corazón, nos llena e ilumina.

Que seamos sarmientos vivos que crecen cada día por la oración, y la caridad en la unión con Cristo, demos fruto abundante y así demos gloria a Dios nuestro Padre.  

4 Domingo de Pascua, ciclo B

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El Evangelio de este cuarto domingo de pascua, nos habla del buen Pastor, una expresión que nos conduce al culmen de la revelación de Dios, como pastor de su pueblo, anunciado ya por los profetas y que se hace realidad en Jesús, que es el buen pastor en quien Dios mismo vela por su criatura el hombre. Por eso añade inmediatamente: «el buen pastor da su vida por las ovejas». A diferencia de otros pastores, Jesus, como estamos celebrando en este tiempo pascual es el que ha muerto y resucitado por todos, de manera que, si con él hemos muerto a todo lo que nos separa de Dios, con él podemos renacer a una nueva vida por el agua y el Espíritu. San Agustín dirá que: este pastor no es como el asalariado bajo el que estabas cuando te afligía tu miseria y debías temer al lobo. La medida del cuidado que tiene de ti el buen pastor te la proporciona el hecho de que ha dado la vida por ti.  

Esto es lo que nos recuerda también la primera lectura: «Jesús es la piedra angular». Desechado por los jefes del pueblo y rehabilitado por Dios, es el fundamento de un nuevo templo, de un nuevo pueblo y en definitiva de un mundo nuevo. La segunda lectura del apóstol San Juan, nos dirá en este sentido que: no sólo somos llamados hijos de Dios, sino que lo somos realmente, pues Jesus nos ha dado, por su encarnación, muerte, resurrección y don del Espíritu, una relación nueva con Dios; su propia relación con el Padre. De hecho, Jesús resucitado dice a los apóstoles: «subo al Padre mío y padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro». Es una relación ya plenamente real, aunque aun no se ha manifestado plenamente. Es la relación que brota de una entrega total y que por tanto personaliza al otro y le hace existir en su verdad, pudiéndose expresar igualmente en la entrega de sí mismo. La filiación es pues la nueva vida que brota de esta nueva relación hecha de conocimiento y comunión de amor.

Toda la vida cristiana es renovación de esta amistad personal con Jesucristo, que da pleno sentido a la propia existencia y la pone a disposición del Reino de Dios.

Nosotros alimentamos esta amistad por la Palabra y los sacramentos, realidades encomendadas de manera especial a los obispos, presbíteros y diáconos. Por eso también hoy, además de orar por todos los bautizados, llamados a la vida cristiana, pedimos de manera especial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Pidamos que la grandeza y la belleza del amor de Dios atraiga a muchos a seguir a Cristo por el camino del sacerdocio y de la vida consagrada. Sin olvidar la vocación al matrimonio como vocación a la santidad y que es fuente y origen de las vocaciones religiosas y sacerdotales.

Que así sea.

3 Domingo de Pascua, ciclo B

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El Evangelio de Lucas, además de la aparición a los discípulos de Emaus, aquellos dos que un tanto desilusionados, se encuentran con el Señor resucitado, en su caminar, nos narra en el pasaje que hemos escuchado hoy, una aparición colectiva a todos los discípulos en el cenáculo.

Como persona viva y vuelta hacia nosotros se hace presente y para liberarlos de la sospecha de que la resurrección sea un engaño les dice: «¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?» Y les hace ver que todo eso que es anhelo o deseo del hombre en él se ha hecho realidad como parte de ese plan amoroso de Dios. Jesus resucitado sigue siendo el mismo que ha muerto en la cruz, por eso les dice también: mirad mis manos y mis pies y para convencerlos les pide algo de comer. Así los discípulos le ofrecen un trozo de pez asado que él tomo y comió delante de ellos. Ese pez asado, dirá San Gregorio Magno, no significa otra cosa que la pasión de Jesús. De hecho, él se dignó esconderse en las aguas de la vida humana, aceptó ser atrapado por el lazo de nuestra muerte y fue colocado en el fuego, por los dolores de la pasión.

Son por tanto esos signos, de la pasión, los que les permiten superar la duda inicial, para abrirse al don de la fe, que les permita comprender lo que había sido escrito sobre Cristo en la ley de Moises, en los profetas y en los salmos.

De este modo, el Señor nos asegura su presencia real entre nosotros a través de la Palabra y de la Eucaristía . Como los discípulos de Emaus que reconocieron a Jesús al partir el pan, así también nosotros encontramos al Señor en la celebración de la Eucaristía donde como Santo Tomás afirma: «Cristo todo está presente en este sacramento».

Jesús volvió a ser aquella tarde de Pascua, desde su nueva vida, el compañero de camino, el comensal, es decir el que comparte el pan y la sal de la mesa común, el conversador que no solo evangeliza, sino que reevangeliza, es decir que vuelve a explicar las escrituras y anuncia de nuevo el mensaje y recuerda todo lo que, de Él, se había escrito en la ley de Moises, en los profetas y en los salmos. Así lo hace Pedro en la primera lectura cuando afirma: «Es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, el que ha resucitado a Jesús». Un Dios que es amor: «sé que lo hicisteis por ignorancia, vuestras autoridades lo mismo». Una regla para evangelizar y reevangelizar siempre, ofreciendo la clave del diálogo de la salvación: anunciar el misterio del resucitado. Una presencia salvadora que para todos y en todo momento es fuente de esperanza y de perdón.

Que esta presencia salvadora, nos llene de alegría y de gozo a nosotros que caminamos como los de Emaus o como los mismos discípulos, entre luces y sombras, pero siempre en la presencia del Señor.

2º Domingo de pascua, ciclo B

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Celebrar la pascua es revivir la experiencia de los primeros discípulos, la experiencia del encuentro con el resucitado. El Evangelio que hemos escuchado dice que lo vieron a parecer en medio de ellos, en el cenáculo, la tarde del mismo día de la resurrección, el primero de la semana, y luego ocho días después. Es el día llamado después domingo o día del Señor, el día en el que la comunidad cristiana celebra la Eucaristía, como algo completamente nuevo y distinto del sábado judío. Solo un acontecimiento extraordinario y trascendente como es la resurrección podía inducir a los primeros cristianos a iniciar un culto diferente.

Esto no solo remarca la fuerza y la importancia de la resurrección sino la naturaleza del culto cristiano, que no es una conmemoración de acontecimientos pasados ni una experiencia mística particular, interior, sino fundamentalmente un encuentro con el Señor resucitado, que vive en la dimensión de Dios, más allá del tiempo y del espacio y sin embargo está realmente presente en medio de la comunidad, a través de la Palabra y de la Eucaristía

De este modo y al igual que ellos, nosotros vemos a Jesús, y no le reconocemos.  Tocamos su cuerpo, un cuerpo verdadero, pero ya libre de toda atadura terrenal.

Más aún, las dos apariciones tienen lugar el primer día de la semana la una y a los ocho días la otra, lo que supone un ritmo semanal que ya desde el principio está marcado por el encuentro con el Señor resucitado. Como afirma el concilio: «la Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón ‘día del Señor’ o domingo». Igualmente, en ambas apariciones no solo muestra los signos de la crucifixión en las manos, en los pies y en el costado como manantial de la misericordia divina, sino que repite varias veces el saludo: «paz a vosotros», esta es la paz que solo Jesús puede dar porque es el fruto de su victoria frente al mal y del amor de Dios que lo llevó a morir en la cruz. Por eso San Juan Pablo II quiso dedicar este domingo después de la pascua a la divina misericordia, con una imagen bien precisa: la del costado traspasado de Cristo del que salen sangre y agua, los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía, que a quienes los reciben se les da el don de la vida eterna.

Tomás, antes de exclamar «Señor mío y Dios mío», quiso asegurarse con la pequeña garantía que dan los sentidos, pero después, el Señor sabe que puede contar con él más que con los otros. Tardó en arrodillarse, pero cuando lo hizo lo hizo de verdad.

Que, como Tomás, proclamemos la fe en Jesus resucitado a pesar de nuestras dificultades, incoherencias o perplejidades.

Domingo de Resurrección

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Ha sido inmolado Cristo, nuestra Pascua, así nos lo recuerda San Pablo.

La Pascua judía, Memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, prescribía el rito de la inmolación del cordero, un cordero por familia, según la ley mosaica. En su pasión y muerte, Jesús se revela como el cordero de Dios «inmolado» en la Cruz para quitar los pecados del mundo; fue muerto justamente en la hora en que se acostumbraba a inmolar los corderos en el templo de Jerusalén. El sentido de este sacrificio suyo, lo había anticipado él mismo durante la última cena poniéndose él en el lugar del cordero Pascual de forma que ha dado un sentido nuevo a la Pascua. Si entonces dio comienzo el éxodo la salida de Egipto, ahora ha dado lugar un nuevo éxodo que es el paso de Jesús de la muerte a la vida eterna. Y si él se ha sacrificado por nosotros, también nosotros nos hemos de entregar libremente por los demás una vez liberados ya del pecado y de la muerte. Eso es celebrar la pascua. Celebremos pues la Pascua, libres ya de pecado y de muerte porque Cristo ha resucitado y la muerte en él ya no manda. Ya no tiene fuerza, está, pero ha perdido su aguijón.

Este es el grito que hoy proclamamos, el núcleo fundamental de nuestra profesión de fe. El grito de victoria que nos une a todos. Y si Cristo ha resucitado y está vivo ya nada podrá separarnos de él, nada podrá separarnos de su amor, ha sido vencido el odio y ha sido derrotada la muerte. Este es el anuncio de la Pascua que se propaga mediante el canto del Aleluya. Vivamos ya la Pascua es decir un estilo de vida sencillo, humilde y lleno de esperanza.

Durante la Pascua cantamos también el Regina Coeli. María guardó en su corazón la buena nueva de la resurrección fuente y secreto de la verdadera alegría y paz que Cristo muerto y resucitado nos ha obtenido en el sacrificio de la Cruz. Pidamos a María que, así como nos ha acompañado durante los días de la pasión, siga guiando nuestros pasos en este tiempo de alegría Pascual y espiritual, para que crezcamos cada vez más en el conocimiento y en el amor del Señor y nos convirtamos en testigos y apóstoles de su paz.

Desde que Cristo ha resucitado el amor es más fuerte que el odio y la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte. La mano del Señor nos sujeta, y así podemos cantar ya ahora el canto de los salvados el canto de los resucitados, el aleluya

Que vivamos la alegría pascual y podamos comunicarla a los demás.

Viernes Santo, Ciclo B

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Cristo agoniza hasta el final del mundo decía Blas Pascal y efectivamente, Cristo agoniza hasta el final del mundo en cada hombre y en cada mujer sometido a sus mismos tormentos, en cada hombre y mujer hambriento, desnudo, maltratado, encarcelado. Cuántos Ecce Homo en el Mundo. De todo esto es capaz el hombre y Jesús muere gritando: « Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen ». Aunque hayan obrado con astucia y malicia en realidad no saben lo que hacen. Perdonar con su misma grandeza de ánimo es lo importante, pero ello no significa simplemente renunciar a querer el mal para quien hace el mal, sino la voluntad positiva de hacerles el bien. Este perdón no puede encontrar ni siquiera una consolación en la esperanza de un castigo divino, sino que está inspirado por una caridad que perdona al prójimo intentando detener a los malvados de manera que no hagan más mal a los otros ni a sí mismos. El Señor muere para darnos el perdón y eso es lo que nos pide. Nos pide lo que nos da. No nos da solo el mandamiento de perdonar ni tampoco nos da un ejemplo heroico de perdón. Con su muerte nos ha dado la gracia que nos vuelve capaces de perdonar. Esto no es pasividad sino victoria. La victoria definitiva del bien sobre el mal. El mal pierde cuanto más parece triunfar y Jesús ha inaugurado un nuevo género de victoria que san Agustín ha encerrado en tres palabras: «víctor quía víctima»: vencedor porque víctima. Fue viéndolo morir así que el centurión romano exclamó: ¡ verdaderamente este hombre era hijo de Dios!

El primer capítulo del Génesis nos presenta un mundo en el que no es ni siquiera pensable la violencia ni siquiera para vengar la muerte de Abel. Pero la violencia, después del pecado forma parte lamentable de la vida.

Pablo habla de un tiempo caracterizado por la tolerancia de Dios, que tolera la violencia como tolera la poligamia, el divorcio y otras cosas, pero viene educando al pueblo hacia un tiempo en el que su plan originario será recapitulado. Este tiempo ha llegado con Jesús que en el monte proclama: «habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente; pero yo os digo: no resistáis al mal, antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra y esto es lo que proclama ahora desde la Cruz.

En el calvario, pronuncia un definitivo ¡no a la violencia! oponiendo a ella no simplemente la no violencia sino el perdón, la mansedumbre y el amor. Si hay violencia nunca lo será en el nombre de Dios.

Miremos pues la Cruz, miremos a la fuente de donde arranca el perdón, la paz y una nueva vida que no tiene ocaso ni fin, pues es la vida que procede de Dios.

Jueves Santo, Ciclo B

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Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Es un amor hasta el final, hasta desprenderse de su gloria, hasta nosotros en nuestra caída. Se arrodilla ante nosotros y desempeña el oficio de esclavo, y lava nuestros pies y nos sienta a su mesa. Desciende y se hace esclavo pues como el esclavo lava los pies a los de casa. Así se revela todo el misterio de Cristo, su redención, el baño con el que nos lava es su amor, es el mismo que se entrega totalmente por nosotros, nos lava en los sacramentos de la purificación: en el bautismo y la penitencia. Su amor llega realmente hasta el extremo. «Vosotros estáis limpios pero no todos» les dice. Es el misterio del rechazo, que el hombre puede ponerle un límite, puede rechazar su amor y reconocer que necesitamos purificación. En Judas vemos esto reflejado: para él solo cuenta el poder y el éxito y juzga a Jesús según el poder y el éxito. El amor no cuenta; lo que cuenta es el dinero y se hace incapaz de conversión del retorno como el hijo pródigo y pierde la vida.

Hemos de estar alerta frente a la autosuficiencia e imitar la humildad del Señor dándonos su ejemplo y una indicación: « también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros » es decir debemos estar cerca de los demás especialmente de los que sufren o son despreciados, aceptar el rechazo y perseverar en ello, más aún, lavarnos los pies unos a otros significa también perdonarnos , volver a comenzar siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil. Significa también soportarnos mutuamente y aceptar ser soportados por los demás, comunicarnos la fuerza de la palabra de Dios y aprender a amar como Jesús nos ama. El señor nos purifica y nos sienta a su mesa, eso es lo que celebramos en el Jueves Santo; así nos prepara para entrar un día en el banquete eterno de su gloria.

Es también el día de la institución de la Eucaristía. En el relato de la institución del canon romano la iglesia se fija en las manos y en los ojos del señor. Quiere casi observarlo, desea percibir el gesto de su obrar y actuar en aquella hora tan especial. «tomó pan en sus santas y venerables manos». Nos fijamos en las manos con las que ha bendecido a todos, las manos clavadas en la Cruz. Ahora se nos encarga hacer lo que él ha hecho: tomar en las manos el pan para que sea convertido mediante la plegaria eucarística. En la ordenación sacerdotal las manos del sacerdote son ungidas para que sean como las de Jesús manos de bendición. En este día de Jueves Santo, día de la institución del sacerdocio, pidamos que el sacerdocio sea un signo de salvación y pueda llevar la salvación y la bendición, en una palabra que haga presente la bondad del señor.

La eucaristía no puede ser solo acción litúrgica sino acción litúrgica que se convierte en amor cotidiano. Pidamos al Señor la gracia de aprender a vivir cada vez mejor el misterio de la Eucaristía, de manera que ésta sea inicio y comienzo de la transformación del mundo.

Domingo de Ramos, ciclo B

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Jesús subió a Jerusalén para celebrar la Pascua. En ella se prefigura  ya el misterio de su pasión. Es lo que contemplamos en este domingo de ramos

En la última etapa, cerca de Jericó, Jesús había curado al ciego Bartimeo, que lo había invocado como hijo de David y que ahora le seguía junto a muchos más. Al llegar a Jerusalén todos le aclaman con la aclamación mesiánica: ¡bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega el de nuestro padre David! ¡hosanna en el cielo! pero ¿ en qué consiste este reino? este reino en primer lugar pasa por la Cruz y en segundo lugar es un reino universal, pues abarca al mundo entero ya que se basa en la libre adhesión del amor y ello supone la renuncia . Y es que la universalidad incluye el misterio de la Cruz, el renunciar a algo personal. Universalidad y Cruz van juntos y así es como se crea la paz, fruto de la entrega.

Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, y en el sí a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida, se ensancha y engrandece. Y este principio del amor que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la Cruz al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo. Sin sacrificio no existe por tanto, una vida lograda y toda renuncia conlleva una gran decisión.

Pero no cabe duda que Jesús también siente temor ante el poder de la muerte; sufre nuestras angustias junto con nosotros, nos acompaña. Como ser humano también se siente impulsado a rogar que se le libre del terror de la pasión. También nosotros podemos orar de este modo. Ante él no hemos de refugiarnos en frases piadosas. Orar es también luchar con Dios como Jacob, pero luego viene la petición de Jesús: «glorifica tu nombre» que en los sinópticos se expresa con el: «no se haga mi voluntad sino la tuya».

Su voluntad es la verdad y el amor. Hemos de aprender a confiar en Dios y creer que él está haciendo lo que es justo. Y así es como entramos en su reino de amor. El Reino que nos ha traído Jesús.

Su vida muerte y resurrección son para nosotros la garantía de que Dios nos ha dado su reino, aunque lo hemos de seguir pidiendo para que lo sea en plenitud.

Que este domingo de ramos sea como una introducción general al misterio que vamos a vivir en los días santos. En ellos descubriremos con Cristo el sentido del misterio que hace posible un mundo nuevo en el que renace la esperanza en Dios que no nos deja, sino que nos acompaña haciendo posible la paz. Que vivamos estos días santos con fe y esperanza, acompañando a Cristo en su decisión de amar que supera la muerte y todo temor.