5º Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Este quinto domingo de Cuaresma leemos el Evangelio de la resurrección de Lázaro, que junto con la samarita y el ciego que es curado, forman una enseñanza encaminada a los que se bautizaban en la noche de pascua. Este fue el último gran signo antes de que el sanedrín decidiera la muerte de Jesús.

El Evangelista destaca su amistad con Lázaro y con sus hermanas Marta y María diciendo a los discípulos: «lázaro nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo». Con esta metáfora del sueño expresa el punto de vista de Dios sobre la muerte física: Es un sueño del que se puede despertar.

El Evangelio insiste también en la compasión que siente Jesus por el dolor de la separación y llora junto a los que han ido a ver a Marta y a María, manifestando así la ternura de Dios.

El Profeta Ezequiel en la primera lectura, anuncia al pueblo que está en el destierro, lejos de la tierra de Israel, que Dios abrirá los sepulcros de los deportados y los hará regresar a su tierra para descansar en paz en ella. Este deseo de ser sepultado junto a los antepasados, indica ese anhelo de una patria que nos acoja al final de nuestra vida terrena.

Pero por lo general, la fe en la resurrección y en la vida eterna va acompañada de dudas y de confusión. Por eso Jesus viene a decirnos hoy: «yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». Y añadió: «¿crees esto?» Esta pregunta nos la dirige también a nosotros, lo que supone una capacidad de abrirnos y abandonarnos a él, que es el que derrumba el muro de la muerte, porque la muerte no tiene poder sobre él. La resurrección de Lázaro es signo de su dominio total sobre la muerte física, que ante Dios es como un sueño.

Pero hay otra muerte: la muerte espiritual. Cristo murió para vencer esta muerte y su resurrección no es regreso a la vida precedente sino a la vida junto a Dios.

Así pues, estar en comunión con Cristo es vencer a la muerte, por eso los Padres de la Iglesia llamaron a la Eucaristía: «medicina de inmortalidad», pues por la Eucaristía entramos en contacto y aun más, en comunión con el cuerpo resucitado de Cristo y con su vida ya resucitada. La Eucaristía, hace también posible la comunión y esa es la vida verdadera, la vida eterna, que es la que da sentido a nuestro vivir cristiano.

Cuentan de unos prisioneros de guerra, expuestos al frio y al hambre, que al volver dijeron: «pude sobrevivir porque sabía que me esperaban, sabía que yo era esperado». Este amor que los esperaba fue la medicina eficaz contra todos los males.

También a nosotros nos espera el Señor, y no solo nos espera, sino que ya nos tiende la mano a todos, para que le encuentre el que le busca. Aceptemos esa mano y pidámosle que nos conceda ya ahora una vida abundante fraterna y en su presencia. 

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