
Hermanas y hermanos:
En la primera lectura de los Hechos de los apóstoles, hemos escuchado que, tras una violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, a excepción de los apóstoles, se dispersó en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llegó a una ciudad de Samaría. Allí predicó a Cristo resucitado y numerosas curaciones acompañaron su anuncio, de forma que la ciudad se llenó de alegría, es decir, que donde llega el Evangelio florece la vida como en un terreno árido que, regado por la lluvia, esa lluvia que tanto esperamos, inmediatamente reverdece. De modo que, como Jesús anunciaba el reino de Dios, los discípulos anuncian que Cristo ha resucitado y que es el Señor, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del Espíritu.
Necesitamos, no solo el agua material sino también el agua que es Cristo vivo presente en nosotros y en nuestro mundo.
La segunda lectura, tomada de la primera carta de San Pedro, nos dice que glorifiquemos en nuestro corazón a Cristo el Señor y que estemos prontos a dar razón de la esperanza a todo el que nos la pidiere. Es decir que cultivemos una relación con Cristo y que esa relación ilumine todas nuestras relaciones y avive la esperanza, que da sentido y fortaleza a nuestro vivir de cada día.
Necesitamos para ello, vivir con la mirada del corazón dirigida a Cristo que nos dice en el Evangelio: «si me amáis, obedeceréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros».
El Espíritu, es definido como «otro paráclito», es decir como un abogado defensor. Si el primer paráclito es el Hijo encarnado, que vino para defender al hombre del acusador, en el momento en el que Cristo regresa al Padre, el Padre envía el Espíritu como Defensor y Consolador, para que permanezca para siempre con los creyentes, habitando dentro de ellos, de forma que entre Dios Padre y nosotros, se establezca una relación, por la mediación del Hijo y del Espíritu.
María, es para nosotros, motivo de alegría y de esperanza, porque es la que nos lleva a Jesus y nos invita a no temer. Hoy en Valencia la recordamos como madre de desamparados, madre de los que necesitan, de la luz, del consuelo de la esperanza y de la caridad, en definitiva, madre de todos, madre nuestra. Pidámosle que nos acompañe siempre y en todas partes y haga de nuestra tierra y de nuestro mundo un espacio en el que los hombres reencuentren la alegría de vivir como hijos de Dios.