3 Domingo de Pascua, ciclo B

El Evangelio de Lucas, además de la aparición a los discípulos de Emaus, aquellos dos que un tanto desilusionados, se encuentran con el Señor resucitado, en su caminar, nos narra en el pasaje que hemos escuchado hoy, una aparición colectiva a todos los discípulos en el cenáculo.

Como persona viva y vuelta hacia nosotros se hace presente y para liberarlos de la sospecha de que la resurrección sea un engaño les dice: «¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?» Y les hace ver que todo eso que es anhelo o deseo del hombre en él se ha hecho realidad como parte de ese plan amoroso de Dios. Jesus resucitado sigue siendo el mismo que ha muerto en la cruz, por eso les dice también: mirad mis manos y mis pies y para convencerlos les pide algo de comer. Así los discípulos le ofrecen un trozo de pez asado que él tomo y comió delante de ellos. Ese pez asado, dirá San Gregorio Magno, no significa otra cosa que la pasión de Jesús. De hecho, él se dignó esconderse en las aguas de la vida humana, aceptó ser atrapado por el lazo de nuestra muerte y fue colocado en el fuego, por los dolores de la pasión.

Son por tanto esos signos, de la pasión, los que les permiten superar la duda inicial, para abrirse al don de la fe, que les permita comprender lo que había sido escrito sobre Cristo en la ley de Moises, en los profetas y en los salmos.

De este modo, el Señor nos asegura su presencia real entre nosotros a través de la Palabra y de la Eucaristía . Como los discípulos de Emaus que reconocieron a Jesús al partir el pan, así también nosotros encontramos al Señor en la celebración de la Eucaristía donde como Santo Tomás afirma: «Cristo todo está presente en este sacramento».

Jesús volvió a ser aquella tarde de Pascua, desde su nueva vida, el compañero de camino, el comensal, es decir el que comparte el pan y la sal de la mesa común, el conversador que no solo evangeliza, sino que reevangeliza, es decir que vuelve a explicar las escrituras y anuncia de nuevo el mensaje y recuerda todo lo que, de Él, se había escrito en la ley de Moises, en los profetas y en los salmos. Así lo hace Pedro en la primera lectura cuando afirma: «Es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, el que ha resucitado a Jesús». Un Dios que es amor: «sé que lo hicisteis por ignorancia, vuestras autoridades lo mismo». Una regla para evangelizar y reevangelizar siempre, ofreciendo la clave del diálogo de la salvación: anunciar el misterio del resucitado. Una presencia salvadora que para todos y en todo momento es fuente de esperanza y de perdón.

Que esta presencia salvadora, nos llene de alegría y de gozo a nosotros que caminamos como los de Emaus o como los mismos discípulos, entre luces y sombras, pero siempre en la presencia del Señor.

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