4 Domingo de Pascua, ciclo B

El Evangelio de este cuarto domingo de pascua, nos habla del buen Pastor, una expresión que nos conduce al culmen de la revelación de Dios, como pastor de su pueblo, anunciado ya por los profetas y que se hace realidad en Jesús, que es el buen pastor en quien Dios mismo vela por su criatura el hombre. Por eso añade inmediatamente: «el buen pastor da su vida por las ovejas». A diferencia de otros pastores, Jesus, como estamos celebrando en este tiempo pascual es el que ha muerto y resucitado por todos, de manera que, si con él hemos muerto a todo lo que nos separa de Dios, con él podemos renacer a una nueva vida por el agua y el Espíritu. San Agustín dirá que: este pastor no es como el asalariado bajo el que estabas cuando te afligía tu miseria y debías temer al lobo. La medida del cuidado que tiene de ti el buen pastor te la proporciona el hecho de que ha dado la vida por ti.  

Esto es lo que nos recuerda también la primera lectura: «Jesús es la piedra angular». Desechado por los jefes del pueblo y rehabilitado por Dios, es el fundamento de un nuevo templo, de un nuevo pueblo y en definitiva de un mundo nuevo. La segunda lectura del apóstol San Juan, nos dirá en este sentido que: no sólo somos llamados hijos de Dios, sino que lo somos realmente, pues Jesus nos ha dado, por su encarnación, muerte, resurrección y don del Espíritu, una relación nueva con Dios; su propia relación con el Padre. De hecho, Jesús resucitado dice a los apóstoles: «subo al Padre mío y padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro». Es una relación ya plenamente real, aunque aun no se ha manifestado plenamente. Es la relación que brota de una entrega total y que por tanto personaliza al otro y le hace existir en su verdad, pudiéndose expresar igualmente en la entrega de sí mismo. La filiación es pues la nueva vida que brota de esta nueva relación hecha de conocimiento y comunión de amor.

Toda la vida cristiana es renovación de esta amistad personal con Jesucristo, que da pleno sentido a la propia existencia y la pone a disposición del Reino de Dios.

Nosotros alimentamos esta amistad por la Palabra y los sacramentos, realidades encomendadas de manera especial a los obispos, presbíteros y diáconos. Por eso también hoy, además de orar por todos los bautizados, llamados a la vida cristiana, pedimos de manera especial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Pidamos que la grandeza y la belleza del amor de Dios atraiga a muchos a seguir a Cristo por el camino del sacerdocio y de la vida consagrada. Sin olvidar la vocación al matrimonio como vocación a la santidad y que es fuente y origen de las vocaciones religiosas y sacerdotales.

Que así sea.

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