5 Domingo de Pascua, Ciclo B

En el Evangelio de este domingo, Jesús hablando a los discípulos durante la última cena, los exhorta a permanecer unidos a él como los sarmientos a la vid. Se trata de una imagen bastante significativa, porque expresa claramente que la vida cristiana es un misterio de comunión con Cristo y esto queda recalcado por el verbo «permanecer», que tiene un sentido positivo: «El que permanece en mi y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Pero también tiene un sentido negativo: «El que no permanece en mí, lo tiran fuera como el sarmiento y se seca; luego los recogen y los echan al fuego y arden». Todo esto nos permite comprender que el cristianismo y la vida moral cristiana no es otra cosa que: «vida en Cristo». Por encima de la actividad o activismo, por encima de un espiritualismo o un devocionismo, se trata mas bien de un permanecer en Cristo o más bien, de que él viva en nosotros o como dirá San Pablo: «es Cristo el que vive en mí». La imagen de la vid y los sarmientos, como la de la casa y el huésped, o la cabeza y los miembros, no son sino maneras de expresar esto, pero la realidad es aún más fuerte, porque Cristo vive en nosotros con mayor intimidad que el huésped en una casa; está unido a nosotros con un vínculo más firme que el que une la cabeza y los miembros; convive con cada uno de nosotros con mayor intimidad que el esposo y la esposa. La vida en Cristo es la experiencia del resucitado que se va poco a poco interiorizando y haciendo vida de nuestra vida de forma que este vivir en él y él en nosotros nos permite dar fruto, y sin él no podemos hacer nada, somos como el sarmiento separado de la vid, que no puede dar uva.

Pero el Evangelio va todavía mas allá, y nos dice que a ese que da fruto, Dios lo poda, para que aun pueda dar más fruto. Entonces un cristiano es el que está unido al maestro y además da fruto abundante. Ahora bien, podríamos preguntarnos: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y no poder hacer nada sin Dios? la clave está en que cuando nosotros nos acercamos a Dios, de alguna manera él ya se ha acercado a nosotros y nos hace libres para que podamos hacer el bien, para que podamos amar por la fuerza de su acción en nosotros. Sin él no seriamos libres para escoger la verdad ni para hacer el bien. Esto vale también para la oración. Es el permanecer en Cristo lo que la hace auténtica y eficaz.

San Juan en la segunda lectura también nos invita a dar fruto, a no amar solo de palabra sino con obras. Ello es posible en la medida en que el amor de Dios, que es más grande que nuestra conciencia y nuestro corazón, nos llena e ilumina.

Que seamos sarmientos vivos que crecen cada día por la oración, y la caridad en la unión con Cristo, demos fruto abundante y así demos gloria a Dios nuestro Padre.  

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