
En el Evangelio de este domingo hemos escuchado que Jesus dice a los discípulos que tengan fe en él, porque él es el camino, la verdad y la vida. Es el camino que conduce al Padre, la verdad que da sentido a nuestra vida y la fuente de esa vida que no tiene fin.
No olvidemos que, Creer en Dios y creer en Jesus, no son dos actos separados, sino un único acto de fe. La plena adhesión a la salvación llevada a cabo por Dios Padre pasa por su Hijo Unigénito, en quien Dios se ha dado un rostro, como confirma la respuesta de Jesús a Felipe: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre».
Jesucristo, con su encarnación, muerte y resurrección, nos ha librado del mal, del pecado y de la muerte, mostrándonos así el rostro misericordioso de Dios. Luego es por él y con él, como nosotros podemos vivir de un modo nuevo, como hijos en el Hijo, que también realizan sus obras: «En verdad, en verdad os digo -dice el Señor-: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago».
El es el que resucitado de entre los muertos, se convierte en piedra angular de ese templo que es obra del Espíritu y que está formado por todos nosotros, los que por el bautismo nos hemos convertido en piedras vivas de dicho templo.
Esto supone seguirlo, en lo cotidiano de cada día, a través de la sencillez de nuestras acciones, pues ahí en nuestro día a día es donde Dios va haciendo en nosotros y a través de nosotros, su actuar, que se da también por medio de la sencillez y a través de lo humano, pues se hace hombre, pero de tal modo que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por los grandes y en cambio ser reconocido, por los pequeños y pobres. Padece y muere, y como resucitado, llega a ser reconocido por los suyos, por medio de la fe, a los que se les muestra en el camino, como escuchábamos en el relato de los discípulos de Emaus.
Pues bien, este Jesus, vivo, nos llama también a nosotros hoy a seguirle y verle como camino, verdad y vida, que nos conduce al Padre. De modo que el camino al Padre será dejarse guiar por Jesús, por su Palabra de Verdad, y acoger el don de su Vida.
Que nuestra vida, y nuestras acciones, sean un anuncio tanto de forma explícita como implícita de Jesucristo, camino, verdad y vida, de manera que como se nos narra en los Hechos de los apóstoles, la palabra de Dios se extienda, el número de discípulos aumente y muchos puedan adherirse a la fe.