3º Domingo de Cuaresma, ciclo A

Todos tenemos el peligro de no buscar en Dios la respuesta a las expectativas más íntimas del corazón, sino de utilizarlo como si estuviera al servicio de nuestros deseos y proyectos.

En la primera lectura de Ex 17,3-7, el pueblo hebreo que sufre en el desierto por la falta de agua, se lamenta y llega a levantarse contra Moises. Incluso llega a poner en duda la presencia de Dios. Concretamente, el texto que hemos leído dice así: «Habían tentado al Señor diciendo: “Está o no está el Señor en medio de nosotros”» (Ex 17,7) El pueblo exige a Dios que salga al encuentro de sus expectativas y exigencias, en lugar de abandonarse confiado en sus manos, y en la prueba pierde la confianza en él. Esto mismo nos ocurre a nosotros cuando no sabemos abandonarnos a la divina voluntad y quisiéramos que Dios realizara nuestros designios y colmara todas nuestras expectativas, lo que muestra una religiosidad contaminada por elementos mágicos o meramente terrenales.

El tiempo de cuaresma nos invita a la conversión. El salmo responsorial nos recordaba: “No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”» (Sal 94, 7-9).

El símbolo del agua aparece también en el Evangelio que hemos escuchado de Jn 4,5-42. En el diálogo con la samaritana Jesus le pide: «dame de beber» una petición que pone en marcha en la mujer un proceso que finalmente le lleva a ella a pedir a Jesus agua, manifestando así que en toda persona hay un deseo profundo de Dios y de su salvación. Una sed que solo puede saciar el agua que ofrece Jesús, el agua viva del Espíritu.

El prefacio que leeremos en la misa de hoy dice: «al pedir agua a la samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer fue para encender en ella el fuego del amor divino».

En ese diálogo de Jesús con la samaritana, nos vemos reflejados también nosotros y nuestras comunidades y especialmente va dirigido a los que se preparan a recibir el bautismo, la confirmación y la comunión.

La samaritana se transforma en figura del que se ha iniciado en la fe, que desea el agua viva y es purificado por la palabra y la acción del Señor.

Pero también a todos nosotros ya bautizados, se nos invita a redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, el verdadero deseo de Dios que vive en nosotros. Jesus quiere llevarnos hoy al encuentro con él, y de ahí nace la fe y el testimonio, pues una vez que el Señor conquista el corazón de la samaritana su existencia se transforma y corre inmediatamente a comunicar la buena nueva a su gente.

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