
El Evangelio de las bienaventuranzas del domingo pasado nos permitió ver que la vida del cristiano es nueva ya que ha descubierto que tiene sentido, y que no es absurda, pues estamos llamados en medio de todo lo que vivimos y nos rodea a la felicidad de saber que nada nos puede separar del amor de Dios; la consecuencia de todo ello es lo que hoy nos dice el Evangelio: que el cristiano es sal y es luz.
La sal, es para nosotros sinónimo de preservación de los alimentos y de sabor. Para el hombre oriental es también sinónimo de Alianza, de solidaridad, de vida y de sabiduría. La luz es para nosotros, sinónimo de vida.
Cuando Dios crea, la primera obra que realiza por medio de su Palabra es la luz. Por eso la Palabra de Dios se la compara con la luz, como se proclama en los salmos: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» y nosotros estamos llamados por tanto y en este sentido, a ser luz. El profeta Isaías nos lo recordaba en la primera lectura: «Cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el medio día»
El que sigue a Jesús, está llamado por tanto a ser sal y luz. Como sal está llamado a dar sabor y a hacer que el mundo no se corrompa, de la misma forma que la sal impide que se corrompan los alimentos. Como luz está llamado a recordar que Jesucristo es la luz del mundo, y como tal es el que hace nuevas todas las cosas.
San Pablo en la segunda lectura, nos habla también de esa sabiduría que es fuerza de Dios y que fundamenta nuestra fe. «Me presenté ante vosotros débil y temeroso, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios». «La fuerza se realiza en la debilidad», nos dirá en otro lugar.
Dios no necesita de nosotros, pero se hace presente por medio de nosotros. Somos nosotros los que necesitamos de Dios, porque él es nuestra fuerza y esa fuerza se hace presente, cuando desaparece nuestro orgullo y nos convertimos en apóstoles y profetas, en sal y luz capaces de iluminar las sombras y poner sentido a lo que somos y hacemos.
Que vivamos alegres en su presencia y juntos invoquemos su Santo Nombre.