
El 2º Domingo de Pascua es el domingo de la divina misericordia desde que en el jubileo del año 2000, S.Juan Pablo II estableció que en toda la Iglesia el domingo que sigue a la pascua, además de domingo in albis, se denominara también Domingo de la misericordia divina.
En él escuchamos el pasaje del Evangelio de Jn 20, 19-31 en que el apóstol Tomás, en un primer momento muestra sus dudas ante el mensaje que recibe de los demás apóstoles sobre la presencia de Cristo resucitado entre los que se reúnen en su nombre y que después el mismo reconsidera al cerciorarse de que efectivamente el Señor ha resucitado y proclama dichosos a los que creen sin haber visto, es decir a todos nosotros.
Esta es la bienaventuranza de la fe, que se nos da para que podamos vivirla y proclamarla en unión con Cristo muerto y resucitado por nosotros, rico en misericordia con todos.
Esta bienaventuranza de la fe, encuentra su modelo en María a la que se dirige Isabel diciendo: “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Ella es la que sostuvo la fe de los apóstoles. Si bien María no aparece en las narraciones de la resurrección, ella es la madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad.
También la segunda lectura de 1 Pe 1,3-9, nos habla de la fe. En ella San Pedro escribe lleno de entusiasmo indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y de su alegría, cuando les dice: “No habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”. Todo esto indica que el cristiano está en una nueva realidad, la de la resurrección, que es la que hace posible la fe. Y esto como hemos manifestado en el salmo: “es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”. Es patente a los ojos de la fe.
Por la fe, nos adentramos también en la misericordia de Dios, que es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Este amor de misericordia es el que se hace presente en la iglesia por medio de los sacramentos, especialmente el de la reconciliación y también por medio de la caridad.
De la misericordia divina, que pacifica los corazones, brota además la auténtica paz en el mundo. Que implorando la misericordia de Dios podamos realizar lo que resulta imposible a las solas fuerzas humanas como es, la necesaria paz en el mundo.