
Hermanas y hermanos:
¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya! La resurrección de Cristo ha significado un antes y un después, no solo en nuestra vida, sino de la condición humana en general. Cristo vencedor de la muerte, hace posible un mundo nuevo y de ahí brota la vida de la Iglesia y de todos y cada uno de los cristianos.
Esto lo vemos entre otras cosas en la distribución del tiempo. El sábado, el séptimo día de la semana, era el día del descanso y ahora es sustituido por el primer día que es el Domingo. La estructura de la semana se ha invertido. Ya no se dirige hacia el séptimo día, para participar en el reposo de Dios, porque lo importante ya no es el ultimo día de la semana sino el primero, el día del encuentro con el resucitado.
Si el sábado era el día del descanso tras la creación. Ahora, el verdadero descanso acontece el día en que todo es nuevamente creado en Cristo. De modo que el día de descanso pasa a ser el día primero y no el último, que será el día de la nueva creación. Nosotros pues, celebramos el primer día de la creación y así celebramos a Dios creador, que se ha hecho hombre; que padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Celebramos la victoria del creador y de la creación. De manera que definitivamente se ha realizado el proyecto de Dios: «vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno».
Jesus es el nuevo Moises. Si Moises fue el que Dios hizo salir del agua del mar. Jesus es ahora el nuevo y definitivo pastor que lleva a cabo lo que Moises hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte.
Esto es lo que ocurre en el bautismo. En él el Señor nos toma de la mano y nos conduce por el camino que atraviesa el mar rojo de cada tiempo, el tiempo en el que nos toca vivir y nos introduce en la vida eterna, en la vida verdadera y justa, para que caminemos con él por la senda que conduce a la vida.
El bautismo es también el sacramento de la luz, pues en él se nos da la fe. Así la luz de Dios entra en nosotros y así es como nos convertimos en hijos de la luz.
En la Iglesia antigua, el sacerdote invitaba a los fieles después de la homilía a mirar a Cristo en una imagen en el ábside o en la cruz con la expresión: «volvamos al Señor». Se trataba de manifestar ese hecho interior de la conversión. De dirigir nuestra mirada hacia Jesucristo y de este modo, hacia el Dios vivo, hacia la luz verdadera. También se decía algo que aun conservamos: «levantemos el corazón». Con ambas exclamaciones se invitaba a renovar el bautismo.
Que en esta pascua también nosotros podamos volver al Señor, renovar nuestro bautismo, siendo hombres y mujeres pascuales, hombres y mujeres de luz, llenos del fuego de su palabra y de su amor.