Viernes Santo

En este día de viernes santo la parte central de la liturgia la constituye la adoración de la cruz. Por tres veces cantamos que la cruz es fuente de salvación para todos. Cada una de esas tres veces representa una época o una fase de la historia de la salvación: la primera representa la cruz prefigurada en el Antiguo Testamento; la segunda, la cruz hecha realidad en la vida de Cristo, «la cruz de la historia»; la tercera, la cruz celebrada en el tiempo de la Iglesia, «la cruz de la fe».

De esta forma proclamamos que la cruz atraviesa toda la historia de la salvación.

Está presente ya en el Antiguo testamento, como figura, está presente en el Nuevo Testamento como acontecimiento, y está presente en el tiempo de la Iglesia como sacramento o como misterio.

En el Antiguo Testamento, es el árbol de la vida plantado en medio del jardín, el árbol del conocimiento del bien y del mal, ante el que se consuma el rechazo del plan de Dios para el hombre. En el Deuteronomio, se asocia a una maldición: maldito -se dice- el que cuelga de un árbol, pero también de madera era el arca en el que la humanidad se salvó del diluvio, con el bastón golpeó Moises las aguas del mar rojo y con unas maderas volvió dulce el agua de Mará.

Ya en la vida de Jesus, no ya en figura como en el Antiguo Testamento sino en la realidad de la historia, la cruz era el suplicio más infame reservado a los esclavos culpables de los mayores delitos. Todo estaba pensado para hacer ese suplicio lo más degradante posible. En tiempo de los apóstoles la palabra: cruz o crucificado, no se podía escuchar sin que un escalofrío atravesase el cuerpo. Para un judío era una maldición, pues estaba escrito: maldito el que cuelga de un madero

Y ya en el tiempo de la Iglesia y a la luz de la resurrección, la cruz es el lugar donde se ha cumplido el misterio de la religión, de toda religión. Donde el nuevo Adán dijo sí a Dios por todos y para siempre. Donde el nuevo Moises, con el madero abrió el nuevo Mar Rojo y con su obediencia, transformó las aguas amargas del pecado en las aguas dulces de la gracia y de bautismo. Donde nos rescató de la maldición de la ley haciéndose por nosotros un maldito. En resumen, la cruz como nos dirá San Pablo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. En definitiva, es el nuevo árbol de la vida plantado en medio de nosotros.

Lo que ha ocurrido en la cruz es que en ella Dios ha destruido el mal, sin destruir nuestra libertad. Y no lo destruye derrotándolo con la fuerza sino cargando con él, sufriendo con él en Cristo sus consecuencias y venciendo el mal con el bien: el odio con el amor, el pecado con la obediencia, la violencia con la mansedumbre, la mentira con la verdad. Más aún, Jesus no destruye al enemigo sino la enemistad y lo hace en sí mismo y no en los demás.

La cruz como dirán los santos padres es el eje del mundo que hace que este pueda girar en una nueva dirección: la de la justicia, el amor y la paz. El reino de Dios ha llegado y nosotros estamos llamados a hacerlo realidad, con la fuerza de Espíritu.     

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