3º Domingo de Pascua, Ciclo A

El Evangelio de este domingo nos presenta a los discípulos de Emaus. Se trata de un lugar que no ha sido localizado con certeza, lo que nos permite pensar que en realidad representa todos los lugares, es decir que el camino que lleva a Emaus es el camino de todo cristiano, más aún de todo hombre. En él es donde se hace presente Jesús para reavivar en nuestro corazón la fe y la esperanza al partir el pan.

«Nosotros esperábamos…», dice uno de ellos. Como diciendo: hemos creído, hemos seguido, hemos esperado…, pero ahora todo ha terminado. También Jesús de Nazaret, que se había manifestado como un profeta poderoso en obras y palabras, ha fracasado, y nosotros estamos decepcionados.

Hoy también, podemos decir que, para muchos, la esperanza de la fe ha fracasado, debido a experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor. El problema del mal, del dolor y del sufrimiento, el problema de la injusticia y del atropello, los que emigran de otras tierras y parecen que atentan contra aquello que somos… Todo lleva a los cristianos de hoy a decir con tristeza: nosotros esperábamos que el Señor nos liberara del mal, del dolor del sufrimiento, del miedo, de la injusticia.

¿Qué nos dice el relato ante todo esto? En primer lugar, que necesitamos escuchar la palabra de Dios a la luz de la muerte y resurrección del Señor, para que ilumine nuestra mente y nuestro corazón y nos ayude a encontrar un sentido a nuestra vida.

En segundo lugar, que también es necesario sentarse a la mesa del Señor, convertirse en sus comensales para que el sacramento de su cuerpo y de su sangre nos conceda una mirada nueva que nos permita mirarlo todo y a todos con los ojos de Dios y de su amor. De hecho, la primera parte del relato nos recuerda, la escucha de la Palabra a través de la Sagrada Escritura y la segunda parte, la comunión con Cristo presente en el sacramento de su cuerpo y de su sangre. Luego en este texto se nos muestra ya la estructura de la misa con la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

El camino de Emaus, es como un espejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo, que se sienten abandonados por el Señor, pero puede llegar a ser también un camino de purificación y de maduración en la fe. Una fe que se alimenta de la palabra de Dios y de la Eucaristía.

La Iglesia y todos nosotros en ella en la medida en que nos alimentamos de esta doble mesa, nos vamos renovando en la fe, la esperanza y la caridad.

Que encontremos siempre en la Eucaristía el signo de esa presencia de Cristo que con nosotros está  y nos acompaña en nuestro caminar.

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