2º Domingo de Cuaresma, ciclo A

Después de haber escuchado el domingo pasado el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, este domingo, se nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la de la transfiguración. Si bien el primero nos recuerda el gran duelo de Jesús en la pasión, la luz de su cuerpo transfigurado nos recuerda la gloria de la resurrección.

Así pues, estos dos domingos, nos invitan a fijarnos en los dos pilares que sostienen el camino de la cuaresma hacia la Pascua y de toda la vida cristiana, esto es: el paso de la muerte a la vida. Dice el texto que sus vestidos se volvieron blancos. Los padres, dirán que esa blancura simboliza la Escritura que por el misterio de la transfiguración se vuelve clara, transparente y luminosa. Así es, pues nosotros no podemos acercarnos al misterio de Cristo en la Escritura sino es porque Dios nos permite comprenderlo, acogerlo y amarlo. Y al igual que los discípulos, nosotros también estamos llamados a contemplar su gloria y como ellos, poder anunciar al mundo que esa gloria es la gloria del Padre. En una palabra, que, por medio de Jesucristo, nosotros tenemos acceso a él. 

El relato acontece en el monte Tabor, el monte es en la tradición bíblica el lugar del encuentro con Dios. Es el lugar de la oración. Y Jesús quiere compartir con los suyos, un momento de especial relevancia e intensidad. Es una teofanía, es decir, un espacio en el que Dios se manifiesta. Por una parte, Jesús manifiesta su gloria a los Apóstoles, para que tengan la fuerza a la hora de afrontar el escándalo de la cruz. Por otro lado, la voz del Padre, que resuena desde lo alto, proclama que Jesús es el hijo predilecto, como el Hijo en el jordán, solo que ahora añade: «escuchadlo».

A nosotros esto nos dice que el camino de Jesus es el que nos conduce a la vida eterna y que para ello es necesario escucharle y seguirlo por el camino de la cruz, pero llevando en el corazón la esperanza de la resurrección.

La transfiguración es pues, la revelación de la íntima compenetración de su ser con Dios lo que le convierte en luz pura. En ese ser uno con el Padre, Jesus pasa a ser luz. Nosotros por el bautismo, que es la manifestación de que somos hijos de Dios, hemos pasado a ser iluminados y hemos pasado también a ser luz para los demás.

Que también nosotros podamos participar de esta visión, por medio de la Eucaristía e insistiendo en este tiempo cuaresmal, de manera especial en la oración continua y en la escucha de la palabra, como también privándonos de algo que nos permita mantener viva la presencia, aparte de las renuncias impuestas por el peso de la vida diaria. 

       

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