6º Domingo T.O. Ciclo A

Después de exponer las bienaventuranzas, que son la carta magna del Reino, Jesus, nos habla en el Evangelio de hoy de Mt 5,17-37 de la plenitud de la ley: «no he venido a abolir, [es decir a quitar la ley] sino a dar plenitud». Y dirigiéndose a los discípulos añade: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos».

¿Pero en qué consiste esa plenitud de la ley y esa mayor justicia?

Jesús lo explica mediante una serie de antítesis o contrastes entre la manera de vivir los antiguos mandamientos y la manera de vivirlos ahora. Por ejemplo, cuando dice: habéis oído que se dijo a los antiguos no matarás, y el que mate será reo de juicio. A lo que añade: Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano, será procesado». Y así hasta seis veces. Claro que ese «yo os digo» sobre todo a los que le escuchan no deja de ser inquietante ya que está indicando ni más ni menos que él tiene la misma autoridad de Dios, fuente de la ley. Entonces Jesus es el que nos da el Espíritu, el que lleva la ley a su plenitud, de forma que deja de ser algo vacío para ser algo lleno, lleno de amor.

Si hemos entendido bien el mensaje de las bienaventuranzas, el mensaje de que Dios nos ama en nuestra realidad, sea la que sea, entonces ese amor de Dios nos mueve a amar y esa es la plenitud de la ley, esto es: Amar como Dios ama y más aún, saber que ese amor no se acaba, como hoy a veces escuchamos, sino que es un amor que tiende también a la plenitud, como nos decía San Pablo en la segunda lectura de I Corintios 2,6-10: «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman y Dios nos lo ha revelado por Espíritu». Por tanto, es el Espíritu el que nos hace vivir de un modo nuevo, no ya en el mero cumplimiento, sino en el amor que se da, que se entrega, que perdona, que acoge, que es fiel, que nos da una mirada nueva, que nos mueve al respeto mutuo y a la piedad sincera.

Seguir a Jesús es acogerle en el otro, especialmente en el que sufre y hacer posible una sociedad más solidaria y mas cristiana. El camino que él nos invita a recorrer es el que él mismo recorrió, el de la entrega sin límite, y que pasa por la afirmación del otro, en el que se descubre la imagen de Dios, de forma que amar al prójimo es amar a Dios.

La primera lectura del libro del Eclesiástico nos invitaba a saber escoger la senda que hemos de seguir: «Ante los hombres está la vida y la muerte y a cada uno se le dará lo que prefiera».

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