
Somos dichosos, bienaventurados, cuando el Señor viene, cuando el Señor nos visita y le acogemos y recibimos como tal. El mensaje de las bienaventuranzas, con las que Jesús inaugura el sermón del monte, nos ayuda pues, no consiste en un vago consuelo, sino en la fortaleza y el ánimo en medio de la lucha a ejemplo de aquel que habiendo experimentado nuestra pobreza y habiendo probado la muerte, ha resucitado y está para siempre en Dios. Así pues, la visita de Dios siempre va acompañada de la fortaleza en medio del dolor.
El recuerdo del Éxodo en la primera lectura, (Sab 18,6-9) nos permite comprobar como esa presencia de Dios en medio de su pueblo es la que hace realmente la historia, llevándola hacia su plenitud. Dios actúa de manera admirable y misteriosa a la vez. Este acontecimiento del Éxodo, que se refiere al pasado, hace referencia también a la actuación de Dios en el presente y en el futuro, luego, a partir de él, podemos hablar de que el Señor ha visitado y visita a su pueblo, a través de los acontecimientos de la historia y fundamentalmente a través del acontecimiento de Jesucristo su Hijo, Nuestro Señor.
¿Cómo vivo estos acontecimientos? Si los vivo a la luz de la fe, descubro en ellos al Dios vivo que ama a los que le reciben en medio de estos acontecimientos, de su vida y de su historia
En la segunda lectura de hebreos 11,1-2.8-19 vemos que este es el caso de Abrahán, y de tantos como él, que a pesar de la edad se puso en camino, haciéndose peregrino, y mostrando que la fe es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve. Esperamos lo que no vemos, pero con fe, con sabiduría, con seguridad, con certeza, pues a pesar de todo, nada ni nadie ha podido interrumpir la marcha de la historia, ni el ritmo marcado por su Señor. La esperanza es segura, pues el Dios que ha actuado con fidelidad en el pasado, sigue haciéndolo ahora. Hay motivos para la esperanza, entendida como una capacidad o virtud que se apoya en el poder de Dios.
El Evangelio de Lucas 12,32-48 hace de esta seguridad, una de las más bellas declaraciones de Jesús: «no temáis pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el reino. Vended vuestras posesiones y dad limosna. Acumulad aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo, donde ni el ladrón se acerca ni la polilla roe. Porque donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón».
La invitación a no temer y el hecho de tratarnos de pequeño rebaño, además de la idea del tesoro que atrae nuestro corazón, nos invitan a mantenernos fieles a la Alianza, al amor de Dios, y por tanto, vigilantes, ante todo aquello que pueda poner en peligro dicha fidelidad, sabiendo que el Señor viene cuando menos se le espera y que los dones que todos hemos recibido de Dios, le dan gloria cuando los ponemos al servicio de su Reino.