6º Domingo T.O. Ciclo C

El Profeta Jeremías, en la primera lectura (17,5-8) nos muestra dónde se encuentra para el hombre la maldición que tiene como desenlace la muerte y dónde está la bendición que trae consigo la vida, según dónde ponga su confianza. El impío es el que confía en sí mismo y en las cosas humanas, es decir, en la carne. Se parece a un cardo que echa sus raíces en la estepa, lugar árido e inhóspito, no podrá dar fruto ni durar mucho. En una palabra, tiene cerrado el camino a la esperanza. Por el contrario, el piadoso es el que confía en el Señor y por eso se parece a un árbol que hunde sus raíces junto al agua; no teme las estaciones ni las vicisitudes: ni desaparecerá ni se volverá estéril porque ha puesto su fundamento en el Señor y en el encuentra su protección. En definitiva, es en la apertura al Otro, donde encontramos, la razón de nuestro ser, amar y esperar. La maldición no da sentido, no proporciona esperanza, no abre al futuro ni explica el presente. En cambio, la bendición, es seguridad para el futuro y sentido en el presente, esto es, vida que se realiza y que se hace fecunda.

En este sentido, hemos de entender las bendiciones y las maldiciones que nos muestra el Evangelio de (Lucas 6,17.20-26). Las bienaventuranzas son bendiciones y como tales, están abiertas a la esperanza. Lucas, a diferencia de Mateo, reduce las bienaventuranzas de ocho a cuatro, pero añade cuatro amenazas. Así pues, el verdadero discípulo de Jesús es al mismo tiempo, pobre, dócil, misericordioso, obrador de paz, puro de corazón…por el contrario, quien no acoge la novedad del Evangelio sólo merece amenazas, es decir, la ausencia de esperanza-confianza. Dicho de otro modo: Dios no quiere el sufrimiento, pero ama a los que sufren y les prepara un verdadero y definitivo consuelo. Dios no quiere que seamos perseguidos por Cristo, pero ama, protege y asiste a los perseguidos y así sucesivamente, Dios va respondiendo a nuestras vicisitudes. Dios que nos ama, es pues, la única bendición y la única bienaventuranza. En cambio, las malaventuranzas o maldiciones se dirigen a los que buscan su felicidad en los bienes, en el prestigio, en el poder. Todo está en buscar el sentido de la vida en la realidad intrahistórica sin contar con Jesucristo o bien contando con él, confiar en él. El texto de las bienaventuranzas- malaventuranzas o amenazas, lucanas, nos muestra algo que vemos normalmente por la experiencia: quien es rico tiende a poner su confianza en sus propias riquezas, quien es pobre, tiende en cambio a ponerla en aquel que puede venir en su ayuda. Quien confía, como Jesús en el Padre que está en el cielo, confía en quien ha demostrado su consistencia, como la roca, resucitando a Jesús, y esta es la verdad fundamental de nuestra fe como nos muestra San Pablo en la segunda lectura de (1 Cor 15,12.16-20).

Existe una relación estrecha entre la resurrección de Cristo de entre los muertos y nuestra resurrección. Creer, es abrirse, a través de este acontecimiento de Cristo Jesús al Dios de la vida que ha vencido a la muerte, una muerte, que por cierto, él nunca ha querido para los hombres. La bendición o bienaventuranza es que en Cristo viviremos para siempre la plenitud de la vida, en la totalidad de nuestro ser humano: cuerpo, alma y espíritu. Esta no es una esperanza atribuida a criterios humanos, sino una esperaza que es don, prenda futura, que supera todas las previsiones humanas.

Que pongamos nuestra confianza, como Jesús, en el Padre que está en los cielos y así seremos como el árbol plantado junto al agua, que no se inquieta ni deja de dar fruto (Jr 17,8).

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