12 Domingo del T.O. Ciclo B

Este domingo, el Evangelio no nos presenta una parábola o un discurso doctrinal, sino un hecho de vida: el naufragio de la barca de los apóstoles en medio de la tempestad del lago. Un lago, el de Genesaret, célebre por sus tempestades, y que nos presenta a la vez, un relato cargado de simbolismo. Pues la barca de Pedro, en donde está Jesús, desde la antigüedad ha simbolizado a la Iglesia, que surca los mares de este mundo, que nos recuerda el arca de Noe, como signo de salvación, aunque a veces se sienta sacudida por las tempestades de este mundo y amenace con naufragar.

Llama la atención esa postura de Jesus que duerme y es interpelado por la pregunta angustiosa de Pedro: ¿Maestro no te importa que nos hundamos? A lo que sigue la respuesta de Jesus en consonancia con la pregunta. Después de pacificar con su palabra el viento huracanado y el lago encrespado, imponiendo paz y silencio, dice a los discípulos: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

El relato nos lleva a creer en medio de las situaciones difíciles de la vida en las que parece que Jesus no está o que todo está perdido. La tempestad del lago alude a las dificultades que encrespan nuestro interior cuando nos encontramos ante la prueba y parecemos una barca a la deriva o cuando tememos que la nave de la Iglesia peligre en medio de las olas de las corrientes adversas de este mundo.

El Evangelio nos indica que todo ello es un lugar privilegiado de la revelación de Dios y de implacable lugar de discernimiento de nuestra fidelidad inquebrantable. Una tempestad, como es el caso de los apóstoles, nos pone ante el Jesus que está presente en la historia, aunque no le vemos y que pone a prueba nuestra fidelidad, pues son las pruebas, las que descubren si nuestra fidelidad es real o ilusoria. Son las pruebas las que descubren la verdad que anida en nuestro corazón, la solidez de nuestra fe y de nuestra esperanza. Y así como la palabra de Jesús pacifica la tempestad y vuelve la calma, la Iglesia y el cristiano son invitados a invocar con confianza y en oración continua, nuestra esperanza en Jesús cuya palabra es mas poderosa que la del viento huracanado y su poder más grande que el de las olas, que se pacifican y amansan ante su gesto majestuosamente divino. Jesús aparece en el relato con la misma fuerza de Yahvé. Y se muestra liberador del miedo y de la muerte. Es Señor de la vida.

Así pues, es en la prueba donde logramos conocer el amor salvador de Jesucristo. De este modo es como advertimos que la vida con sus múltiples pruebas es donde aprendemos a vivir según el Evangelio, y llegar así a la santidad de vida, pues la presencia de Cristo, en medio de los que se reúnen en su nombre, es garantía de victoria por su resurrección de entre los muertos

Que no seamos cobardes y mantengamos la fe mientras vamos con Jesus a bordo de la barca que es la Iglesia.

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