11 Domingo del T.O., Ciclo B

La Palabra de Dios en este domingo nos muestra a Jesús explicando a los suyos los misterios del Reino de Dios.

El Reino de Dios es una palabra que nos resulta bastante familiar, pero que, a fuerza de usarla, ha perdido su originalidad y muchas veces no sabemos bien que estamos indicando con ella.

Esta originalidad no es otra cosa que Dios mismo que se nos da y se nos manifiesta en Cristo Jesús.

«Venga a nosotros tu Reino», decimos en el Padre Nuestro, es decir, que esa presencia de Dios realizada en Cristo sea una realidad en nosotros y en nuestro mundo y así vivamos en la novedad de su vida en nosotros y podamos continuar diciendo sin temor: «Hágase tu voluntad».

Pero este Reino de Dios necesita de nosotros, como la semilla necesita de la tierra para germinar y dar fruto. Jesús dice, que esta semilla echada en el surco de la tierra va creciendo sin que nos demos cuenta y según su propio dinamismo o como una diminuta semilla de mostaza que crece y se transforma en un pequeño arbusto.

Así pues, este Reino, llamado a crecer y a dar como fruto la vida eterna, tiene su propia dinámica interior. Es lo que llamamos la vida divina en nosotros, que está necesitada del terreno de nuestro corazón es decir de todo lo que abarca nuestro ser: nuestra sensibilidad, nuestra inteligencia, nuestra reflexión y libertad.

Así pues, el Reino es la semilla y la tierra somos nosotros. Es algo divino y humano a la vez. Primero se enraíza en nosotros, en nuestro ser; necesita de la oscuridad y del silencio de la tierra, es decir de nuestra oración continua y constante hasta que brota de forma silenciosa, rompiendo la tierra y creciendo hasta alcanzar su plenitud.

Tanto en una como en otra parábola encontramos un crecimiento y un contraste. El crecimiento, se realiza gracias al dinamismo que está presente en la semilla y el contraste es el que se da entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce.

¿Qué nos dice esto a nosotros? Pues que el Reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración es ante todo, don, llamada de Dios y nosotros en la medida en que colaboramos con él y respondemos a su llamada,  hacemos posible su fuerza y su victoria  y a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal,  es Dios el que hace crecer las semillas del bien por todas partes, siempre y por lo general de forma callada o imperceptible y esta es nuestra alegría, que la semilla crece en nosotros y en nuestro mundo gracias al amor de Dios. Esa es nuestra fe y nuestra esperanza.

Que la Eucaristía de cada domingo sea para nosotros alimento para esta fe y esperanza  y verdadero anuncio del Reino de Dios que nos transforma y hace posible la justicia y la paz.

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