10 Domingo del T.O. Ciclo B

Después de la fiesta del Corpus Christi, volvemos a los domingos del Tiempo Ordinario, que como su nombre indica, nos muestran a Jesús en su predicación y en su experiencia cotidiana.

El Evangelio de San Marcos, nos presenta a Jesús predicando y curando hasta el punto de que la gente no le deja tiempo ni para comer.

La primera lectura del libro del Génesis nos pone como telón de fondo la tentación y caída de Adán y el Evangelio nos presenta la tentación de los que se enfrentan a Jesús al comienzo de su vida pública. Están pues, los que lo rechazan y los que lo acogen.

Entre los primeros destacan ni más ni menos que sus propios familiares y también aquellos que le consideran ni mas ni menos que un endemoniado y por tanto niegan a Dios, su presencia y su amor manifestados en Jesucristo. Esto es el pecado contra el Espíritu Santo, que es el que nos abre a la verdad y nos abre el corazón al amor.

Pero ¿qué nos quiere decir el Evangelio con esta situación? Nos está indicando que la única forma de acceso a Jesús es por medio de la fe. Ni la familia, ni la pertenencia a ningún grupo social, nos pueden permitir acceder a Jesús, pues tanto unos como los otros, lo rechazan.

Si bien hemos de acogerle para no caer en la Blasfemia, ni en el rechazo del amor que Dios nos brinda, en él, esto hemos de hacerlo mediante la posibilidad gozosa y humilde que él nos brinda, que marca la distancia entre los parientes y nos convierte en miembros suyos, ya que compartimos su misma vida, cumplimos la voluntad del Padre y por tanto pasamos a ser verdaderos familiares suyos, por la fe.

Quien por la fe se adhiere a Jesús, escucha sus palabras y las vive, se une a él y comparte una misma vida y un mismo amor, es consanguíneo suyo y engendra a Cristo en su corazón, de ahí que sea hermano, hermana y hasta madre de él.

María como madre de Jesús, es también discípula y, por tanto, modelo de todo creyente. San Ambrosio dice: «vive la palabra de Cristo si quieres ser la madre de Cristo». Por tanto, acoger y vivir la Palabra es la manera de dar a luz a Cristo y hacerlo presente en nuestro mundo.

Que María, madre, discípula y maestra, nos muestre el verdadero sentido del discipulado que consiste en ser sus consanguíneos, esto es, en tener y compartir su misma vida en nosotros y en darla a los demás.

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