18 Domingo del T.O. Ciclo A

«dadles vosotros de comer»

«Escuchadme y comeréis, escuchadme y viviréis», se nos decía en la primera lectura. Escuchar al Señor es la clave y significa abrir el corazón y llevar a la práctica su Palabra, dejándose transformar por ella.

También se nos decía, que las cosas más grandes de nuestra vida no pueden ser adquiridas ni pagadas, ya que las cosas más importantes y elementales de nuestra vida nos son dadas: el sol y la luz, el aire que respiramos, el agua, la belleza de un paisaje, al amor, la amistad o la vida misma.

Igualmente, la segunda lectura, nos decía que hay cosas que nadie nos puede quitar como es el amor de Dios, que en Cristo nos conoce y ama.

El Evangelio nos invita a ser coherentes y generosos con estos dones, siendo nosotros a la vez, generosos con los demás, no solo en el terreno espiritual, dando bondad, amistad y amor, sino también en lo material. Como hemos escuchado, los discípulos sugieren a Jesús que despida a la multitud para que puedan ir a comer, pero el Señor responde: «dadles vosotros de comer», delegando en ellos su actividad, de forma que somos nosotros los que desde la libertad y desde la fe, podemos actuar en su Nombre, siendo así cooperadores suyos en la obra de la salvación

A pesar de la escasez, Jesús hace un gesto que se asemeja al de la Eucaristía y es así como se da el milagro que consiste básicamente en el compartir lo que se tiene, de forma que, de este modo, lo que hay se multiplica. El mensaje es que cuando compartimos lo que tenemos, lo necesario, llega a todos y nadie queda excluido de lo necesario para vivir.

Por otro lado, son ellos mismos los que lo distribuyen, lo que no deja de ser un signo de lo que es la misión apostólica: llevar a todos el alimento de la Palabra y de la Eucaristía.

El Señor, nos muestra así un signo de compasión hacia la gente, no solo estando atentos a la necesidad material sino también a   una necesidad mucho más grande y que no se sacia con lo material, sino que más bien, la necesidad material se convierte en signo de esa necesidad que solo Dios puede cubrir y es la que Cristo nos ofrece con el don de su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía.

De la Eucaristía, brotará, por tanto, toda la vida cristiana. Ella prefigura la hora del calvario y es manifestación de Cristo, que se entrega por todos y que nos llama a entregarnos por los demás.

De nuestra entrega dependerá también que todos se sacien y puedan dar gloria y alabanza a Dios.

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