14 Domingo del T.O. Ciclo B

A lo largo del Antiguo Testamento, El Espíritu de Dios se haya con especial fuerza en los profetas. La primera lectura es del profeta Ezequiel 2,2-5. Nos muestra la vocación del profeta y su capacitación por el Espíritu para desempeñar su tarea, pese a que en esta tarea se va a encontrar con fuertes resistencias. A la acción de Dios corresponde por parte de Ezequiel permanecer a la escucha: a la Palabra le corresponde la escucha, pero ya desde el desierto, después de la liberación de Egipto, no ha sido fácil. De hecho, el rechazo, la oposición e incluso el enfrentamiento, fueron casi permanentes. El profeta aparece entonces como signo de contradicción, como piedra de tropiezo para los que corren hacia su propia ruina, pero Dios y su profeta siguen adelante con la misión. Su Palabra es viva y eficaz y ha de ser proclamada tanto si es acogida como si no lo es, pues el mundo y la Iglesia necesitan esta Palabra que ha de ser proclamada siempre y en todo lugar.

La segunda lectura es de 2 Corintios 12,7-10. Aquí Pablo nos habla de la fuerza en la debilidad. Debilidad que él entiende siguiendo el modelo de la debilidad del Señor, pues del mismo modo que la cruz produce escándalo, también la fragilidad humana del apóstol, descrita en forma de persecuciones, insultos, divisiones en la comunidad, enfermedad, angustia, puede provocar una reacción de desconfianza y miedo por parte de los corintios. Si bien la fuerza del Evangelio lleva todo el poder de Dios que garantiza su eficacia, Dios ha decidido a lo largo de la historia de la salvación y de manera especial en los elegidos que esta fuerza se realice por medio de la colaboración total y generosa por parte del hombre sin olvidar su propia debilidad. El esquema de las bienaventuranzas nos muestra bien a las claras esto, al decirnos que se puede ser feliz a pesar de las dificultades y aparentes fracasos. En el fondo no es sino seguir el modelo de Cristo que se dejó crucificar en su débil naturaleza humana, pero está vivo por la fuerza de Dios. De este modo, cuando somos débiles al compartir su debilidad, nos hacemos capaces de compartir su vida divina. Cristo se ha hecho débil por nosotros, para que nosotros en nuestra debilidad lleguemos a ser fuertes y alegres al compartir sus padecimientos. Este no es solo el lenguaje de las bienaventuranzas, sino de toda evangelización y de toda vida cristiana que se precie de serlo.

El Evangelio es de Marcos 6,1-6, nos muestra el rechazo de Israel hacia la revelación de Dios en Jesucristo, concretamente se hace referencia a los más íntimos de Jesus, la gente de su propia tierra, de su casa, lo que nos indica que no es fácil llegar a comprender a Jesús pues su personalidad humana, escondía otra realidad que era preciso descubrir. He ahí su extrañeza, que aquellos con los que había pasado su vida, no captaron ni intuyeron quien podía ser Jesús. Este interrogante que queda abierto, culminará con la solemne confesión por parte de Pedro en Cesarea de Filipo, como escuchábamos el domingo pasado.

El Escándalo siempre estará provocado esencialmente por la manifestación del poder de Dios en una forma frágil, débil. En el centro está la lógica de la cruz, que da un sentido definitivo a la historia de todos los pobres de la tierra, pero esta historia no termina en la cruz, ya que el sepulcro no se queda cerrado, sino que se abre de par en par, para dejar salir la vida para siempre y así es como ha querido salvarnos Dios.

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