Solemnidad de Pentecostés, Ciclo B

En la Historia de la Salvación, el Espíritu de Dios se hace presente de forma intermitente, temporal y sólo para los dirigentes del pueblo. Pero cuando Dios realice su plan en Cristo se promete el don del Espíritu no solo para el Mesías, sino también para la comunidad y para cada uno de sus miembros, y en todos ellos estará de forma permanente. Así se comprende mejor la afirmación de Lucas: «todos quedaron llenos del Espíritu Santo».

La primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles 2,1,11 y nos presenta a los mismos, reunidos en oración en un contexto en el que el pueblo celebra el don de la ley, que el judaísmo lo hacía precisamente el día de Pentecostés. El Espíritu se presenta, así como plenitud de la ley. Ya Cristo había dicho que no había venido a abolir la ley sino a llevarla a plenitud y esto es lo que ahora se cumple. El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos haciéndolos capaces de intuir, seguir, y atestiguar los caminos de Dios

La enumeración de todos los pueblos, indica que se restaura la comunión entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí, rota en Babel y que esta comunión entre los pueblos se llevará a cabo por la Evangelización invocada por el Espíritu, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado

La Segunda lectura es de 1 Cor 12,3b-7.12s. En ella, Pablo dirige a los corintios, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento, como es el caso, de reconocer la acción del Espíritu en una persona no por hechos extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con que profesa que Jesús es Dios y reconocer la acción del Espíritu en la comunidad como incansable promotor de unidad. Unidad que se lleva a cabo a través de los diferentes carismas, concedidos a cada uno para el bien común. Entre ellos, el único que durará para siempre es el de la caridad, como afirmará más adelante.

Por último, el nuevo título de pertenencia al pueblo de Dios ya no es el de la herencia de sangre y raza, sino el signo sacramental del Bautismo. Este sacramento de regeneración hermana a todos los pueblos que aceptan el mensaje, porque es un nuevo nacimiento en el Espíritu formando así un mismo cuerpo.

El Evangelio es de San Juan 20,19-23. Es considerado el Pentecostés joaneo, próximo a la resurrección, indicando de este modo que la hora en que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte, es la misma en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. Pues bien, en esta hora única, Jesús transmite también a los discípulos el Espíritu y con él la paz, la misión y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.

El Espíritu —como repite la Iglesia en la fórmula sacramental de la absolución— fue derramado para la remisión de los pecados. El pecado es el que malogró en el paraíso el proyecto de Dios sobre el hombre que lo quiso y lo formó para la vida y la felicidad. Con la reconciliación universal, obra de la muerte-resurrección de Jesús y que se actualiza siempre por el Espíritu Santo, aparece de nuevo cuál fue el sentido del hombre en su creación, restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo.

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