2º DOMINGO DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA

La fe en Cristo resucitado, provoca la comunión en una misma fe y el fruto de esta fe en la resurrección, es la vuelta a la armonía original. La primera lectura de Hechos de los apóstoles 4,32-35 nos muestra que, si bien el pecado rompió la comunión con Dios, entre los hombres y de los hombres con la naturaleza, una vez restaurada la situación del hombre, se hace posible la comunión y la solidaridad entre todos. La expresión utilizada por Lucas para designar esto es: «Koinonia», y abarca todos los aspectos: comunión con Dios, con el Espíritu, con el Evangelio, con el Cuerpo de Cristo, con los hermanos y todo esto se manifiesta visiblemente en el compartir los bienes materiales. Los creyentes, cuando viven y experimentan esta comunión de fe, dan testimonio convincente del Cristo resucitado y liberador en todos los ámbitos de la vida humana y en todas sus vertientes.

La segunda lectura es de la primera carta de Juan 5,1-6, nos muestra que se vive la experiencia de fraternidad, cuando se vive la experiencia de filiación. Si todos hemos sido regenerados por Cristo y por él nos convertimos en hijos verdaderos, aunque adoptivos, de Dios, el amor mutuo es o ha de ser algo normal y espontáneo. El amor de Dios y de Jesús, manifestado de modo singular en su muerte, es el que hace posible el amor entre nosotros. El discípulo de Jesus vive en la seguridad de que el amor del Padre es el que nos posibilita amar como Cristo nos ha amado; hasta dar la vida y esta forma de amar hasta el don de la propia vida, es la característica del creyente en Jesús y el fruto del acontecimiento pascual. La fe es por tanto aceptar a Jesús como Hijo de Dios y como enviado singular en favor de los hombres, que nos muestra lo que somos, el porqué de la vida y sufrimientos y el destino eterno al que Dios nos llama.

El Evangelio, es de Jn 20,19-31 y nos muestra dos episodios, próximos y relacionados con un mismo tema: el de la fe y en ambos se pone de manifiesto el estado de los apóstoles tras la muerte de Jesus, ya que antes de la resurrección y de la donación del Espíritu, no estaban capacitados para comprender este acontecimiento. Ente la muerte de Jesús y la plena convicción de los apóstoles de que estaba vivo, pasó un tiempo probablemente largo. Es el tiempo de las apariciones, el tiempo de la presencia viva de Cristo entre los suyos. El que vivió realmente en esta historia nuestra, y murió en un aparente fracaso, ahora está vivo, ha vencido a la muerte. El crucificado y el resucitado es el mismo, pero en una situación totalmente nueva, desbordando los linderos de la historia y dirigiendo la historia como Señor.

Tomas, que no ha creído el testimonio de los hermanos, necesita palpar las señales de muerte, para entrar en la realidad de la vida, Tomas nos indica así, que la encarnación, lejos de ser un obstáculo, nos muestra el camino para el encuentro de fe, pues a partir de la experiencia humana de Jesús, es como nos encontramos con su verdadera identidad. Por eso, son declarados dichosos, felices los que son capaces de superar el escándalo o la precariedad de los motivos de credibilidad, que son el Jesús real y humano y se abren a la acción y presencia del resucitado. Esta dinámica producirá siempre dificultades, porque los motivos de credibilidad son pálidos ante la realidad a la que quieren concluir, pero paradójicamente, el acto de fe de Tomás, será el más perfecto de todo el Evangelio: «Señor mío y Dios mío». En cierto modo, es la cima de todo el relato joánico, que busca este acto de fe en la presencia de Dios en la humanidad y así podemos afirmar que: la palabra se ha hecho historia en Jesús.

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