26 Domingo del T.O. Ciclo A

Hermanas y hermanos: ¿somos de los que se dejan interpelar por la Palabra de Dios y ella nos renueva y vivifica o somos los que no escuchan o no se arrepienten porque eso es para los demás o porque no lo necesitamos? ¿nos sentimos responsables de lo que somos y hacemos como nos recordaba la primera lectura o descargamos en los demás nuestras limitaciones y faltas?

Hoy es un buen día para preguntarnos ¿Cómo es mi relación con Dios? es una relación rutinaria y fría o es una relación marcada por la cercanía de la oración, la escucha de la Palabra, el estudio.

El Evangelio nos habla de dos hijos. El primero dice no, pero luego hace lo que se le dice, el segundo dice sí, pero después se olvida y no hace lo que el padre le pidió. Traducido a un lenguaje de hoy, los que dicen no pero luego es sí, diríamos que son los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios o los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, los que están más cerca del reino de Dios que los que ya tenemos una cierta rutina en esto de la vida de fe y no necesitamos convertirnos

Pero Podemos hablar de otro Hijo, que no aparece en el relato y que es Cristo, el que dice sí, y hace lo que se le ordena.

En ese himno cristológico que hemos escuchado en la segunda lectura se nos dice: que siendo él, de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que al contrario, se despojó de sí mismo tomado la condición del esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

Hoy como ayer, estas palabras siguen teniendo valor en nuestro mundo inclinado a la rivalidad, a la competencia muchas veces desleal en todos los ámbitos humanos. Los creyentes, tal vez a contracorriente, podemos vivir y ofrecer algo distinto, otra forma de vivir, estando unidos a Cristo y teniendo sus mismos sentimientos. La palabra que usa el Nuevo testamento es Kénosis, que podemos traducir por humildad o vaciamiento de sí mismo y que nosotros podemos traducir a su vez, por humus o tierra. El humilde es el que tiene los pies en la tierra, y como tierra, vacío de sí mismo, acoge la semilla de la Palabra y puede dar así un fruto nuevo, puede como Cristo el siervo humilde por excelencia, vivir amando y en obediencia al Padre, que siente profundamente la situación de sus hijos extraviados y quiere atraerlos a su misericordia amorosa para que sean felices. Esta es su voluntad y a ella se entrega Jesús, librándonos del pecado y de la muerte y mostrándonos el rostro de Dios que es amor libertad y vida.

Que podamos tener sus mismos sentimientos y poder ya gustar aquí y ahora las primicias del Reino de Dios.

   

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