Fiesta de la Asunción de María a los cielos

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Esta fiesta de la Asunción, por un lado, canta las maravillas de Dios, que da a María el don de la Asunción, como afirma solemnemente la Iglesia. Por otro lado, es un canto a la fidelidad de María y por último, es un motivo de esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad, al contemplar en María, cómo una como nosotros, vence a la muerte y es elevada a la gloria.

La primera lectura es del libro del Apocalipsis 11, 19ª; 12,1-6ª.10ab. El lenguaje apocalíptico nos invita a pensar en una especie de sueño en el que salen a flote nuestros miedos y nuestras certezas, nuestras necesidades y nuestros deseos.

En él aparece una mujer; una especie de reina soberana sobre la luna, es decir sobre el otro lado de nuestra conciencia, nuestro inconsciente, y sobre las estrellas, que representan a las doce tribus de Israel, que vendrían a significar la historia. Es en este sentido, una señal de vida y una esperanza ante el futuro

Sin embargo, encontramos en ella también dolor y peligro, pues la mujer grita por los dolores del parto y teme al dragón que quiere devorar al niño. Es una lucha en la que vemos el peligro inminente de que nuestro sueño de una vida nueva se vea en peligro.

Finalmente, el niño nace y se salva lo que nos confirma en la verdad de que Dios es el que reina sobre nosotros y el que tiene las claves de la vida y de la historia. Ha sido perseguido por la serpiente, pero ha salido vencedor, esto es: ha resucitado. Y esta es la realidad que se refleja también en su madre, cuya victoria sobre la muerte celebramos como fruto primero de la muerte y resurrección del Hijo. Se abre así un camino de esperanza para la misma iglesia y para el mundo.

La segunda lectura es de 1ª Corintios 15,20-26, en ella vemos el mensaje de la resurrección, como es en realidad: el centro del mensaje cristiano. Si Cristo ha resucitado, entonces los muertos resucitan y esta es la gran afirmación que el apóstol destaca: la muerte será vencida en todos porque ha sido vencida en Cristo Jesús. Pues bien, esta verdad realizada en Jesús, se ve realizada ya como primicia en María.

El Evangelio es de Lucas 1,39-56. El encuentro de María e Isabel pone en relación el Antiguo con el Nuevo Testamento. Isabel saluda a la madre de su Señor y la proclama bienaventurada por su fe, exultando junto con su propio hijo por impulso del Espíritu Santo.

En el magníficat, los primeros cristianos cantan el poder, la misericordia, la santidad y la fidelidad de Dios manifestados en la muerte y resurrección de Jesús y María es la mejor cantora de este cántico, pues por su fe, se convierte en modelo para todo aquel que quiere comprender lo que significa el reconocimiento del señorío de Dios sobre su propia vida.

También nosotros por ella, nos volvemos capaces de reconocer el poder de Dios que actúa en la historia, haciendo justicia al pobre, y nos transforma también a nosotros, en siervos en los que actúa el Espíritu con su fuerza, llegando incluso a abandonar nuestro cuerpo al poder del Reino de Dios.

La Iglesia canta con María, su mismo cántico de alabanza: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador». 

         

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Domingo 30 T.O. Ciclo B

En la primera lectura de Jr 31,7-9 el Señor dirige por medio del profeta, una palabra de consuelo a su pueblo que está lacerado por las divisiones y por el exilio y le dice que mantenga viva la esperanza. Al pequeño resto que guarda la Alianza, Dios le promete el regreso y no solo el regreso, sino también su ayuda y protección, como si se tratara de un nuevo éxodo. Dios pondrá también en marcha una nueva Alianza, que será realizada en el corazón de los hombres. Así lo expresa el Profeta más adelante: «pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jr 31,31). Así que Dios, desde nuestra interioridad, nos permite vivir de un modo nuevo, esto es, haciendo posible la justicia, la solidaridad y la paz.

En el Evangelio, continuamos escuchando el relato de Marcos 10,46-52 en el que prosigue la marcha de Jesus hacia Jerusalén. Hoy se nos presenta el relato del ciego Bartimeo, que grita a Jesús. Bartimeo, es un descartado de la sociedad, un mendigo y además está ciego, pero sabe que es Jesus el que pasaba por allí y le grita, invocándole con el título mesiánico de: «hijo de David». El evangelista, nos muestra así claramente quien es Jesus y quien es el hombre. El ciego, representa al hombre, que sabe que si deja pasar esta ocasión única de dirigirse a Jesús, no le quedará otra cosa que recaer en la oscuridad y tener como única perspectiva la muerte, por lo que solo le queda gritar, no puede hacer otra cosa sino gritar. Esa es su oración y así nos ha dejado un modelo de oración, como grito a la misericordia de Dios y que la tradición cristiana ha recogido en la llamada: «oración de Jesús u oración del corazón» en la versión: «Señor Jesucristo, hijo de Dios ten piedad de mi». Juan Pablo II en la Encíclica Dives in misericordia, nos recordaba que: «En ningún momento y en ningún período histórico —especialmente en una época tan crítica como la nuestra— la Iglesia puede olvidar la oración, que es un grito a la misericordia de Dios, ante las múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan». El grito de Bartimeo, indica no solo todo eso sino también su fe en la bondad y en el poder de Jesus, convirtiéndose así en modelo de creyente que ante nada retrocede y sigue a Jesus en su camino hacia la cruz, en la que se revela la plenitud de lo que significa ser el Mesías. El ciego es el que cree sin ver y ve creyendo, pudiendo así seguir a Jesus, y Jesus le permitió ver lo que todos necesitamos ver, a saber: nuestra situación y nuestro destino de pasión y gloria; de muerte y resurrección. Este es el milagro que se operó en él, el de la fe que le lleva a la visión y le impulsa a caminar.

Que nuestra oración insistente y continua, se convierta también en un grito de repudio del mal de este mundo y permita la manifestación de los más puros deseos del hombre, de sus ansias de un mundo nuevo, de su deseo de que el Reino venga, de contemplar la gloria de Dios (Ex 33,18), y de ver a Dios tal cual es y de asemejamos a él (cf 1 Jn 3,2)..

La segunda lectura de Hebreos 5,1-6 nos muestra a Jesus, que va por delante, abriendo camino y garantizando la misión. Los que han recibido la vista, como el ciego, deben seguir sus pasos y caminar tras él.

Domingo XXIV, T.O. Ciclo A

Hay una relación entre el cumplimiento de los mandamientos que se resumen en el amor a Dios y al prójimo y el perdón. Así nos lo recordaba la primera lectura de: Eclesiástico 27, 30-28, 9: «Acuérdate de los mandamientos»: ahí tenemos manifestado el amor a Dios, y «no guardes rencor a tu prójimo»: ahí tenemos reflejado el amor al prójimo. Más adelante nos dice: «perdona a tu prójimo la ofensa y, cuando reces, serán perdonados tus pecados». Jesús al comentar el Padre Nuestro, dirá también en este sentido: «Si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas» (Mt 6,14ss).

En definitiva, la Escritura nos alecciona de que la venganza del hombre atrae la venganza de Dios. Pues bien, esta tendencia a eliminar la venganza y sus consecuencias, sigue siendo un mensaje con vigor a partir de Jesús y actualmente, de manera que, solo desde la desaparición real de la venganza tanto en el corazón humano como en las relaciones sociales, será posible construir una sociedad en justicia, paz y respeto sincero por todas las personas. Así, podemos contraponer a la venganza, el perdón y la acogida sin condiciones del otro pues Dios me acoge a mi sin condiciones y más aún, muestra su poder con el perdón y la misericordia. De modo que el perdón y la misericordia que pedimos a Dios, hemos de pedirlo también en nuestras relaciones humanas

También en la Segunda lectura de Romanos 14,7-9, está presente, la acogida del hermano, teniendo en cuenta que Cristo nos ha acogido a todos por igual, de modo que: «ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor». Pablo, recuerda con toda claridad que el único Señor de las personas y de las conciencias es Cristo Jesús. De este modo, nos persuade a cambiar de mentalidad. Frente al criterio como que: “lo importante es lo que me parece mejor, lo que me conviene más o me procura bienestar” Pablo, propondrá otro: “lo importante es que el otro posea el mayor bienestar posible y que lo que al otro le conviene y le construye es lo mejor”.

El Evangelio de Mateo 18,21-35, nos muestra sencillamente que el perdón no admite matemáticas ningunas. El mensaje gira en torno a una pregunta ¿Cómo es posible que el rey perdone toda la ingente deuda del siervo por lo que se le pidió y éste no sea capaz de perdonar la ridícula que tiene contraída con él un hermano suyo? Si el perdón del rey es total, gratuito y sin condiciones, el perdón y condonación del siervo con su compañero ha de ser también: total, gratuito y sin condiciones. La interpretación en el orden religioso es: Dios perdona siempre a todos (aunque sea ingente la deuda) y gratuitamente, consecuentemente, los hijos del Reino deben hacer otro tanto cuando se trata de sus hermanos. Por otra parte, la condición del perdón es que ha de ser de corazón: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Allí donde llegó el perdón del Padre (corazón) es desde donde ha de partir el perdón para el hermano. Dicho de otro modo: Dios cuando perdona, olvida y lo mismo han de hacer los discípulos de su Hijo: Jesús.

Domingo 23, T.O. Ciclo A

La primera lectura de Ezequiel 3,7-9 nos habla del profeta como atalaya o centinela. «te he puesto como atalaya en la casa de Israel…» Los atalayas tenían una especial tarea en las ciudades antiguas amuralladas. Su función era doble: custodiar la ciudad en tiempos normales y estar alerta de modo singular en los momentos de peligro, de guerra o de amenaza. De él dependía la salvación, la prosperidad y la tranquilidad de la ciudad. Pues bien, esta es la imagen que utiliza el profeta para expresar la misión que ha recibido de Dios, la de advertir a todos del peligro que corren. El profeta ha de estar vigilante para la interpretación de la vida del pueblo y sus miembros a la luz de la voluntad de Dios. Esto no es fácil, ya que no siempre se reconoce el error y no siempre importa el verdadero camino. La tentación del profeta será entonces el acobardarse, caer en el pecado de omisión. También nosotros, como cristianos somos profetas desde el bautismo y estamos invitados a ser valientes en la proclamación de la Palabra de Dios.

La segunda lectura de Romanos 13,8-10, bien podría considerarse como el segundo himno paulino a la caridad. Jesús nos enseña a mirar el mandamiento del amor al prójimo (Lv 19,18) en relación con el amor de Dios (Dt 6,4-9). El verdadero amor al prójimo sólo es posible a quien ha experimentado primero el amor gratuito de Dios: «nosotros amémonos porque Dios nos amó primero» (1Jn 4,19) y es que Dios no necesita nuestro amor o mejor dicho quiere que le amemos amando al prójimo. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo, lejos de ser una carga, se convierten para nosotros en expresión de la voluntad salvadora y liberadora de Dios, y de ahí brota además nuestra libertad, esto es de la comunión permanente con Dios.

No son mandamientos en el sentido de pesadas cargas sino expresión de esa voluntad de Dios, que nos ama y que nos hace por tanto libres para amar, pues solo el que se sabe amado, puede amar, del mismo modo que el que sabe perdonado puede perdonar y nadie mas libre que aquel que puede amar y perdonar como es amado y perdonado. Esto lejos de ser una carga pesada, es algo llevadero y ligero.

El Evangelio de Mateo 18, 15-20, nos habla de la corrección fraterna. Hemos de estar dispuestos tanto a decirnos la verdad como a que los demás nos la puedan decir, solo así estaremos dispuestos a actuar con el hermano y hacer posible la comunión. De lo contrario podemos caer en la murmuración, esto es: decir la verdad, pero a quien no toca; o en la inoportunidad: decirla cuando no toca; o en la extemporaneidad: donde no toca; o en la prepotencia y precipitación: como no toca. Todo esto, no conduce a la comunión de los que se reúnen en torno a Cristo y en donde él se hace presente: «porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Reunirse en el nombre de Jesús, es reunirse en torno a la persona de Jesús, adhiriéndose a su Palabra y a su misión en la historia. Y eso asegura su presencia, la presencia de Dios. Desde ahí podemos entender mejor la corrección fraterna, como expresión de que se vive en una comunión con Cristo y en una comunión fraterna que hunde sus raíces en el misterio de Cristo, el misterio del amor hasta el extremo, que es el que nos capacita para amar y por tanto para corregir, esto es, para ayudar al hermano que lo necesita.      

Domingo 22, T.O. ciclo A

Dios elige a sus enviados, pero no les exime de sus riesgos, aunque los protege. Desertar de la misión profética es como querer apagar en su propio corazón el ardor de la llama divina: es imposible y Dios sale victorioso en el corazón del profeta.

La primera lectura tomada de Jeremías 20,7-9, nos presenta los desahogos de un profeta apasionado por su Dios y que experimenta las contrariedades, oposiciones, persecuciones, encarcelamientos y desprecios que le aporta la misión; pero que conoce también la fuerza íntima de la Palabra que se le ha encomendado y tiene una especial confianza en ella, de modo que su fuerza es superior a las dificultades. Dios le ha permitido saborear el fracaso en el ministerio hasta el final; pero el final definitivo y más profundo es el rostro de un Dios amoroso que ama a su pueblo y quiere su salvación, por medio de la Palabra proclamada y creída.  

La misericordia divina es el motor del plan salvador de Dios. En la segunda lectura de Romanos 12,1-2, en nombre de la misericordia de Dios, Pablo anima a los hermanos en la fe para que le den a la vida una dimensión sacra y sacrificial. El culto cristiano verdadero implica contemplar y valorar la corporeidad humana de otra forma más auténtica y más acorde con su ser imagen y semejanza de Dios y miembros vivos de Cristo Jesús. La corporeidad humana queda así, insertada en el culto y con ella todo el comportamiento humano se convierte también en expresión de ese culto; un comportamiento según la voluntad de Dios, al que agrada, lo bueno, lo perfecto, lo que se realiza en el marco de la Alianza con su pueblo y en el marco de la experiencia y enseñanza de Jesús. Ello supone un encuentro más vivo con los demás y una transformación de la mente (pensamientos, quereres y sentimientos) para hacer posible no solo nuestra transformación, sino la del mundo entero llamado a entrar así, definitivamente, en el culto eterno, en la ciudad celeste, cuando toda la Creación quede liberada del pecado y de la muerte.

En el Evangelio de Mateo 16,21-27, Jesús vuelve a lo genuino de su misión, al verdadero sentido del Mesías en los planes de Dios, a las Escrituras, es decir, al camino del sufrimiento sustitutivo del Siervo. Pedro que no lo entiende se escandaliza. No entiende el proyecto de la cruz, no entiende que en la debilidad de la cruz se manifieste el poder soberano y amoroso de Dios por la humanidad caída. Pedro debe saber que por sí solo no alcanza a comprenderlo y que Satanás tiene sumo interés que ese proyecto sea entendido como insensato, irracional e inaceptable. Ahora es Pedro el que se alía con el tentador, pero la razón estará de parte del Padre que ama a la humanidad hasta la entrega del Hijo.

Cristo, figura del profeta perseguido, nos muestra el verdadero camino de la salvación que pasa por la entrega de sí mismo y en esa ofrenda, realizada en la cotidianidad de la vida, es donde el hombre celebra el auténtico culto espiritual.     

Domingo 21, T.O. ciclo A

Dios elige a aquellos que mejor pueden colaborar en su proyecto de salvación.

La primera lectura tomada de Isaías 22,19-23, nos recuerda que, así como es rechazado Saul y es elegido David, es rechazado el mayordomo del rey Ezequías, debido a su Megalomanía. Isaías, que había anunciado la liberación, invita con este episodio a reconsiderar la precariedad de las ambiciones humanas y cómo solo la iniciativa de Dios puede garantizar el orden y el progreso.  El Mayordomo normalmente estaba al cargo, cuidado y gobierno de la casa del rey, punto de referencia para la estabilidad del reino, es decir, una persona de alto nivel en la corte y del que depende la realización de muchos asuntos. Por otro lado, La entrega de las llaves, era un gesto significativo en la mentalidad antigua y se hacia al hombre de mayor confianza de la casa, en este caso del rey. Un caso ilustrativo es cuando el faraón encarga y entrega a José los máximos poderes para que dirija los asuntos de su reino. El traspaso de poderes simbolizado en las llaves, lo encontramos también en la figura de Pedro en la comunidad de Jesús.

El Apóstol San Pablo en la segunda lectura de Rm 11,33-36, manifiesta su profunda convicción de que la historia está dirigida por el propio Dios que es fiel, misericordioso y todopoderoso. Dios no pidió consejo para decidir la encarnación, pero sí pidió colaboración para realizarla. Hoy como siempre Dios sigue dirigiendo los destinos del mundo y de la Iglesia, aunque los hechos desconcertantes parezcan probar lo contrario.

Las expresiones que utiliza el Apóstol, referidas a Dios son consoladoras para la humanidad. El se nos ha revelado en Cristo Jesús y nos ha encerrado a todos en el pecado para tener misericordia de todos. El hombre encuentra en Jesucristo no solo el camino para avanzar en lo humano, sino el camino que conduce al Padre, fuente de vida. ¡A él la gloria por los siglos!

El Evangelio de Mt 16,13-20, nos presenta la confesión de Pedro, un episodio central en la vida y ministerio de Jesús pues supone un punto de llegada importante en el reconocimiento de su misión por los discípulos y a la vez, un punto de partida en su camino hacia la cruz y la gloria. La pregunta fundamental a cerca de ¿Quién es Jesús? Pedro, de modo solemne la responde, haciendo de portavoz. Afirma que no solo es el Mesías, sino también el Hijo de Dios vivo. Esto alcanza a la misión y a la naturaleza misma de Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Hoy también somos invitados, en medio de nuestras dudas y búsquedas, a dar el salto necesario que nos permita ir de la humanidad de Jesús a su verdadera naturaleza, lo que da fundamento a la esperanza de la humanidad.

El reconocer en Jesús otra perspectiva nueva, es señal inequívoca de que en Pedro se ha producido una presencia real del Espíritu. Y eso es lo que declara Jesús como una bienaventuranza: que el Padre (que es quien da el Espíritu) ha iluminado a Pedro para redescubrir en la humildad visible del profeta de Nazaret al enviado especial y definitivo de Dios. Pedro ha confesado que Jesús es el verdadero y definitivo enviado del Padre para la salvación del mundo (Mesías) y es el verdadero y real Hijo de Dios. Esta es la roca sobre la que se edifica la Iglesia.

La entrega de las llaves, simboliza que Jesús nombra y declara solemnemente que Pedro es el vizir del reino de los cielos, el plenipotenciario elegido por Jesús. Mas tarde esta misión fundamental es ampliada, según el relato de Mateo a los apóstoles. Pedro y los apóstoles ejercen el poder de Cristo, la triple tarea de gobernar (atar y desatar), santificar y enseñar.

Podemos afirmar con San Agustín, que Pedro personifica a toda la Iglesia.

Domingo 20, T.O. Ciclo A

La primera lectura de este domingo está tomada de Is 56,1.6-7 y pertenece al tiempo posterior a la vuelta del destierro. El Autor, proclama que todos, tanto el prosélito reclutado entre los paganos que se adhiere al Señor como el judío nacido de un matrimonio ilegítimo contraído con extranjeros, pero que observa el sábado, no deben ser excluidos de la salvación. Y es que el proyecto de Dios alcanza a todas las naciones y este proyecto se va realizando en la historia de manera progresiva y muy lenta envuelto en muchas dificultades y retrocesos; de este modo se nos muestra que el Dios de Israel no es una propiedad privada y nacional, sino que es Dios salvador para todas las naciones. Este mensaje del Profeta, revela que del proyecto de Dios nadie queda excluido. Mas bien, todos pueden participar de la salvación de Dios, sin que nadie quede excluido. El mundo también está llamado a transformarse mediante el derecho y la justicia que proceden de la Alianza de Dios y que se realiza a través de los hombres de buena voluntad.

La segunda lectura es de Rm 11,13-15.29-32. En ella San Pablo, muestra una vez más sus dificultades para mantener el equilibrio entre el judaísmo y el cristianismo: el amor y fidelidad a Cristo y el amor sincero a sus hermanos de raza que ve como se cierran al Evangelio y lo persiguen. En el fondo surgen muchas preguntas: ¿Qué sentido tiene Israel en la Historia de la salvación? ¿EL pueblo de Dios es rechazado definitivamente? ¿queda todavía una esperanza para él? Pero curiosamente su reprobación ha sido motivo de reconciliación para el mundo. Por eso en, en el horizonte, brilla la firme esperanza de una restauración completa. Pablo, considera que esto es un misterio, del plan providente de Dios, que espera la entrada de todos en el Reino mesiánico, y por supuesto, el acceso está abierto para Israel. A pesar de nuestra desobediencia, todos judíos y paganos hemos sido llamados a experimentar la misericordia de Dios.

El Evangelio de Mt 15,21-28, no presente el episodio de la mujer cananea.  La Iglesia de los orígenes, como la de hoy, afrontaba una cuestión de capital importancia: la salvación del que todavía no ha sido alcanzado por el Evangelio de Jesús. La respuesta que se nos da es que: la salvación pasa por el reconocimiento del mesianismo y del señorío de Cristo. En su humanidad, Dios nos ha dado un templo en el que habita la divinidad y nosotros nos incorporamos como piedras vivas a la construcción de ese templo por la fuerza del Espíritu. A ello hemos sido llamados, de manera que como afirma el Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes en el número 22: «una sola es la vocación de todos los hombres, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual».

Estamos hechos para Dios y es Dios mismo el que nos lleva hacia sí, por medio de los acontecimientos, de manera que todo se encamina hacia dicho fin. Pidamos una fe grande como la de la cananea, de modo que podamos testimoniar entre los hombres las grandezas de su amor.     

Fiesta de la ASUNCIÓN de Ntra. Sra.

La fiesta de la Asunción nos permite en primer lugar mirar a Dios que concede a María el don de su Asunción en cuerpo y alma a los cielos y que es una verdad firme de la Iglesia. En segundo lugar, miramos a María en su fidelidad hasta el final y en tercer lugar, miramos a la Iglesia y a la humanidad porque es un motivo de firme esperanza contemplar una pura criatura venciendo a la muerte y elevada a la gloria.

La Primera lectura del libro del Apocalipsis 11,19a; 12,1-6ª. 10ab,  nos recuerda el arca de la Antigua Alianza y a continuación sugiere que con la llegada de Cristo surge otra arca, símbolo de la Nueva Alianza. Esta segunda Arca es la mujer que en su seno lleva a un niño varón, a Cristo el Mesías. En la mujer del Apocalipsis reconocemos a Eva, a la mujer esposa de la antigua Alianza, esto es al Pueblo de Israel, formado por las doce tribus y simbolizado por las doce estrellas. Y por último, La mujer es la figura de la Iglesia de Cristo. Después aparece como la madre del Mesías y la persecución desencadenada contra Cristo, se extiende ahora a la Iglesia, que peregrina por el desierto hacia Dios.

La segunda lectura de 1 Cor 15,20-26, nos muestra que la resurrección de Cristo es el fundamento mismo de la fe. Si la herencia recibida de Adán, el pecado y la muerte, alcanza a todos, la herencia victoriosa de Cristo, que es causa y origen de la vida que no termina, también alcanzará a todos y la primera que participó en esta herencia fue María. La afirmación de Pablo a los Corintios es contundente: Cristo ha resucitado, por tanto, resucitarán los muertos; y la muerte será vencida en todos porque ha sido ya vencida en Cristo y en su Madre como primera criatura que a participa de la resurrección. Si cierta es la muerta más cierta es la vida para todos y esto es lo que proclamamos con fuerza y como ya realizado en María.

El Evangelio de Lc 1,39-56, proclama igualmente, que Cristo es nuestra bendición y María es la primera que participa en ella. «Bendita tú…». La Iglesia proclama ante el mundo esta bendición sobre todos los que se abren al Evangelio.

En el Magníficat, los primeros cristianos cantan el poder, la misericordia, la santidad y la fidelidad de Dios manifestados en plenitud en la muerte y resurrección de Jesús y María es la mejor cantora de este canto. Estos cuatro atributos consolidan la fe y aseguran firmemente la esperanza del creyente en la realización de ese plan.

La Asunción de María, es también el momento ideal para que cantemos todos, este canto de Alabanza, que exalta esos atributos de Dios, presentes, principalmente en la muerte y resurrección de Jesús y en la glorificación de su madre.

En el Prefacio de la Misa diremos: «Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra». 

Domingo 19, T.O. Ciclo A

Los tres textos de la liturgia de este Domingo, reflejan el tema de la fe en el Dios-con-nosotros, presente y activo tanto en la historia universal como en los acontecimientos personales. Y a su vez nos proponen una reflexión sobre la continuidad de la experiencia de fe judía y cristiana, de la diferencia en sus modos y maneras.

En la primera lectura, el Profeta Elías, percibe la presencia de Dios en su vida, de un modo singular, y así puede comprobar que Dios se encuentra, se deja escuchar y se le escucha en el silencio. Asustado por las fuerzas de la naturaleza, solo el ligero susurro le permite ver que Dios está ahí y que es en su ocultamiento donde se le descubre. Dios se oculta para que le podamos descubrir en nuestra vida, en nuestra historia y en nuestra realidad. Podemos decir que es la delicadeza de este Dios que se oculta la que le permite al hombre acercarse a él y gozar de su amistad. También a nosotros se nos invita a salir de nuestras oquedades para encontrarnos con el Señor.

En la Segunda lectura, San Pablo se plantea cual será el destino de su pueblo, que ha rechazado al Mesías y se pregunta si los judíos, los de su raza, alcanzarán la salvación. En medio de este martirio que el vive como judío que es y como cristiano, comprende, que Dios es fiel a sus promesas y que el pueblo judío, aunque haya rechazado a Jesucristo, tiene también su función y su misión en la Historia de la Salvación.

El caso de Pedro en el Evangelio, también constituye una lección de fe. De entrada, el relato, rico en elementos simbólicos, nos presenta a Jesús en una actitud de oración, habitual en él y lejos de la barca, pero a la vez presente. Los discípulos que no distinguen bien esta presencia de Jesús en la comunidad, se asustan cuando le ven venir, pero solo su palabra les da serenidad: «soy yo, no tengáis miedo». El relato continúa con el episodio de Pedro que quiere ir hacia Jesús pero que se hunde en el agua y es que la iniciativa humana no es suficiente para caminar al encuentro de Jesús. El miedo lo hunde y solo la humildad de la fe lo salva. El relato nos indica de este modo, que seguir a Jesús implica una confianza total y sin reservas.

En una palabra, la comunidad cristiana, en medio del peligro y la dificultad ha de confiar en Jesús que está en ella y le acompaña.

«Tengo miedo de pensar que no soy digno de ti. Este es el verdadero temor de Dios». Escribía Mario Finzi, un joven judío de Bolonia, poco antes de ser deportado a Auschwitz. El Señor nos muestra, que este temor es sano cuando nos lleva a confiar en él y a amarle de todo corazón. 

Domingo 17, T.O. Ciclo A

El hombre, con tantas posibilidades a su disposición, necesita hoy más que nunca la Sabiduría que viene de Dios, la cual, alcanza a su vida cotidiana, le descubre la voluntad de Dios y le indica donde se encuentra la verdadera realización humana y consecuentemente su plenitud y felicidad. Esta sabiduría que viene de Dios es el valor más importante. Así se desprende de la primera lectura tomada de 1 Reyes 3,5.7-12. A la Alianza del Sinaí, realizada entre Dios y su Pueblo, sucedió otra entre Dios y su Rey, en este caso Salomón, de manera que todo queda abierto hacia la gran esperanza mesiánica. Dios atento a las necesidades de los hombres, concede a Salomón lo que éste ha pedido: la sabiduría, que es un don superior y de incalculable valor.

En la Segunda lectura, tomada de Romanos 8, 28-30, San Pablo, que sufrió toda clase de pruebas, afirma que: «todo contribuye al bien, de los que aman a Dios, de los que él ha llamado, conforme a su designio». El camino que ha recorrido Jesucristo hasta su gloriosa exaltación, es el camino que hemos de recorrer quienes le seguimos. En ello queda reflejada también la transformación del mundo, en una palabra, la razón de la esperanza cristiana. El Apóstol recoge en este pequeño fragmento los pasos a seguir desde el proyecto inicial hasta la consecución de la gloria. A los que desde el principio destinó, también los llamó; a los que llamó, los puso en camino de salvación y a quienes puso en camino de salvación les comunicó la gloria. En definitiva, se afirma, que a pesar de los avatares y dificultades de la historia y del camino, el destino final es una realidad firme y segura.

El Evangelio, nos muestra la Realidad del Reino como un misterio que se revela con la llegada del Verbo Encarnado y que está dentro de nosotros (Lc 17,21). A partir, de ahí podemos adentrarnos en las parábolas que hoy nos muestra: Mat 13, 44-52, y que nos dan a entender una verdad siempre más elocuente que la intuición inmediata.

En el caso del tesoro escondido, se nos muestra que el Reino de Dios es algo de un valor incalculable y que exige ponerlo todo en venta, esto es, una decisión rápida, radical y confiada en la compra del campo.

El caso de la perla de gran valor, es semejante. Es necesario venderlo todo, en primer lugar, para después, disfrutar del valor admirable de la perla. Es excelente el don si se toma la decisión. Espléndido es el valor de la perla, pero exigentes son las condiciones. La tercera parábola, de la red, nos muestra el Reino en su sentido escatológico. Su consumación será al final de los tiempos, pero no por ello deja de ser actual y la humanidad, inmersa en el mar de la historia se salva por él. Entonces Dios nos llevará consigo para hacernos participes de sus esplendores y de su realeza, ciñéndonos su misma corona de gloria.