
El Evangelio de este domingo es de Lc 16,19-31 y hay que situarlo en el contexto de la bienaventuranza: «Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos» (Lc 6,20).
Nos presenta la parábola del hombre rico y del pobre Lazáro. El primero vive una vida entregada al lujo y a los placeres; nos recuerda a los que hacen un uso injusto de la riqueza utilizándola para el lujo y la satisfacción egoísta y sin tener en cuenta al que padece necesidad. El segundo en cambio vive en la pobreza y se alimenta de las sobras de la mesa del rico, nos recuerda a aquellos que ponen en Dios su confianza, de los que solamente Dios se cuida. Curiosamente y a diferencia del rico, éste tiene nombre: Lázaro, que es abreviación de Eleázaro (Eleazar), que significa precisamente «Dios le ayuda». En conclusión, que el que no es valioso a los ojos del mundo, es valioso a los ojos de Dios.
La enseñanza de la parábola por un lado es que Dios vence nuestra iniquidad y nuestra injusticia, pues Lázaro es acogido en el seno de Abrahán, es decir, en la bienaventuranza eterna, mientras que el rico acaba en el infierno, en medio de los tormentos. Por otro lado, y más allá de esto, se nos dice que, mientras vivimos en este mundo debemos escuchar al Señor, que nos habla mediante las Sagradas Escrituras y así poder vivir según su voluntad, de lo contrario, después de la muerte, será demasiado tarde o imposible poder enmendarse.
Cuando hablamos de un mundo nuevo en donde habite la justicia, será un mundo en el que tanto el pobre Lázaro como el rico, puedan sentarse en una misma mesa y donde todo hombre pueda vivir una vida plenamente humana.
Cómo olvidar en estos días las inundaciones de Pakistan o el huracán que ha afectado recientemente a la República dominicana y regiones limítrofes. Es una buena oportunidad para pensar en esto y ver que los pueblos más pobres no solo nos interpelan, sino que no pueden ser olvidados.
La primera lectura de Amós 6, 1ª.4-7 nos recuerda el gran riesgo que supone la riqueza, pues puede llegar a secar el corazón.
Y la segunda lectura de 1 Timoteo 6,11-16, nos muestra la importancia de perseverar en nuestro bautismo, lo que exige en palabras de Pablo, ejercitarnos en el noble combate de la fe, es decir, en la confianza sin vacilaciones en Dios, que nos ha escogido desde la eternidad. Más que una conquista es un dejarse interpelar por Dios que nos ama y al que solo podemos responder amándole y amándole fundamentalmente a través del otro que está necesitado.