
El Evangelio, que nos enseñaba el domingo pasado a renunciar a todo para seguir a Jesús, nos da este domingo la clave de porqué es necesario hacer esa renuncia. Es necesario renunciar a todo y a todos para amar como él ama a todo y a todos.
La Primera lectura es del libro del Éxodo. En ella Moises, nos ayuda a descubrir como es el corazón de Dios siempre dispuesto a amar y a perdonar. Moises, hace que de Dios salga lo más divino: un corazón que no cesa de latir de amor, incluso frente a la miseria de su pueblo.
Por mucho que nosotros, pensemos en un Dios que se enfada y quiere destruir a su pueblo porque se ha apartado de él, su verdadero rostro, el rostro que se nos ha revelado en Cristo es totalmente otro, como pone de manifiesto Moises, recordándole como si fuera un desmemoriado, su misericordia y compasión. La lectura nos permite descubrir que en el fondo no le conocemos y que lo que hacemos es trasladar nuestra manera de ver las cosas a Dios, de modo que así como nosotros hostigamos y nos enfadamos con el que nos hace daño, así también entendemos que es la actuación de Dios.
La segunda lectura es de 1ª Timoteo 1,12-17, y nos presenta a un Pablo que se sabe amado en lo más profundo de su ser, a pesar de su miseria y su pecado y esta es la doctrina segura que él enseña sin reservas: que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores y que cada uno lo somos, pues todos tenemos la propensión a no sabernos amados en el fondo y de ahí pensamos que por ser pecadores, Dios no nos puede amar. Ahora bien, Dios es el que se ha desbordado en nosotros por medio de Jesucristo, para que nosotros llenos de su amor podamos vivir de un modo nuevo: el del que se sabe amado generosamente y así es como puede amar y vivir en la fe y en el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Pablo, incluso se considera a sí mismo el primero de los pecadores, a fin de que pueda aparecer en él la expresión más clara de la misericordia infinita de Dios.
El Evangelio de Lucas 15,1-32, ilustra este verdadero rostro de Dios con tres parábolas sobre la misericordia en las que Dios no sólo es bueno y perdona al pecador que vuelve a él, sino que de manera afanosa busca al que estaba perdido hasta encontrarlo. Nos sorprende esa búsqueda del hombre perdido, a través de caminos y senderos escarpados. Igualmente nos llama la atención que no pare hasta que no haya encontrado al que se había perdido. El relato nos muestra de este modo, que Dios es el totalmente otro, lleno de un amor inmerecido por nuestra parte, y en el que desaparece todo tipo de cálculo.
La alegría consiste en saber que Dios nos ha perdonado y en haber descubierto un Dios mucho mejor que nosotros. Él es por tanto el bueno y no nosotros.
Así pues, solo al sabernos amados de un modo total, sin motivo y para siempre, podremos renunciar a todo y quedarnos con él que es el único digno de amor.
Es más, si Dios nos ama de esta manera, también nosotros nos hemos de amar de este modo y mutuamente.