
Si amamos a Dios, hemos de amar al prójimo. La primera lectura del libro del Deuteronomio, nos sitúa en el corazón de la espiritualidad bíblica y nos coloca ante el verdadero temor del Señor que es sinónimo de adhesión, escucha reverente y obediencia amorosa. De ahí, la importancia de la escucha como nos recuerda la oración del Shemá al final del versículo, y que es el Credo de Israel. Después de afirmar el amor a Dios acaba diciendo: «El señor es nuestro Dios, el Señor es uno». Que importante también para nosotros como hijos de la promesa hecha por Dios a Abraham, recordar esto, que Dios establece con nosotros, el pueblo de la Nueva Alianza, una relación tal que nos permite hacer de nuestra vida una entrega al amor y al bien que tienen en él su origen.
Jesucristo, como nos dice la segunda lectura, es el que vive plenamente esta entrega al inaugurar un nuevo y eterno sacerdocio. El suyo no es un sacerdocio como el de aquellos que cada día deben ofrecer sacrificios por sus pecados y por los del pueblo, sino que ofrece el sacerdocio que no pasa, el sacrificio de si mismo, que engloba no solo el amor incondicional a Dios, sino también al prójimo, por quien se ofrece hasta la muerte y muerte de cruz.
El Evangelio, nos muestra en esta ocasión, a diferencia de los domingos anteriores, a un maestro de la ley que le pregunta algo muy concreto, pues pensemos que había 248 mandamientos y 365 prohibiciones, la pregunta: ¿Cuál es el mandamiento mas importante de la ley? Jesus le responde, que lo importante es amar a Dios, él es el único que merece todo nuestro amor y aquí introduce qué significa amar totalmente a Dios. Amar totalmente a Dios, significa amar al prójimo como a uno mismo. Esto es lo que él ha vivido plenamente y el sentido de su sacerdocio nuevo y eterno. Con Cristo, hemos llegado a conocer lo que realmente agrada a Dios, su voluntad.
Dios es la fuente, su amor nos envuelve, por tanto, no nos podemos dispersar y hemos de volver continuamente a él, al uno, al que lo sostiene todo. Amar a Dios es ofrecerle lo que somos, tenemos, hacemos, deseamos, porque todo procede de él, de manera que, si le amamos a él, amaremos también lo que hay en nosotros, que procede de él y todo lo que nos rodea, que procede también de él y esto es fundamentalmente el prójimo.
Tendremos por tanto muchos compromisos, muchas actividades, muchos a los que atender, pero él será la fuerza que nos sostenga y que nos lleva a la unidad de nosotros mismos y hacia los demás, pues le amaremos a él a nosotros y a los demás con un mismo e indivisible amor, esto es con su mismo amor, que es en definitiva el amor de Jesús. El es el que ha cumplido de verdad este mandamiento del amor, de manera que habiéndolo cumplido puede ahora mostrárnoslo como asequible a todos y a todas. Esa es la razón de su sacerdocio, que hace posible eso de que: «el amor vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Pingback: Un sentimiento apacible – El Santo Nombre